IDEAS

Dime qué necesitamos (IV). La línea recta conduce a la caída de la humanidad

  • "La cultura, la herramienta capaz de volver a dotarnos del instrumento más poderoso de la especie humana: la imaginación, que nos permite pensar futuros diferentes"
  • Harari plantea que “la gente únicamente se siente comprometida cuando comparte un vínculo básico con la mayoría de las demás personas”
  • "Cabe reflexionar en torno a la dependencia que estamos desarrollando hacia tecnologías que no son energéticamente sostenibles en el tiempo"

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El ocio y la creación son la sexta y séptima necesidades básicas que Max Neef esbozó en su día y a través de las cuales nos desplazaremos en esta cuarta entrega de la serie sobre necesidades básicas de Max-Neef. Releyendo recientemente a la economista Rocío Nogales, constaté que la insostenibilidad en los tiempos que vivimos no es solo de naturaleza material (agotamiento de minerales, escasez de agua o contaminación del aire y la tierra) sino que revela un agotamiento psicológico. Ese agotamiento de nuestros cuerpos y almas se conoce como crisis socioecológica y se sustenta en la paradoja esencial de que las propias personas afectadas renuncian al poder inherente a ellas de transformar la situación.

En tiempos de agotamiento como estos, puede que la cultura —accesible, popular— represente un plano de nuestras vidas donde refugiarnos y generar espacios de alegría, diversidad, convivencia, intercambio y transformación. A este respecto, afirma Dave Randall en Sound System: El poder político de la música, que “cuanto más experimentamos lo satisfactorio que puede ser organizar colectivamente un evento cultural, más confianza tendremos para explorar la posibilidad de que la organización colectiva funcione también en otros ámbitos de la vida”. Puede que la cultura represente la herramienta capaz de volver a dotarnos del instrumento más poderoso con que cuenta la especie humana: la imaginación, que nos permite pensar futuros diferentes. Esta, junto al otro elemento que diferencia a la especie humana del resto de especies animales —la capacidad de cooperar de manera masiva y flexible— representan dos elementos posibilitadores de la construcción de nuevos sentidos —nuevos órdenes imaginados, en palabras de Harari— que nos doten de nuevas formas de entender el sentido de la vida para la especie humana —que superen la fe religiosa y la fe en el crecimiento económico infinito como motor de felicidad— y que permitan aglutinar a una gran mayoría de la población del planeta en torno a otras creencias que nos animen a cambiar nuestros modos de vida.

En este sentido, el Manifiesto por una renta básica universal recientemente impulsado desde el ámbito cultural, plantea que la renta básica universal sería la mejor política cultural, en cuanto, dicen, la cultura no se construye únicamente desde las personas que se dedican a ella, sino también desde el público en general. “Si la vida social no está garantizada, la cultura no es viable o acaba siendo un recurso insolidario y elitista”, afirma.

También en el ámbito cultural se ponen en marcha a lo largo de todo el mundo nuevos mecanismos de gestión de servicios públicos culturales, en los que se avanza desde un paradigma de colaboración público-privado, hacia un modelo de co-gestión público-cooperativo-comunitario. Es decir, en los que se ponen en práctica nuevas formas de relación entre la administración, la ciudadanía y el tejido empresarial de las ciudades: los modelos de gestión cooperativa de recursos públicos básicos como el agua o la energía o la materialización de nuevas formas de gestión de los terrenos y la vivienda —en el país donde durante los años de la crisis se construían más viviendas que en Francia, Alemania e Italia a la vez—, son herramientas que la economía social y solidaria pone al alcance de las instituciones municipales de cara a la construcción de instituciones más democráticas y de su propio fortalecimiento como modelo económico alternativo. Son los casos de Geltoki en Pamplona, Harinera Zaragoza, UfaFabrik en Berlín, Can Batlló y el Ateneu 9Barris en Barcelona, etc.

Claro que para poder crear y participar, es necesario contar con tiempo. “Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de los países en los que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que, desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad. Esa locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, que lleva hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su prole.” Así comienza El derecho a la pereza, de Paul Lafargue, que ya en 1880 proponía la reducción de la jornada laboral para que la sociedad pudiese dedicar su tiempo al ocio, las ciencias, el arte y la satisfacción de las necesidades humanas elementales.

Así discurre Bob Black en su obra La abolición del trabajo: “Para dejar de sufrir, hemos de dejar de trabajar. Eso no significa que tengamos que dejar de hacer cosas. Significa que hay que crear una nueva forma de vida basada en el juego; dicho de otro modo, una revolución lúdica”. En otras palabras: mantener el escaso porcentaje de empleos que sirven para satisfacer nuestras necesidades básicas y reemplazar el restante porcentaje de empleos inútiles, nocivos y al servicio del comercio capitalista por una multitud de nuevas formas de actividad libre y propuestas lúdicas y artesanales. Articular trabajo y juego, creación y diversión.

