Hay trenes que ya no pasan por Madrid

  • "Iglesias, Casado y Sánchez son de Madrid y han protagonizado sus grandes conflictos desde ahí, muchas veces a costa de dejar de lado sus partidos en el resto del Estado"
  • "Es una gran noticia que el vacío que deja la frustración del “asalto a los cielos” sea recogida en el discurso de cambio de Bildu y BNG y no por el PSOE de Sánchez"
  • "Los Gobiernos son un medio, no un fin en sí mismo, sean estos de izquierdas, de derechas o un frente nacional"

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A principios de los 2000, José María Aznar quiso dejar claro que el objetivo del AVE era el de crear “una red ferroviaria de alta velocidad que en 10 años situara a todas las capitales de provincia a menos de cuatro horas del centro peninsular”. Este patrón no era nuevo, venía a seguir completando el modelo centralista y radial de infraestructuras en España iniciado a mediados de 1855. Un proyecto que, como es sabido, siempre ha sido uno de los principales ejes de disputa en el modelo territorial español, desde la Extremadura aislada pasando por el invertebrado País Valencià.

Ese modelo de comunicaciones ha tenido, especialmente en los últimos años, un correlato político para los partidos de ámbito estatal según el cuál las principales batallas en España pasaban por Madrid. Pablo Iglesias, Pablo Casado y Pedro Sánchez son de Madrid y han protagonizado sus grandes conflictos desde ese territorio, muchas veces a costa de dejar de lado sus partidos en el resto del Estado en beneficio de sus internas. Por su lado, Ciudadanos y VOX, en virtud de su propio proyecto ideológico, también han ido desplazado a sus principales dirigentes hacia la corte.

Después de las elecciones gallegas y vascas, hay, por lo menos, dos trenes políticos que han desafiado el sistema radial y se han desviado de Madrid de los nuevos dirigentes: el del cambio político que mira hoy al soberanismo de izquierdas y el de la recuperación del Partido Popular como fuerza de Gobierno que parece tener su única esperanza en la dirigencia gallega.

Centrándome en la primera hipótesis, intentaré ordenar en este artículo algunas de las cuestiones que desde el punto de vista de la crisis territorial pueden explicar los resultados de Galicia y Euskadi, así como apuntar algunas cuestiones de cara a las posibles elecciones catalanas. En este sentido, me centraré en dos planos de análisis: uno que tiene que ver con la gestión de la covid-19 y la “cuarta crisis territorial” a la que se refería Xavier Doménech en un reciente artículo para el Instituto Sobiranies; el otro tiene que ver con una tendencia estructural que viene reflejando el cierre de ciclo que abrieron el 15M y el procés.

Por España: ¡Cerrad Madrid!

Los grandes acontecimientos son siempre corrientes de estado de opinión cambiantes y atentas que basculan entre reclamaciones inconexas. Son los momentos de máxima audiencia, cuando todas las conversaciones giran entorno a un solo tema y la vehemencia de nuestros argumentos nos cuesta algún que otro encontronazo. Ningún momento es más fértil para intervenir políticamente ni en ningún otro es más importante escuchar como se mueve la interpretación de los hechos, dónde está el foco y cómo todo ello se va jerarquizando en la opinión pública.

Las elecciones gallegas y vascas son, en parte, consecuencia directa de una de las frases que mejor resumió uno de esos estados de opinión durante los primeros días de máxima atención: cerrad Madrid. Parece que haya pasado un siglo, pero si algo puso de acuerdo a valencianos, catalanes, turolenses o gallegos en el momento más sensible de la pandemia era que había que cerrar el foco de contagios a imagen y semejanza de lo que había hecho el Gobierno chino con Wuhan. Un antagonismo que, por otro lado, encarnó a la perfección Isabel Díaz Ayuso desde las televisiones de todas las casas del país con sus especiales dotes conciliadoras. Vistas las consecuencias, si mi prioridad fuese la “unidad de España”, en vez de caravanas por la libertad, habría salido a Colón a reclamar el cierre de la Madrid.

En el repunte de la crisis territorial, primero fue el agravio, pero después vino el refuerzo positivo que involuntariamente dio el mando único a la mayoría de gobiernos de las comunidades autónomas. Se puede discutir mucho sobre si el mando único era la única o la mejor opción, pero lo que está claro es que obligaba al Gobierno y a Sánchez en particular a asumir en primera persona todos los errores que se pudiesen cometer. Hacer copartícipes a las Comunidades Autónomas e, incluso, al conjunto de partidos de la oposición, hubiese dado margen al Presidente para distribuir y atribuir responsabilidades en una gestión difícil que en muchos periodos no estuvo bien valorada por la ciudadanía.

