Rupturas, desamores y otros desencuentros

  • Ruptura, desamor, desencuentro pueden conjugarse con transformación, donde deja de haber lo que había para dar paso a otra cosa
  • Tal vez siempre estamos un poco rotas y un poco en construcción, y somos un puzle múltiple que fluctúa en este universo relacional
  • Pensando sobre ello, nos damos cuenta de que el espacio que ocupamos como postpotorras nos aleja de encontrarnos como amigas

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Ruptura: Del lat. ruptūra.

1. f. Acción y efecto de romper o romperse.

2. f. Rompimiento de relaciones entre las personas.

Romper: del latín rumpĕre (roto).

1. tr. Separar con más o menos violencia las partes de un todo, deshaciendo su unión. U. t. c. prnl.

2. tr. Quebrar o hacer pedazos algo. U. t. c. prnl.

3. tr. Gastar, destrozar. U. t. c. prnl.

4. tr. Hacer una abertura en un cuerpo o causarla hiriéndolo. U. t. c. prnl.

Roto: Del part. de romper; lat. ruptus.

1. adj. Andrajoso y que lleva rotos los vestidos. U. t. c. s.

2. adj. Agotado o muy cansado.

Desamor

1. m. Falta de amor o amistad.

2. m. Falta del sentimiento y afecto que inspiran por lo general ciertas cosas.

3. m. Enemistad, aborrecimiento.

Desencuentro

1. m. Encuentro fallido o decepcionante.

2. m. desacuerdo (‖ discordia).

Hace un año las postpotorras decidimos unirnos para explorar nuevos lugares juntas. El vínculo que se forjó a través de un encuentro ordinario –no por eso poco académico- hace casi cuatro años, nos llevó a una amistad mamarracha y postpotorra donde nos surgían oportunidades para llevar nuestra relación más allá de nuestras quedadas para tomar vermú. Nos llegó la oportunidad de participar como grupo, colectivo, amigas en cuartopoder y otros sitios donde poder explorar y compartir nuestra desviación con vosotres

Hace un año de estas palabras San Valentín se acercaba. Qué terror nos inundaba dar comienzo a compartir nuestras emociones y reflexiones, a través de esa movida llamada “amor”, con gente que no conocemos, que no nos conoce. Nos tiramos a la piscina y hablamos de Valentina; esa Santa que era queer y daría espacio a unos amores sin heteronormatividad, capitalismo: violencia.

Como siempre que vamos a escribir un artículo, nos juntamos virtualmente y pensamos qué podría ser interesante abordar. De nuevo San Valentín, de nuevo el amor. “¿Qué no se ha escrito sobre el amor?”, nos preguntamos por nuestra ansias de ser las más creativas a la par que mamarrachas. “Del amor se ha hablado de todo”, nos decimos. Pero caemos en la cuenta de que hay lugares del amor aún poco explorados. Tal vez porque el propio concepto de amor que manejamos no nos deja adentrarnos en estos lugares, tal vez por la exposición que supone, la vulnerabilidad devuelta a quien lee. Ese tema del que poco se habla, y el cual ha sido espoileado con un título estupendo, es aquel que tiene que ver con las rupturas, los desamores y otros desencuentros

Enunciar una ruptura, un desamor, un desencuentro implica reconocer a la otra persona, interpelarla en relación con un vínculo en mutación. Nos cuesta entenderlo en un sentido dualista de unión frente a separación, de completud frente a resquebrajamiento. Ruptura, desamor, desencuentro pueden conjugarse con transformación, donde deja de haber lo que había para dar paso a otra cosa. El desencuentro como el asidero al que esperábamos aferrarnos que ya no es tal. El desamor como encrucijada de emociones que cambió de dirección. Y la ruptura…

Si romper es separar las partes de un todo, deshacer lo hecho, ¿acaso alguna vez somos esa unidad indisoluble que puede romper o ser rota en términos absolutos? Lo cual no excluye la posibilidad palpable del dolor, de la herida, de sentir la piel hecha jirones y la carne un mapa de cicatrices. Tal vez porque los retales de las rupturas atienden en gran medida a una cuestión corporal, casi se pueden tocar, y nos descoloca sentirnos tan cuerpo de repente. Somos aprendices de las huellas que llevamos adheridas en la estructura que nos sostiene y aquello que se nos enreda desde el lenguaje nos genera sombras. Qué difícil habitar una palabra cuya propia definición parece aludir a la descomposición del yo. ¿Cómo hacer del abismo anunciado un proceso transitable? ¿Cómo poblar la ausencia, cómo acompañar el silencio?

Tal vez siempre estamos un poco rotas y un poco en construcción, y somos un puzle múltiple que fluctúa en este universo relacional, que habita contextos donde las piezas encajan con mayor o menor facilidad. Jugamos con las fichas del tablero, recomponemos. Y la figura resultante es otra. Hay que aceptar que no siempre todas las piezas han de formar una imagen uniforme. A veces, somos también esos espacios entre piezas. A veces, esas discontinuidades, esas incoherencias, sostienen la partida. Jugar no siempre va de ganar o perder, pero sí de aprender.

Y en ese aprendizaje, el amor, que muchas veces entendemos erróneamente como una dicotomía maniquea, está en reajuste. Y muda de piel. Y cambia de forma. No necesariamente a una conocida. Tal vez aún por conocer. No necesariamente definitiva. Tal vez a nombrar a partir de renombrar. O de omitir. Amor, amores, que se articulan alrededor de una constelación con trazos en continua metamorfosis.   

