FOTOCHOP
Un inglés, un francés y un español
- "Tampoco los que vivimos en Madrid nos merecemos la ira de Dios solo por padecer el ‘gobierno’ de Díaz Ayuso"
- "Isabel metamorfosea en Daisy con morros de Carmen de Mairena, en una especie de Betti Davis engullida por Baby Jane"
Cuando estaba en la escuela contábamos muchos chistes que empezaban con aquello de “había un inglés, un francés y un español”. En esa época de mocos y pantalones cortos me parecía que los franceses eran unos tipos que llevaban siempre un trozo de queso debajo de la napia y los ingleses unos señores estirados que se atusaban el bigote con un mano mientras sostenían una taza de té con la otra. Algunos, los más listos, añadían una lupa, una gorra de cuadros y una pipa al atrezo y tenían un amigo que atendía al nombre de Watson.
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En aquellas historietas, que solían acontecer en un destartalado aeroplano con los motores averiados, el pícaro español se las arreglaba para quedarse con el único paracaídas de a bordo mientras el gabacho y el lord —pobres diablos— se precipitaban al vacío a pelo y condenados a una muerte segura. Me temo que la chanza estaba empapada de un complejo de inferioridad que todavía hoy palpita dentro de nosotros. Ya pasó cuando, durante la crisis financiera, algunos daban palmas con las orejas cada vez que la prima de riesgo italiana superaba la nuestra —“¿quién dijo patético?” —, y vuelve a ocurrir ahora, en estos aciagos días, en cuanto los telediarios sitúan a España por debajo de Francia, Italia o Gran Bretaña en alguno de los macabros gráficos que nos está dejando el pertinaz virus.
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La ecuación funciona lo mismo si cambias al inglés, al francés y al español por un vasco, un catalán y un andaluz. Parece que, a nivel doméstico, la vuelta a la inquietante “nueva normalidad” —que no será ni nueva ni normal, — está regida por el científico, mesurable e incontestable principio de “maricón el último”. “Los gallegos, que lo sepas, ya hemos abierto las terrazas de los bares. ¡A xoderxe!”. Esta perversa querencia por hacer de todo una competición no puede traer nada bueno. No señor.
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Lo de confundir a los pueblos con sus gobernantes tampoco suele resultar aconsejable. Es un asunto recurrente en la historia y sus consecuencias son desastrosas. Todos sabemos que Trump es un indeseable, un mamarracho, un sinvergüenza, un mentiroso, un fascista, pero no tengo claro que sea de ley desear que sus votantes, cuantos más mejor, caigan fulminados tras inyectarse un chute de Fairy para tratarse lo del covid. Podríamos decir lo mismo de los brasileños. No parece razonable que por estar en manos de Bolsonaro les deseemos a todos castigo eterno… Y así, de paso, hasta las estadísticas nos darían la razón.
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Tampoco los que vivimos en Madrid nos merecemos la ira de Dios solo por padecer el ‘gobierno’ de Díaz Ayuso, aunque es evidente que alguna responsabilidad tendremos en eso y que sería muy conveniente no olvidarlo para cuando toque votar de nuevo. Ayuso es una mala copia del pícaro de los chistes. Es como esos niños que cuando están con otros niños dicen “teta”, “culo” o “chocho” con la intención de reclamar su atención y obtener su complicidad. El problema es que, mientras los otros niños han ido creciendo, ella mantiene el discurso del “tetaculochocho”, aunque ya nadie se ríe con él. Es entonces cuando el pícaro —la pícara en este caso—, transmuta en marioneta bufa, en títere sobreactuado paseando cual meliflua libélula entre los camastros vacíos de Ifema. En ese momento Isabel metamorfosea en Daisy con morros de Carmen de Mairena, en una especie de Betti Davis engullida por Baby Jane. Patética, ridícula, tremendamente ignorante; máscara hueca que manipula un tipo que antes tenía bigote y que ahora, aunque se lo afeita, lo sigue teniendo. Un bigote perpetuo, como las nieves del Aneto o el valor del Cid Campeador; una sombra de mostacho imposible de esconder o disimular: un bigote a todas luces preconstitucional.
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Siempre he pensado que el Primero de Mayo va, entre otras cosas, de eso. De que los malos no son los brasileños, los norteamericanos, los jodidos británicos del Brexit. Ni tan siquiera ese esforzado vecino que sale al balcón a aporrear su cacerola para tocarnos los cojones debería serlo. El Primero de Mayo va de que, como decía Marcelino Camacho —¡y algunos nos reíamos!—, los malos son las multinacionales, las oligarquías económicas y financieras, los sátrapas, los paraísos fiscales, los putos chulos, los corruptos, los fanáticos. El enemigo es, ha sido y seguirá siendo el fascismo, la incultura, la injusticia, la ignorancia, la pobreza, el miedo. Y va también de que la empatía, la educación, la igualdad, la solidaridad y el amor siguen estando ahí, esperando que un maldito jipi meta una moneda en la gramola y elija la canción de la utopía.
Muy bueno. Si señor