Conjugar en primera persona del plural, inclusivo

La identidad es la penúltima de las necesidades básicas de Neef. En su libro Homo Deus, Harari plantea que “la gente únicamente se siente comprometida cuando comparte un vínculo básico con la mayoría de las demás personas”. Para poder sostenerse, un sistema necesita contar con un motivo de legitimación que haga posible la complicidad de sus miembros y sin embargo, hoy en día, algunas de las grandes ideas que habían sido aceptadas mayoritariamente hasta el momento (“el sistema económico liberal es eficiente”, “si te esfuerzas conseguirás un trabajo remunerado de manera justa”, “democracia equivale a votar cada cuatro años”, etc.) parecen estar en cuestión. A este respecto, Cornelius Castoriadis afirmaba que la sociedad está desinvistiendo de legitimidad sus instituciones, sin proceder a crear otras nuevas. Lo que se produce es una crisis del proyecto identificatorio, en la que no tenemos objetivo como sociedad y, por extensión, tampoco como personas individuales.

¿Cómo cambiar entonces la sociedad si los actores del cambio somos precisamente los individuos en los cuales se encarna lo que debe ser cambiado? Creando realidad paralelamente al sistema establecido. Aprender haciendo. Recuperando el verdadero significado de la política, trasladando el poder al ámbito de la colectividad. Solo un movimiento global donde todos los individuos aprendan lo que es la verdadera vida colectiva podrá representar una oportunidad de cambiar las bases sobre las que el sistema funciona. Esto se logrará tan solo siendo conscientes de nuestra propia existencia y finitud, y de la existencia de generaciones futuras que habitarán este planeta en un contexto de superación de todos los límites biofísicos del planeta. Ello implica un movimiento que rescate la posesión de nuestra propia fuerza de trabajo, y por tanto, el control sobre nuestras vidas. En definitiva, una transformación antropológica de nuestra condición de humanos que nos permita adquirir consciencia de que somos nosotros los únicos que podemos dar significado a nuestras vidas y darnos nuestras leyes. ¿Es esto posible?

Sólo tenemos un par de nalgas

Y por último, la libertad. El confinamiento ha puesto en el centro del debate el dilema que se establece entre la monitorización tecnológica y la asunción democrática por parte de las sociedades de su responsabilidad para ocuparse de sí mismas. Si bien ya desde hace años se da una implantación de sistemas masivos de vigilancia en todos los regímenes políticos, lo que ahora parece estar ocurriendo es una transición desde los sistemas de vigilancia por encima de la piel hacia sistemas de vigilancia dentro de la piel, los cuales permiten medir aspectos como la temperatura corporal, la presión arterial o el ritmo cardíaco, datos que permiten, a su vez, acumular suficiente información como para saber cómo se siente una persona en cada momento del día. Las pulseras biométricas, por ejemplo, no miden únicamente la fiebre: miden las emociones y cómo algo nos afecta y nos hace sentir, con todo lo que de ello se desprende. Como afirma el artículo “¡Desde ahora!”, publicado en Le Monde diplomatique, “la regresión histórica del derecho inalienable a no dejar huella del propio paso cuando no se ha transgredido ninguna ley se está instalando en nuestras mentes y nuestras vidas”.

A pesar de que los debates sobre el derecho a la desconexión digital en el ámbito laboral —regulado en España por primera vez en 2018, pero sin implantación en la mayoría de empresas— o el derecho al olvido —por el que las personas europeas tienen derecho a la supresión de cierta información sobre sí mismas que se encuentre en Internet, aunque con excepciones— han cobrado cierta presencia, estamos muy lejos como sociedad de darle a este tema la importancia que tiene, la cual es hoy más visible que nunca a raíz de la difusión libre y masiva de desinformación y de las consecuencias que la misma provoca. Para terminar con una pizca de humor, cabe mencionar la estrategia del Gobierno de Taiwán adoptada para combatir la desinformación en torno al covid: Humor Sobre Rumor, consistente en la utilización del humor como herramienta para anular las noticias. Como respuesta a dichas desinformaciones, el gobierno taiwanés viraliza durante las dos horas siguientes a la fake news bromas o memes que contienen los datos correctos. Además, se localiza a las personas perpetradoras de la fake news y se las recluta como aliadas en el combate contra la desinformación. Ejemplo de esto fue la divulgación de un bulo en torno al desabastecimiento de papel higiénico en el país, el cual fue desactivado a través de un meme con la imagen del primer ministro de espaldas y con la leyenda “solo tenemos un par de nalgas”. Además, el meme aportaba información sobre las cadenas de abastecimiento del papel higiénico.

En una sociedad global que avanza imparable hacia la robotización y la digitalización, cabe una revisión crítica de las tecnologías que atentan contra la vida, contribuyen a la concentración del poder y no enfrentan el reto de los límites ecológicos del planeta. Un dato: un teléfono móvil de 80 gramos emplea más de 60 minerales distintos y 44,4 kg de recursos naturales para fabricarse y funcionar. Otro: solo durante el siglo XX la humanidad ha consumido diez veces la energía que ha usado durante todo el milenio anterior y más de la consumida en toda nuestra historia. Cabe reflexionar en torno a la dependencia que estamos desarrollando hacia tecnologías que no son energéticamente sostenibles en el tiempo. Actualmente el 8% del consumo mundial de energía lo genera Internet, y las previsiones al respecto no apuntan a una reversión de la tendencia.

La frase del titular pertenece al artista austriaco F. Hundertwasser

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