Un futuro-escafandra

  • "La escafandra salvadora deberá protegernos del exterior, aprovechar ciertos recursos y garantizarnos esa comunicación ubicua y permanente"
  • "Este aparato deberá poder filtrar, con total seguridad y eficacia, los aires envenenados que nuestro admirable desarrollo socioeconómico nos viene deparando"
  • "Ya habrá tiempo de incorporar nuevas aplicaciones científico-tecnológicas que conjuren, con el éxito esperado, sucesivas enemigas y probables amenazas"

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Se venía venir y, en realidad, no puede ser de otra manera. La inseguridad que introduce en nuestro mundo un virus como el covid-19, de aparición tan aleatoria como agresiva, de permanencia tan persistente y con tan pocas posibilidades de erradicación completa y tranquilizadora, ha hecho que la Organización Mundial de la Salud se haya decidido a recomendar el uso de mascarillas más allá de dónde y cuándo se considere aplacada la pandemia; ya que el uso forzoso o preventivo, puntual o permanente, de esa mascarilla (sobre cuyas cualidades físico-médicas se vienen desarrollando discusiones, peleas y hasta tratados mutidisciplinares) se ha situado en el centro de la lucha contra este virus y sus estragos.

Asistimos a una “metafísica de la mascarilla” y al epítome de la defensa desconcertada frente a un enemigo invisible pero cualificado y feroz; un enemigo que anuncia situaciones temibles y que nos advierte de un mundo y un vivir indigno e indecente (si bien, merecido). Así que conviene que nos veamos, a fuer de realistas y admitiendo lo que de aleccionador tiene esta plaga, ante un futuro de mascarillas, una vida enmascarada, un deambular y un vivir encapuchados y encapsulados: un futuro-escafandra, vaya, ya intuido desde que la contaminación urbana, más el menudeo de los accidentes industriales (y la advertencia sociológica de Ulrich Beck con La sociedad del riesgo, 1986), nos obligaran a reflexionar sobre ello.

Mi contribución a esa profecía, indeseable y distópica, quiere ser realista a la vez que imaginativa: puestos a anticipar, seamos rigurosos, pero no nos cortemos un pelo. La escafandra salvadora deberá reunir, al menos, tres notas conceptuales: protegernos del exterior, aprovechar ciertos recursos y, al tiempo, garantizarnos esa comunicación ubicua y permanente, sin la que ya no concebimos nuestra vida, con ese entorno del que tendremos (¡qué curioso!) que escondernos. De ahí que, en el diseño que proponga, lo que en principio se nos aparece como mascarilla humilde y asequible, debe ser inmediatamente elevado a la categoría de escafandra pretenciosa y multiuso (o sea, compleja y cara: otro inmenso negocio que se perfila gracias a nuestras desgracias), ya que los virus que nos acosarán con cada vez más frecuencia y letalidad, serán sólo una parte del desafío al que nos enfrentaremos. Por eso, este aparato deberá poder filtrar, con total seguridad y eficacia, los aires envenenados que nuestro admirable desarrollo socioeconómico nos viene deparando, sí, pero también deberá proporcionarnos otras funciones, tanto defensivas como “expansivas”. De tal manera que el sistema purificador del que nos dotemos deberá ser capaz, además de retener los virus malignos, de neutralizar los óxidos de nitrógeno (NOx) y el monóxido de carbono (CO) procedentes del tráfico automóvil, así como el cada vez más familiar ozono (O3) formado en las atmósferas urbano-industriales; y el mayor número posible de tantos y tantos compuestos químico-tóxicos con que el mundo industrial nos distingue tan alegremente, entre los que se deberán incluir los llamados compuestos órgano-clorados (COV), tan volátiles como insidiosos, y muchos más: los espléndidos avances en ciencia y tecnología, de los que proceden estos enemigos, deberán conseguir su neutralización, y así los esforzados sabios que nos crean los problemas tendrán ocasión de purgar sus pecados liberándonos de su propio trabajo: toda una hermosa oportunidad para la economía circular, que es como se llama ahora a la rotunda incapacidad de la maquinaria económica de desarrollar procesos físico-químicos limpios e inocuos para los seres vivos. Otro éxito, indiscutible, para el desarrollo sostenible.

Por supuesto que deberemos estar protegidos de las cancerígenas radiaciones ultravioletas (rayos UVA) con que el Sol nos fustiga tras habernos cepillado, con el adelgazamiento consiguiente, la protectora capa de ozono estratosférico mediante los activos y socorridos compuestos de cloro-flúor-carbono (CFC); así como de su molesta luminosidad y sus destellos peligrosos. No deberemos olvidar que esa protección debe prever también la radiactividad de tipo nuclear siempre amenazante, que nunca se sabe. Así que la protección ante radiaciones ionizantes será la primera razón para una cuidadosa selección de los materiales a utilizar; la segunda será la necesidad de dotarnos de la capacidad suficiente para captar y utilizar la energía (solar fotovoltaica, naturalmente) que mueva este despliegue de instrumentos y sistemas, del tipo de los semiconductores.

Y ya que estamos, que nuestro práctico invento nos proteja también de la Luna y sus alucinaciones, o sea, de la noche procelosa, siempre incierta y habitada por temores, tanto si son reales como si son imaginarios: los mecanismos de alerta y socorro, en general, deberán ir incorporados, por si acaso, que la seguridad ciudadana puede flaquear. Por tanto, deberemos poder ver en la oscuridad, como en la guerra.

