Moria, un agujero negro de derechos

  • "El campo de personas refugiadas es un espacio donde la deshumanización alcanza su máxima expresión y que hoy alberga, por usar un verbo, a casi 10.000 personas"
  • "Desde la llegada al Gobierno griego de Nueva Democracia (ND) en julio, la situación en Moria ha empeorado"
  • "La lucha por los derechos de quienes sobreviven en lugares como ese campamento de Lesbos es otro frente de la misma batalla que hoy se está librando en toda Europa"

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Hace unos días visité el tristemente famoso campamento de personas refugiadas de Moria en la isla griega de Lesbos. No es precisamente un campamento nuevo. Pero a pesar de que lleva en funcionamiento desde 2015, recorrer sus precarias instalaciones invita a pensar en un recinto improvisado recién construido. Otra pieza más en el puzzle de excepcionalidad permanente que lleva años armando la Unión Europea para convertir la mal llamada crisis de refugio (que en realidad es una crisis de fronteras y de derechos, o sea una crisis política mayor) en una situación de desborde políticamente construida con la intención de poder así justificar medidas excepcionales.

En 2018 en el campamento de Moria vivían unas 8.000 personas en un recinto que ya entonces apenas estaba (mal) equipado para 3.000. No por nada las ONG que trabajan sobre el terreno lo catalogaban como el peor campamento de Europa y pedían que se adecuara el número de habitantes a la capacidad real del campo ante una situación cada vez más insostenible. Y sin embargo, un año después la situación no ha hecho más que empeorar dramáticamente: hoy ya son sin que por ello los saturados y precarios recursos hayan mejorado lo más mínimo.

Ante el empeoramiento paulatino y la ausencia total de perspectivas de mejora, en los últimos años se ha ido creando una zona adyacente al campamento “oficial” que los propios migrantes llaman “la jungla” (como ya ocurriera en el también famoso campo de Calais; parece que además de muros, a la Europa Fortaleza le brotan las “junglas” interiores). Un espacio donde la deshumanización alcanza su máxima expresión y que hoy alberga, por usar un verbo, a casi 10.000 personas.

Pero detrás de las cifras hay vidas precarias y situaciones humanas dramáticas. Hace apenas unas semanas un menor afgano moría atropellado cuando un camión pasó por encima de la caja donde dormía. En esos días, otro menor y una mujer fallecían a causa de un incendio originado mientras cocinaban en el contenedor que hacía las veces de vivienda. El fuego se propagó rápidamente y las condiciones de aglomeración del campo hicieron el resto. Estas muertes desataron una serie de protestas por parte de las y los refugiados que fueron respondidas por la policía griega con lanzamiento de gas lacrimógeno y bombas aturdidoras de forma indiscriminada sobre un recinto saturado en el que residen al menos 6.000 menores. La misión de Médicos Sin Fronteras atendió a varias decenas de personas con heridas provocadas por la intervención policial.

Alhambrada en Moria. / Miguel Urbán

Desde la llegada al Gobierno griego de Nueva Democracia (ND) en julio, la situación en Moria ha empeorado. Al aumento del hacinamiento se suma ahora la pérdida paulatina de derechos. Entre las primeras medidas de ND se ha incluido la negación a las personas migrantes de la tarjeta de la Seguridad Social griega. Entre otras consecuencias, las y los niños ya no pueden escolarizarse y el acceso a la sanidad ha quedado prácticamente anulado. Todo esto en un campo donde solo hay dos médicos para una población residente de al menos 14.000 personas.

Pero no se ha quedado ahí el giro reaccionario del nuevo Gobierno griego. Esta semana el Parlamento heleno comienza a tramitar una legislación migratoria aún más regresiva y que contempla: limitar el periodo de apelación en los casos de petición de asilo; prolongar el periodo de detención; eliminar las categorías de vulnerabilidad del sistema de recepción (lo que provocaría que una cantidad ingente de personas que se encuentran efectivamente en situación de vulnerabilidad no puedan, de facto, solicitar asilo); y propone una lista de países seguros para poder seguir adelante con la política de expulsión y de externalización de las responsabilidades humanitarias.

Volvamos al principio: ¿cómo es posible que cuatro años después la UE y sus Estados Miembro sigan gestionando las migraciones en sus fronteras como si se tratase de un desastre natural recién llegado y sin previo aviso? ¿En serio no se han podido levantar instalaciones más estables y adecuadas en lugares por los que cientos de miles de personas han pasado desde 2015? ¿Apelando a qué urgencia y desborde decenas de miles de personas migrantes pasarán su quinto invierno seguido durmiendo en cajas de cartón y tiendas de campaña en Europa? Una situación que solo puede explicarse desde la voluntad explícita de seguir construyendo una imagen de superación institucional y amenaza social que pueda justificar reacciones excepcionales como la suspensión de los derechos más básicos y la violación de los tratados internacionales firmados por los países europeos.

Situación insostenible que también afecta a quienes residen en Lesbos. Una población solidaria, de tradición de izquierdas, pero que sistemáticamente ve cómo es abandonada por las instituciones griegas y europeas. Ocupar ese vacío institucional con solidaridad voluntarista puede ser insostenible y agotador. Pensemos por ejemplo que Mitilene, capital y ciudad más poblada de Lesbos, apenas tiene el doble de habitantes que los refugiados que malviven en el campamento de Moria. Un abandono oficial que quiebra voluntades y alimenta la lucha de clases de los últimos contra los penúltimos. Y ahí está el resultado: en las últimas elecciones Nueva Democracia fue por primera vez en años el partido más votado en la isla y en los últimos tiempos se han registrado ataques racistas de la población local contra personas refugiadas y ONG. Integrar en la solución de esta crisis a las comunidades locales de las zonas de llegada de migrantes forma parte también de los desafíos pendientes, especialmente para las izquierdas.

El campamento de Moria es un agujero negro de derechos dentro de una deriva reaccionaria europea donde la extrema derecha marca la agenda y los gobiernos de supuesto centro neoliberal aplican medidas que en cualquier otra situación serían inconcebibles. Ahora bien, la pregunta de “quién tiene hoy derecho a tener derechos” empieza en no-lugares como Moria pero se extiende y nos interpela a cada uno de nosotros. Porque primero vinieron a por las y los refugiados, pero como yo no era... Y es que Moria es un síntoma, no una excepción. Y la normalización de la excepcionalidad es el sumidero del derecho y la puerta de entrada a la verdadera barbarie autoritaria. Por eso la lucha por los derechos de quienes sobreviven en lugares como ese campamento de Lesbos es otro frente de la misma batalla que hoy se está librando en toda Europa y en la que nos jugamos el futuro.

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