La UE de las 27 voces, ¿en evidencia ante el covid-19?

  • "La crisis del covid-19 está cuestionando la imagen y credibilidad de la Unión Europea como actor político e internacional"
  • "Las instancias comunitarias deben adoptar un rol más coordinado y proactivo para transmitir una verdadera imagen de unión"

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Ana Raya Collado y Mateo Peyrouzet García-Siñeriz, del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas

“La solidaridad europea no existe. El único país que puede ayudarnos es China”[1]. Estas palabras del presidente serbio Aleksandar Vucic, pronunciadas el pasado 16 de marzo en la misma conferencia de prensa en la que declaró el estado de emergencia con motivo de la crisis del covid-19, lanzan un mensaje preocupante para una Unión Europea (UE) puesta nuevamente en entredicho. En términos geopolíticos, la renuncia de la Comisión Europea a enviar material sanitario a Belgrado es, sin duda, una decisión arriesgada, en un contexto de alarma social e incertidumbre política donde los Estados afectados por el virus parecen mirar a Bruselas. ¿Sienten todos ellos lo mismo que Vucic?

Conviene que no sea el caso, pues tales declaraciones denotan una grave pérdida de confianza en la Unión Europea como proyecto de integración política y de bonanza socioeconómica. La situación que refleja es aún más preocupante si consideramos que Serbia es el país de mayor peso en pleno proceso de adhesión a la organización, así como vecindad directa de la Unión, y, sin embargo, encuentra en China a su aliado en momentos de crisis. La lectura última de este hecho es que la crisis del covid-19, más bien, la manera de gestionarla de las autoridades europeas, está cuestionando la credibilidad e imagen internacional de la Unión Europea.

A pesar de que ésta ha adoptado medidas, como la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (los Estados miembros pueden endeudarse tanto como lo necesiten) aprobada por la Comisión Europea, la inyección de prácticamente un billón de euros en la economía europea de la mano del Banco Central Europeo o la restricción de acceso al espacio Schengen, su labor se percibe como insuficiente. A ojos de una gran parte de los países y ciudadanos europeos, la Unión debería estar coordinando la respuesta sanitaria de los 27 Estados miembros. Sin embargo, su acción se limita a apoyar y a reforzar a través de medidas económicas las actividades llevadas a cabo por los distintos sectores sanitarios nacionales, ya que el papel de la Unión Europea en lo que a sanidad respecta es de complementariedad[2]. Es decir, la competencia es de los Estados. Por consiguiente, la Unión actúa, pero las limitaciones con las que lo hace inducen a pensar que tan solo es efectiva en el ámbito económico, mientras que en el político brilla por su ausencia. Es más, que la medida de carácter político de mayor trascendencia tomada hasta la fecha por la Unión Europea sea el cierre de sus fronteras externas, una medida que parece más cargada de simbolismo que de contenido a efectos prácticos en la respuesta frente a la crisis sanitaria, es un síntoma evidente de esta falta de maniobrabilidad de las instituciones comunitarias.

Ahora bien, ¿parte el problema de que la Unión Europea no quiera capitanear una respuesta sanitaria común? ¿O ha sido la reiterada falta de voluntad política de los Estados miembros para ceder soberanía la que ha impedido que la Unión pueda ahora desempeñar un papel más relevante? Volvemos al tradicional escollo para el avance de la Unión: se trata de una integración a medias porque en su seno todavía coexisten la supranacionalidad y la intergubernamentalidad. A la hora de la verdad, los Estados no están dispuestos a renunciar a sus intereses nacionales en favor de unos “europeos”. Es lo que vemos cuando Alemania prohíbe la exportación de material sanitario a Italia y la Unión Europea no puede hacer nada por evitarlo (si bien la Comisión ha logrado que se matice dicha política), o cuando en el Consejo Europeo del pasado jueves 27 de marzo se negaban a pactar una mutualización de la deuda los dirigentes de Países Bajos y Alemania.

Esta prevalencia de la intergubernamentalidad tiene sus consecuencias tanto a nivel intracomunitario como extracomunitario, y crisis como la del covid-19 así lo demuestran. En el plano europeo, el miedo al contagio y el aumento exponencial de individuos afectados por el virus han llevado a una suerte de ‘teatralización’ de la soberanía (en el sentido de cómo los Estados reivindican su soberanía)  mediante el cierre de fronteras, por ejemplo. Esta decisión, o el simple hecho de poder tomarla, acaba transmitiendo un mensaje claro, así como perjudicial para la imagen de la Unión Europea: a la hora de la verdad, cuando la unión se hace verdaderamente decisiva, los Estados se repliegan aferrándose al estandarte de su soberanía. Las implicaciones que esto tiene para un proyecto de integración política que en su propio nombre lleva inscrita la palabra “unión” son demoledoras.