Se habla, aunque no lo suficiente, de rupturas de vínculos sexo-afectivos. Se habla poco de rupturas de amistades o familiares. Y se habla menos de rupturas con una misma. ¿Se puede “romper” con una misma? Entendiendo la ruptura como el transitar hacia otra forma, romperse por dentro, resquebrajar el hacer habitual, podría romper lo construido hacia fuera. Enunciar “te dejo” como una ruptura con el miedo a que te dejen de querer. Con el miedo a sentir que dejar es no querer. Con el miedo a dejar de cuidar tanto al exterior y tan poco al interior. El miedo a no estar presente sin poder evitar la presencia de la culpa. Ser también sujeto en la posibilidad de transformar una relación y no siempre objeto receptor de la transformación. Para aprender a romper, tuvimos que romper con nosotras mismas. Sentir que “dejar” no tenía por qué ser “abandonar”. Abrazar la red y sus arterias desde la complejidad que entrañan. Calmar la impaciencia ante el dolor. Habitar los espacios vacíos de cada uno de nuestros puzles.

Se puede romper amando y dejar de amar sin romper

Romper y separar las partes de un todo… El hecho de fragmentarse nos lleva a pensar en ese algo, en un mí, en un tú y un yo, en un nosotras, sean una, dos, tres o más quienes conforman la unión… Pero, ¿No será también esta cohesión una ficción? Un yo hecho, que no desecho, al parecer irrompible y sólido, que proyecta una falsa sensación de fortaleza. Y frente a esa fuerza la vulnerabilidad. La nuestra, la tuya, la de todas. Pero si estamos rotas ¿cómo nos encontramos? Con nosotras mismas, contigo, con vosotras…

Pese a los esfuerzos constantes de convencernos a nosotras mismas de que somos vulnerables, interdependientes, que solas no podemos, pero con amigas y redes afectivas sí (mantras bien aprendidos de los feminismos), nos vemos incapaces de encarnar esos discursos, cuando en las noches de ansiedad, nuestro cuerpo explota en llantos y proyectamos hacia ti, hacia vosotras, esa vulnerabilidad… Nos sentimos precarias, confusas y dolidas y deseamos que llegue de una jodida vez el fin de ese proceso que habitamos (otro mantra bien aprendido pero nada aprehendido, ni encarnado). Entonces, desearíamos no habernos expuesto tanto y haber seguido negando ese compartir roturas y pedazos… Pero ese negar, implica negarnos a nosotras a mismas, negarte a ti, negarnos a nosotras, y rechazar cualquier atisbo, sensación y realidad de intimidad…

La intimidad quizás sea precisamente eso, un juego de conflictos y desencuentros (con nosotras mismas, contigo y nosotras).  

¿Cómo estar juntas cuando estamos rotas? ¿Cómo cuidarnos entonces? ¿Dónde establecer la línea entre cuidarte a ti, cuidarme a mí y cuidarnos todas? ¿Cómo mantener el equilibrio y las tensiones en el ejercicio de sostenernos? 

Hemos roto con amigas, familia, parejas, trabajo, terapeutas, con nosotras mismas… También han roto con nosotras, a veces desde el amor y otras desde el desamor. Las rupturas, así como los desamores y desencuentros son dolorosos aunque pensemos que nos llevará a un lugar mejor. Cuando hablamos de romper con una pareja parecemos sentir deshacer lo hecho, dar un salto a otro lugar. Parecen unirse los significados de cada una de las palabras que nos traen a este artículo: separar las partes de un todo, muy cansado, enemistad, encuentro decepcionante. No tenemos significados que nos hagan sentir reconfortantes en una ruptura. “En” ruptura, porque es un lugar. ¿Quién querría estar en un lugar así? Necesitamos que ese lugar, aunque doloroso y lleno de tristeza en muchas ocasiones, sea habitable. Porque sí, hay rupturas que son reconfortantes, llenas de poderío, pues despedirse de aquel lugar que nos unía, ya sea un trabajo, la familia o una pareja, a veces es espantoso, lleno de desencuentros y algunos de ellos de violencia. Pero cuando la ruptura surge de otra dirección que no es el desencuentro, la violencia, esta se vuelve inhabitable. Queremos nuestro texto feminista sobre las rupturas. Lo necesitamos.

Pensando sobre estas rupturas, desamores y otros desencuentros, nos damos cuenta de que el espacio que ocupamos como postpotorras nos aleja de encontrarnos como amigas. Entre la distancia geográfica, los trabajos, doctorados y otras redes afectivas, nos queda poco tiempo para encontrarnos más allá de la carpeta de drive compartida y nuestro grupo de whatssApp. Ese desencuentro, en tanto que encuentro fallido de parte de nuestro vínculo afectivo hace que ahora nos planteemos una ruptura como postpotorras. Esta ruptura nada tiene que ver con quebrar, destrozar, falta de amor o amistad. Al contrario, viene dada por querer fortalecer y mantener nuestra relación amorosa y de amistad. No será una ruptura donde la base sea desaparecer, sino donde prime nuestro tiempo como amigas por encima de nuestro tiempo como postpotorras. Tal vez nos vemos menos por estos lugares postpotorriles o puede que encontrarnos más como amigas desemboque en estar más presentes que antes. 

En cualquier caso, avisamos de que no dejaremos de ser unas mamarrachas, pues ese ha sido y es el lugar desde el cual se articulan todos los lugares que hemos compartido y compartiremos -aunque lo hayamos disimulado en este artículo-.

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