FOTOCHOP (XXIV)
Sindiós
- "¿En qué laberintos mentales anda metido un menda que asegura que Bill Gates pretende controlar el destino de la humanidad vacunándonos a todos con su chip prodigioso?"
- "La “banda antimascarilla” haciendo botellón en Colón. Que eso es lo que hicieron. Y con permiso de la Delegación de Gobierno"
- "Los negacionistas de 2020 no se van al Pirineo a plantar berzas o a Calabasas a especular con bienes raíces. Ahora se quedan aquí, en Madrid"
¿Por qué hay gente que cree que la tierra es plana? ¿Qué lleva a un tipo normal a jurar con la mano sobre la Biblia que Dios creó el universo en seis días —recordar que el séptimo descansó— y a Eva en un pispás a partir de una costilla del bueno de Adán? ¿En qué laberintos mentales anda metido un menda que asegura que Bill Gates pretende controlar el destino de la humanidad vacunándonos a todos con su chip prodigioso? ¿Qué se le puede decir a un fulano que sale a la calle sin mascarilla al grito de “Yo quiero ver el virus”? ¿Y qué haces con ese sujeto que tiene el cuajo de mantener que lo del Holocausto no fue para tanto? ¿Está el hijo de Dominguín en sus cabales? ¿Todos tenemos la sangre roja o, como dice la pandemia mediático-borbónica, algunos la tienen de otro color? ¿Importa el tamaño? ¿Cuál es la magnitud de la catástrofe a la que nos enfrentamos incluso antes de que los niños vuelvan al cole? ¿Lo sabes?
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Andaría yo por los doce o trece años cuando tuve mi primera experiencia con el “negacionismo”; y te puedo asegurar que las vibraciones que me trae ese recuerdo no se parecen nada a las que me asaltan ahora cuando veo en la tele las imágenes de la “banda antimascarilla” haciendo botellón en Colón. Que eso es lo que hicieron. Y con permiso de la Delegación de Gobierno.
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Pero volvamos a mi cándida adolescencia. En aquella época, en Pamplona —estamos hablando de mediados de los setenta—, no era muy normal tener un vecino jipi, pero yo tenía uno, Javi. Siempre me cayó bien. Llevaba melena lisa y un chaleco de cuero negro muy chulo con tres bolsillos. Un tipo nervioso y risueño. “Pascualín, que dura es la vida”, me decía cuando nos cruzábamos por las escaleras. Un día se detuvo —siempre iba acelerado de aquí para allá— y me dijo: “¿Has oído eso de que el hombre ha llegado a la luna? Pues es una cochina mentira, como todo lo demás”. Unas semanas después desapareció con unos colegas que vestían como él y nunca volvió al barrio. Años más tarde supe que había montado una comuna en un pueblo abandonado del Pirineo de Huesca y que de allí, veintiocho lunas más tarde, partió hacia Calabasas, California, donde puso en marcha —y con éxito— una agencia inmobiliaria especializada en la compra-venta de terrenos rústicos. Javi murió forrado y atiborrado de cadenas de oro sobre el tupido césped que tenía plantado junto a la piscina por culpa de la picadura de un maldito alacrán. ¿Te lo puedes creer?
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¿Qué les está pasando a los negacionistas de ahora? ¿Por qué no tienen el glamur de los de antes? Los negacionistas de 2020 no se van al Pirineo a plantar berzas o a Calabasas a especular con bienes raíces. Ahora se quedan aquí, en Madrid, y salen a la calle sin mascarilla para que todos les veamos el puto careto y para que nos demos cuenta de lo listos que son y de lo informados que están sobre las cosas de la Covid.
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Desde hace tiempo me visita obstinada, recurrente, la idea de que la degradación de los medios multiplica el efecto de los brotes de idiocia que florecen a diario por todo los rincones del país, pero no conseguí la prueba que lo certifica hasta que el pasado viernes apareció en mi pantalla, como caído del cielo, un artículo publicado en ABC, concretamente en la sección de “Soluciones”, que llevaba por título El truco para espiar una conversación escuchando la vibración de las bombillas y que —tengo que reconocer emocionado— me ha abierto los ojos y me ha cambiado la vida. La noticia constata, negro sobre blanco, que un grupo de expertos de Israel ha desarrollado una tecnología que es capaz de espiar conversaciones a distancia y en tiempo real solo con las vibraciones de las bombillas. Esta técnica, bautizada como lamphone, solo es factible, de momento, si se tiene la bombilla a la vista. El estudio sostiene que «las fluctuaciones del aire presionan en la superficie de la bombilla, lo que provoca vibraciones que apenas alcanzan la milésima parte de un grado, pero que pueden captarse con un sensor y «ser explotadas por espías para recuperar conversaciones y canciones» (sic).
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¿Cómo he estado tan ciego? ¿Cómo no lo he visto antes? Ahora lo entiendo todo. Ahora lo sé, Miguel.
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Mientras tanto ; el delegado del gobierno el tal J M Franco ; metido en la » osera» hibernando con el Gabi (londo) ( » aunque estemos en plena canícula…» ) .
Salud .