En el plano internacional, una Unión Europea con 27 voces en lugar de una también pasa factura. Si antes de la llegada del covid-19 a Europa ya se hablaba de la posición geopolítica que ocuparía la Unión Europea en una era marcada por la tecnología y la rivalidad sino-estadounidense, ahora que el virus alterará los equilibrios de poderes, todavía más. En esta tesitura, el Estado que encuentre una vacuna eficaz contra el covid-19, o, a menor escala, que preste asistencia y material sanitario a otros que lo necesiten, será aquel que cuando todo esto pase saldrá reforzado geopolíticamente. No solo por los favores que habrá de cobrarse, sino también porque habrá legitimado ante toda la comunidad internacional su modelo de gobernanza global. Esto es algo que China, ya en fase de recuperación, ha entendido a la perfección. Ahora que la aparente inexistencia de contagios le permite respirar más, parte de su política exterior se está centrando en prestar asistencia y material sanitario a países muy afectados por el covid-19, como Italia o España, en lo que supone el despliegue de una gran estrategia de diplomacia pública que contrasta con el escaso impacto mediático de la solidaridad a nivel europeo [3]. Desde un punto de vista geopolítico, la ayuda china permite al gigante asiático penetrar en la Unión Europea a la vez que la debilita enormemente, pues revela la incapacidad de ésta para abastecer a sus propios miembros cuando más lo necesitan. Resulta tristemente paradójico que en el Eurobarómetro de 2017 Italia fuese uno de los países que menos confiaban (39%) en que la Unión Europea pudiese coordinar una respuesta común ante un desastre[4].

En último término, la crisis del covid-19, por su dimensión global y por la forma de gestionarla de la Unión y los Estados miembros, está cuestionando la naturaleza misma del actor internacional Unión Europea. Con su política exterior, ésta se propone ofrecer un modelo de gobernanza global, es decir, un modelo lo suficientemente atractivo como para que la comunidad internacional decida adoptarlo. De ahí que el académico Ian Manners hablase de la Unión como potencia normativa, un actor que trata de exportar hacia el exterior lo que es en el interior (democracia, derechos humanos, libre mercado, desarrollo humano, sostenibilidad medioambiental…). Pero, ¿cuál es el atractivo internacional que puede ejercer una Unión que no es tal? ¿Una Unión que se divide frente a las adversidades? ¿Una Unión cuyo modelo de gobernanza global resulta disfuncional a ojos de la comunidad internacional?

Para que el atractivo del proyecto europeo salga reforzado, o simplemente menos debilitado de lo que parece estar tras las primeras semanas de una crisis que se avecina larga, es necesario que las altas instancias comunitarias (la Comisión, las presidencias del Consejo y el Parlamento Europeo, del BCE, del Eurogrupo, etc.) adopten un rol más coordinado, proactivo, y logren generar, en sintonía con aquellos gobiernos convencidos de la necesidad de una respuesta europea (como es el caso del Gobierno de España), la masa crítica necesaria que haga ceder a los gobiernos más reticentes ante lo que es una evidencia: esta crisis se ha de abordar a nivel comunitario, desde una perspectiva de protección a la ciudadanía europea. Si en 2008 primó la perspectiva financiera, ahora se ha de poner en liza una Europa social, tanto en la gestión a corto plazo de la emergencia sanitaria como en la respuesta a medio y largo plazo a las consecuencias económicas de esta pandemia.

La creciente presencia mediática en los últimos días de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y del presidente del Consejo, Charles Michel, es una buena noticia, en tanto que se refuerza el vínculo entre los ciudadanos y las instituciones europeas y se transmite la sensación de que estamos más cerca de una respuesta propiamente europea a la pandemia. Ahora falta que las palabras se traduzcan en hechos para que así declaraciones como las del presidente serbio se queden tan solo en el velo de lo anecdótico.

[1] “Presidente serbio elogia a China y lamenta la inexistente solidaridad europea”, La Vanguardia, 16 de marzo de 2020. Disponible en https://www.lavanguardia.com/vida/20200316/474191509503/presidente-serbio-elogia-a-china-y-lamenta-la-inexistente-solidaridad-europea.html

[2] Véase Artículo 168.7 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.

[3] ‘COVID-19: European solidarity in action.’ Comisión Europea. Disponible en https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/en/FS_20_563

[4] Eurobarómetro. Disponible en https://www.europarl.europa.eu/at-your-service/es/be-heard/eurobarometer/plenary-insights-march-2020

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