FOTOCHOP (XX)

Manteca

  • "Parece que algunos solo se acuerdan de aquello de la mayoría silenciosa cuando les cuadra en el argumentario"
  • "Con medio millón de tíos de menos de 25 en paro y una tasa de desempleo juvenil cercana al 33% sorprende que solo nos acordemos cuando se quitan la mascarilla"

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Resulta conmovedor el transversal consenso del rebaño tertulicida respecto a la actitud irresponsable de los jóvenes que se pasan las restricciones sociosanitarias por la entrepierna y se juntan a bailar, a hacer botellón y a meterse mano en el primer polígono que pillan a tiro. La idea-fuerza de que no solo se ponen en peligro a sí mismos, sino a todos, es tan incontestable como la histórica resistencia de los instalados a hacer sitio a los que van llegando. La frase “si se quieren matar que se maten, pero que no vayan por ahí jodiendo a los demás” debe ser ya tremending topic no solo en las redes, sino en las terrazas, que, por cierto, se me hacen más tristes que las de antes. “A esos”, zanjó uno de los clásicos del barrio apoyado en el quicio de la puerta del bar con la mascarilla colgando a la altura del codo izquierdo y un botellín de Mahou en la mano diestra, “les daba yo manteca”.

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La primera trampa del debate es identificar al colectivo de jóvenes con las decenas o cientos de mamarrachos que nos muestran a diario las teles saltándose las normas. Parece que algunos solo se acuerdan de aquello de la mayoría silenciosa cuando les cuadra en el argumentario. Si los 4,7 millones de españoles que tienen entre 15 y 24 años, si una décima parte de los 4,7 millones de españoles que tienen entre 15 y 24 años, si la mitad de la décima parte de los 4,7 millones de españoles que tienen entre 15 y 24 años fueran unos descerebrados, entonces sí tendríamos un problema de salud pública… Y no lo digo solo por la pandemia.

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Una vez desbrozado el alcance real del contubernio generacional podríamos repasar también, ya que estamos, un par de asuntos más. Tengo la impresión de que los jóvenes solo salen en el Telediario cuando se rompen la crisma saltando de los balcones, cuando se destripan de cinco en cinco en las carreteras secundarias durante la época de fiestas patronales y, eso sí, cuando los chicos o las chicas de la Sub-19 o la Sub-21 ganan el mundial de basket, de fútbol o de tiro con arco. ¡Ah! Se me olvidaba… ¡Y en las galas de Operación Triunfo! Ya sabes, ese chute de tele realidad que hace palidecer el trabajo de Michael Moore en Bowling for Columbine.

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El modelo de joven con el que nos bombardean los medios, las redes y hasta las presentaciones digitales de las universidades privadas es el del chico/chica despreocupado y sano que quiere triunfar, o lo que es lo mismo, ser alguien, a ser posible relevante, y hacer pasta; cuanta más mejor. Las malditas series de adolescentes están reventadas de guapos neoyorkinos que no se parecen nada a los púberes algunos bien entrados en carnesque veo transitando por las calles. Si a esto añadimos el falso mensaje de que todo lo que te propongas es posible con trabajo duro y que si fracasas no es porque hayas nacido en una chabola, porque tu padre sea un maltratador o porque en tu casa no haya Wifi, sino porque no te has esforzado lo suficiente, nos encontramos con un panorama que para muchos de ellos debe resultar, cuando menos, perturbador.

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Basta con perder diez minutos en la página del INE o en la de Cáritas y consultar las estadísticas relativas al paro, a los modelos de contrato, a las remuneraciones o al porcentaje salarial que un joven debe dedicar a la compra o al alquiler de una vivienda para colegir que las cosas no pintan bien para nuestros muchachos. Con medio millón de tíos de menos de 25 años en el paro y una tasa de desempleo juvenil cercana al 33% sorprende que solo nos acordemos de ellos cuando se quitan la mascarilla. ¿Y el resto del tiempo? ¿Qué pasa con el repartidor de Glovo?

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Siendo yo adolescente a los niños pijos de Pamplona sus papis les compraban un loden verde para el invierno y una moto de trial una Montesa Cota74 roja, sexi, carísima para la temporada primavera-verano. Ahora si tienes treinta y tantos, estás en el paro viviendo con tus progenitores y tu padre se te acerca un día arrastrando un vespino de segunda mano posiblemente no te esté haciendo un regalo, sino dándote una idea sobre el tipo de trabajo que deberías empezar a buscar ya, de inmediato, mañana mismo, porque el título ese que te sacaste no sirve para nada. ¡Y del máster que te voy a contar!

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Recuerdo que cuando el Cojo Manteca se acercó a los Sanfermines del 86 algunos paisanos, en su delirio, creyeron escuchar el atronador sonido de las trompetas del Apocalipsis en los riffs de Barricada o La Polla Records que los ‘camatas’ del Casco Viejo pinchaban a su paso. El Cojo Manteca que nació en Mondragón en septiembre de 1967 y falleció a causa del Sida en Orihuela veintinueve años después fue, como otros miles y miles de jóvenes que murieron de mala manera, un “producto de su tiempo”. En la actualidad, los “productos” son distintos, porque los tiempos también lo son, pero lo que no cambia es que entonces y ahora los jóvenes solo entran en la agenda cuando se lían a hostias con la muleta contra el cartel del metro de Banco de España o cuando se juntan desenmascarados para beber y sofocarse las hormonas. “El resto del tiempo se lo deben pasar enredando con el puto móvil”, o eso se dice en las doctas tertulias de las terrazas del barrio… Y en la de Ana Rosa, que no será joven, pero vaya grima da.

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