Que no se nos olvide citar el ruido, del que es muy importante aislarse, y eso nuestra meditada escafandra lo arregla sin mayor problema. Yo añadiría a las prestaciones, digamos, bioquímicas, de esta escafandra de tan universal vocación, la capacidad de purificar el agua de lluvia, en un ejemplo de aprovechamiento ecológico de los recursos, ya que el agua de bebida es cada vez menos de fiar; y así podremos disponer del líquido elemento para uso propio y directo, aunque previo tratamiento, ya digo, que ni siquiera la que nos cae del cielo es ya un agua pura: arrastra metales pesados y agentes tóxicos de variada procedencia, destacando como origen nuestra muy rentable (y tóxica) agricultura de exportación, así como las manipulaciones climatológicas, que no sólo se practican en el medio agrícola-intensivo.

A la casuística amplia, variopinta, prometedora, de la peligrosidad de contaminantes y radiaciones, hay que añadir el ímpetu de la híper-comunicación, que continuará su marcha triunfal hacia la más indiscutible necedaz, cuando el flujo abrumador de información-basura, a más de ocuparnos media vida, nos atonte y reduzca a niveles más próximos a la animalidad indocta que a la especie –que dicen– ilustrada y sabia. Así que dotaremos a esta genial escafandra de todo lo necesario para recibir y emitir información, previendo que sea el giro y la luz de los ojos los que muevan y activen estas interfaces con el exterior. Esta alta comunicabilidad, orgullo de la electrónica más brillante, modulará e incluso transformará, la palabra humana, aérea y traqueal, sibilante e identificatoria, que dejará de tener sentido sofocada por tan hermético artefacto, y acabará por fenecer; nos quedarán, eso sí, los gruñidos.

Se impone, pues, una cuidadosa selección de las características físicas (electromagnéticas) del despliegue comunicacional a adoptar, es decir, las frecuencias, las amplitudes eléctricas y magnéticas, la densidad de potencia, el índice de absorción específica, etc. Y ya que esas radiaciones que emitiremos y recibiremos son de cuidado, también habrá que decidir el modo y los materiales de protección para nuestro cerebro, que no es de piedra; si, como se ve venir, acaban imponiéndonos el despliegue 5G de comunicaciones móviles, tan incisivo como estúpido, estas medidas de protección deberán incrementarse sensiblemente.

Seguiremos avanzando, qué duda cabe, por la senda de la híper-comunicación resultando, inevitablemente, híper-contaminados, ya que la radiación electromagnética que nos envolverá de comunicación e información, y que nos separará tan radicalmente del exterior, crecerá en intensidad según nuestra nueva vida se amplíe y enriquezca, en cantidad y calidad. Porque esas radiaciones, energéticas y ávidas de interactuar con organismos tan bioeléctricos como los mamíferos, en este caso, humanos, deberán tomarse en cuenta. (Por supuesto que las empresas de telecomunicaciones, y todo el universo mediático que de ellas se alimenta, jurarán por sus niños que sus radiaciones son inocuas, pero mentirán, como mienten desde hace medio siglo, ya que nunca serán capaces de reconocer que su irrupción en la biosfera no puede beneficiar a todos, ellos y nosotros, y que su negocio no entiende de salud.)

Por supuesto, toda esa cavidad, aunque vaya un poco ajustada, tendría que ir climatizada, ya que la cabeza es la parte más delicada de nuestro cuerpo, y eso, más tantas fabulosas funciones que de la escafandra-prodigio esperamos, incrementa sensiblemente las necesidades, no sólo de captar energía, sino también de almacenarla. Lo mejor es dar un salto cuantitativo y hacer que la escafandra sea total, es decir, que nos pille el cuerpo entero, como a los buzos; qué digo, buzos: como los astronautas, que tienen que hacer frente a la hostilidad de atmósferas inhabitables como la de la Luna o –dicen que pronto– la de Marte. A fin de cuentas, también nosotros, con este artefacto integral, nos preparamos para la progresiva inhabitabilidad de la atmósfera terrestre, testigo del desarrollo de las más altas cotas del intelecto humano.

Tampoco mejoraremos en movilidad, debido a la pesadez inevitable del traje salvador, pero andar, lo que se dice andar, cada día es menos imprescindible, y las maravillas de la ciencia y la tecnología ya nos lo resuelven, astutamente, con el teletrabajo, la telecompra, la teleconferencia, el televiaje, el teleabrazo, etc.

Esta prodigiosa creación que aquí pergeñamos será orgullo del mejor liberalismo: ese que, decidido a acabar con la historia y que, en su versión más individualista, encuentra genuina expresión en esta escafandra polimórfica, poliédrica, polifacética y polivalente confirma, además, que la sociedad, si es que existe, no es necesaria para nada: un aserto esencial, entre los postulados liberales más agudos.

Es seguro que algo me dejo en el tintero, pero dejemos que tan prometedor futuro nos lo vaya mostrando, que ya habrá tiempo de incorporar nuevas aplicaciones científico-tecnológicas que conjuren, con el éxito esperado, sucesivas enemigas y probables amenazas.

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