VÍSPERA DE TEMPESTADES (2)

El violento regreso de la naturaleza objetiva

  • "La covid parece un paso más, una ligera advertencia mediante la que la naturaleza muestra los límites, solo que esta vez la evidencia es particularmente brutal"
  • "Esta crisis no ha tardado en mostrar una nueva vuelta de tuerca en el repliegue de los centros de poder"
  • "Es el momento de entender los mecanismos que traen estas venganzas de la naturaleza para abrir una brecha definitiva en el crecimiento perpetuo capitalista"

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Engels escribió que la naturaleza “se venga de nosotros” por cada victoria que le arrancamos. No parece encajar mucho con la idea que su inseparable compañero Marx tenía sobre el metabolismo que se produce entre sociedad y naturaleza, en el cual la naturaleza era a la vez una realidad superior al ser humano y también el entorno en el que actuamos y del que obtenemos nuestros medios de vida. La naturaleza, lejos de vengarse, asume y metaboliza nuestra actuación siempre que ésta permanezca dentro de los límites físicos que el conjunto del planeta puede asumir. Marx, por lo tanto, parecía avanzar por delante de Engels, al comprender que la naturaleza toleraba un enorme flujo de interacciones – modificaciones, extracción de materiales, reacondicionamiento de suelos – dentro de unos límites que en aquellos años aún eran muy grandes. Y sin embargo, la justicia poética parece acabar dando la razón a los dos, puesto que es cierto que al superarse esos límites, la naturaleza empieza a desajustarse de una forma que afecta violentamente a los seres humanos. No se trata, por supuesto, de una venganza como tal, sino de los efectos catastróficos de la ruptura del equilibrio entre sociedad y naturaleza. Cuando producimos más de lo que la naturaleza puede suministrar, cuando desechamos más de los que naturaleza puede reabsorber, entonces los equilibrios naturales se desmantelan y el sistema cruje. Cruje con el dolor de los seres humanos, de los no humanos y de los ecosistemas.

Es tentador introducir aquí el análisis de la Covid como un aviso. Al fin y al cabo, se trata de un desborde causado por la ruptura de todas la barreras naturales frente a los reservorios de virus que habitaban reductos hasta hace poco aislados. Pero en realidad, si hiciéramos esta lectura, sería necesario recoger todo un repertorio de avisos, desde la desaparición masiva de especies o la acidificación de los océanos hasta el agotamiento de los recursos energéticos o la contaminación del aire, pasando por la inminente amenaza del cambio climático. La pandemia parece entonces sólo un paso más, una ligera advertencia mediante la cual la naturaleza parece mostrar los límites, sólo que esta vez la evidencia es particularmente brutal, con una enorme capacidad para interrumpir nuestras vidas. Puede que al final tuviera razón el viejo Engels y la naturaleza esté dispuesta a vengarse en proporciones bíblicas.

Ese aviso, entre muchos, ha tenido además la capacidad de atacar una sociedad que ya venía marcada. Desde 2008, con más fuerza, porque la salida de la crisis no fue más que una perpetuación de las condiciones de explotación de trabajo y naturaleza. Al fin y al cabo, así funciona el capital: si el rendimiento baja, solo hay dos maneras de aumentarlo, extraer más beneficio del trabajo o explotar más intensamente los recursos. Así vivimos la crisis de la deuda pública, así se replegó el capital sobre sus propios centros en 2012, dejando en posiciones marginales a los países mediterráneos, particularmente a Grecia. Hoy, la caída de rendimientos se convierte en una reordenación de las posiciones económicas en el reparto internacional, con la guerra comercial entre China y Estados Unidos como la versión más vistosa, pero con un telón de fondo brutal que implica la desarticulación de cualquier forma de orden en el norte de África, el cierre de las rutas migratorias y la guerra abierta.

No tan lejos, la amenaza crece, como en el verso de Machado “y ya la guerra ha abierto las puertas de la casa”. La crisis del Covid no ha tardado en mostrar una nueva vuelta de tuerca en el repliegue de los centros de poder, ante la incapacidad de encontrar un fuelle que alimente el crecimiento global. Así la producción en este provincia del imperio decae: Nissan acuerda con el grupo PGA un nuevo reparto del mundo y el gobierno francés opera para que los puestos de trabajo regresen a sus dominios, con el cierre de la planta de Barcelona como primer hito en el camino. Pero la naturaleza no dejará de vengarse por este recogimiento del capital, por traumático que sea. El paro, la calidad del aire, la dependencia de un mercado global cada vez más disfuncional, la violencia. Los síntomas de la crisis ecológica se mezclan y entrecruzan con los aspectos puramente sociales, porque unos y otros son distintas caras de la misma realidad.

De nada vale lamentar los cuarenta, casi cincuenta años que el ecologismo ha pasado clamando en el desierto, como tampoco las décadas de crítica y movilización contra el desarrollo neoliberal. Lo cierto es que el conflicto llega a ahora a las puertas de cada casa, en una segunda oleada en la que, esta vez sí, el carácter ecológico y por lo tanto, de civilización, apuntan con cierta claridad.

Ahora es el momento no de rechazar, sino de entender los mecanismos que traen estas venganzas de la naturaleza para abrir una brecha que pueda ser definitiva en el sistema de crecimiento perpetuo capitalista. Vendrán más momentos de una guerra que no puede acabarse en los términos en los que se empezó, porque en esos términos sólo pueden aparecer más crisis, más epidemias, más escasez. Pero los momentos de crisis son aquellos en los que se abre la puerta a cuestionar lo incuestionable: el sistema en su conjunto. Si la crisis es ahora, la oportunidad también se asoma a las puertas de nuestra casa. En cada uno de estos conflictos hay que trabajar con un doble objetivo que una las necesidades del trabajo y el horizonte ecosocial. Ambas tienen un elemento común, la creación de un horizonte habitable para todas, y muchas contradicciones. Pocos hubieran imaginado que salvar los puestos de trabajo de una industria contaminante fuera condición necesaria de la transición, y sin embargo lo es, en primera línea, porque sin una base de trabajo y capacidad productiva básica no hay dónde apoyar la transición. En cada conflicto, las contradicciones, pero también en cada conflicto, la posibilidad de un futuro común.

LEE AQUÍ VÍSPERA DE TEMPESTADES (1): UN HORIZONTE INCIERTO

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