La mayoría de los gobiernos autonómicos aprovecharon la oportunidad. Algunos como el Gobierno catalán se centraron en marcarle el paso Pedro Sánchez adelantándose en aquellas propuestas que contaban con el apoyo de la agenda mediática y ciudadana. Otros, como Ximo Puig en el País Valencià, decidieron exprimir el margen de maniobra que les quedaba liderando políticas vistosas y bien recibidas como los aviones de material sanitario venido de China que el propio President de la Generalitat fue a recibir.

Esa acción se plasmó en las tendencias de voto (Feijóo, pero también Ayuso durante el inicio de la pandemia), como también en algunos barómetros de opinión como por ejemplo, en Catalunya, dónde el barómetro de TV3 y Catalunya Ràdio señalaba en abril una diferencia de más de 15 puntos entre la ciudadanía que aprobaba la gestión de la Generalitat (63,9%) y los que aprobaban al Gobierno (48,4%), unos datos muy similares a los recogidos por el Barómetro de Barcelona. Este no fue el caso, sin embargo, de Urkullu, cuya gestión en el Deustobarómetro rozaba el aprobado junto a la del Gobierno central aunque sí consiguió mantenerse como el líder mejor valorado de Euskadi.

El repunte territorial

La crisis territorial e identitaria no es una parcela de la que a veces nos cercioramos cuando los partidos independentistas ganan fuerza o los catalanes montamos alguna manifestación, es una mirada transversal con suficiente fuerza como para dar explicaciones factibles a casi todos los problemas que salen a la luz pública. Y esa mirada ha sido central en todo el transcurso de la legislatura en Madrid: por un lado, gracias al peso de la fragmentación parlamentaria de raíz territorial; por el otro, gracias a Vox que se enuncia como espejo inverso de todo lo demás.

En este sentido, la covid estalla durante la etapa política con más partidos de la historia de la democracia en el Congreso a los que la aritmética parlamentaria les concede una voz y una centralidad política pocas veces vista. Una posición que da, especialmente al soberanismo de izquierdas, la oportunidad de formar parte de simultáneamente de la mayoría de la investidura como del conjunto de formaciones a la izquierda del Gobierno. En clave autonómica, dicho papel otorgó a Bildu y BNG un rol inmejorable ante el electorado de izquierdas desde el que poder hablar en primera persona de las conquistas del Gobierno cuando se polarizaba con la derecha, pero ser el garante de llevar todas esas políticas mucho más allá en sus propios territorios. Para muestra, el careo entre Alberto Núñez Feijóo y Ana Pontón en el debate electoral gallego.

Esta estrategia acompañada de un discurso centrado en movilizar la esperanza de cambio político que Bildu ya ensayó en las últimas elecciones autonómicas ha sido clave a la hora de ser la primera fuerza entre el voto joven. Algunos han llamado a esto “podemización” de las fuerzas soberanistas de izquierdas. Discrepo parcialmente. Creo que en el caso de Bildu hay algo mucho más ambicioso que mira más al PNV que a Podemos en el que los abertzales han conseguido disputarle a los jetzales el voto útil en el País Vasco. Una suerte de PNV “de izquierdas” que ha conseguido mejoras para todo el Estado como en su día ensayó el Aitor Esteban con la subida de las pensiones. Esa no ha sido la estrategia de ERC en sus negociaciones, más allá de la lista de demandas de izquierda desde la tribuna y las votaciones, siempre se han centrado en la agenda nacional con la mirada puesta en sus socios de JxCat. Tampoco ha sido la del BNG, quién se ha visibilizado más por el lado de la agenda gallega que perdió muchas posiciones en el discurso de Galicia en Común después de que Yolanda Díaz entrara en el Consejo de Ministros.

La amplia representación territorial en el Congreso y el trasvase de votos de Unidas Podemos a fuerzas como Bildu y BNG tienen, a mi entender, dos mensajes positivos. El primero, guste más o guste menos, significa que la reacción al procés fuera de Catalunya no fue solamente la emergencia de Vox. En este sentido, la incomparecencia de la izquierda en el debate nacional habría tenido dos efectos: la derechización de los sectores que se declaran más españolistas como viene demostrando en varios análisis Ignacio Sánchez-Cuenca; y la emergencia de nuevos debates territoriales como la España vaciada y el refuerzo de los partidos territoriales en su mayoría avenidos a colaborar con el Gobierno progresista.

Por otro lado, es una gran noticia que el vacío que deja la frustración del “asalto a los cielos” sea recogida en el discurso de cambio de Bildu y BNG y no por el Partido Socialista de Sánchez. Porque el PSOE de Sánchez también se ha “podemizado” hace mucho en términos de discurso, pero en las últimas elecciones, el voto a Unidas Podemos que en su día desbordó el techo histórico de Izquierda Unida se ha dirigido a fuerzas cuyas propuestas no caben en el régimen vigente. Solamente una mirada partidista podría ver exclusivamente el lado malo en términos de democratización y avance político a esa capacidad de arrastre que ha tenido el soberanismo de izquierdas.

En este sentido, ante la desaparición electoral de algunas de las confluencias que formaban el grupo confederar de Unidas Podemos, hay un debate legítimo que hay que abordar desde la hipótesis plurinacional que es el de las alianzas amplias con el soberanismo de izquierdas en la misma línea que se viene proponiendo en el Congreso de los Diputados desde que se hablaba de la “mayoría de la moción de censura”. Alianzas que deberían ir más allá de los gobierno y lo legislativo y empezar a pensarse en términos de propuesta política antagónica a Vox y el Partido Popular.

El enésimo final del procés

Si la covid lo permite, las próximas elecciones a la vista deberían ser las catalanas. A pesar de las similitudes evidentes, el escenario se presenta muy diferente. Por un lado, todo lo que el Govern de la Generalitat ganó en los primeros meses de la pandemia se está disolviendo con la gestión del rebrote en Catalunya. Por otro, el procés se ha agotado en términos de iniciativa política, pero no el independentismo como posición política que sigue muy afianzado y movilizado ante la existencia de presos políticos y exiliados.

Asimismo, difícilmente el PSOE puede aspirar a crecer con el voto actual de En Comú Podem, pero tiene un amplio recorrido en el derrumbe de C’s. La entrada de Vox y el crecimiento del Partido Popular de Alejandro Fernández parecen inevitables, pero como se ha dicho muchas veces, siempre ha sido un desconocimiento absoluto de Catalunya tachar como voto “de derechas” el apoyo electoral de Inés Arrimadas bajo la campaña del “Ara, sí, votarem”. Por lo tanto, lo esperable es que el PSC de Miquel Iceta salga reforzado, la cuestión es cuánto y si consigue movilizar electoralmente presentándose como alternativa al Gobierno de Torra y ERC, plaza en la que también juegan los comunes y la abstención.

Por su lado, parecería que después de los resultados electorales de Galicia y Euskadi, ERC tuviese incentivos para alejarse de la estrategia de confrontación de JuntsXCat. Sin embargo, la entrevista a Junqueras del domingo pasado dibuja una continuidad con la estrategia del doble discurso en Madrid y en Catalunya donde seguirían disputando el espacio puigdemontista. Todo ello, en un escenario en el que los presos políticos han reaparecido en público gracias al tercer grado con su autoridad moral intacta ante un PSOE inmóvil que sigue negándose a revertir las nefastas consecuencias de la venganza judicial al 1-O.

Hay muchos aprendizajes que hacer de las campañas vasca y gallega, pero hay una en la que la izquierda catalana suele tener siempre tendencia a repetir: basar la campaña en la política de alianzas. Los Gobiernos son un medio, no un fin en sí mismo, sean estos de izquierdas, de derechas o un frente nacional. Pablo Iglesias consiguió remontar los resultados gracias al antagonismo que ofreció a votantes y simpatizantes un motivo para movilizarse en clave de defensa de lo propio, pero ese eje no es reproducible en otros comicios sin liderazgos capaces de hacer entrar un marco electoral propio y una vez dentro del Gobierno del Estado.

El poeta y teórico del arte moderno, Charles Baudelaire, cita en uno de sus escritos una frase que define a la perfección el quehacer de la política: como la imaginación ha creado el mundo, ella lo gobierna. Los trenes en términos de oportunidad política van siempre dirección a estos horizontes que construyen las comunidades. Y hoy, desafiando a los medios, las estructuras e incluso los centros de poder económico y político, hay algunos de estos trenes que ya no pasan por Madrid.

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