Miguel Delibes, escritor de todos

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Pedro Carrero Eras *

Hay unos escritores, cercanos al gran público, cuya obra no tiene por qué ser enjuiciada como menos valiosa que la de otros autores que podríamos considerar  minoritarios. Con frecuencia, ser leído por muchos no significa que no se cumpla el proyecto estético que debe existir en toda obra literaria. Recelamos tanto de los éxitos de ventas que a veces nos podemos llevar sorpresas. Se trata de una cuestión de registros. Miguel Delibes empleó varios procedimientos en su dilatada obra narrativa. Desde La sombra del ciprés es alargada hasta Cinco horas con Mario, La parábola del náufrago, Los santos inocentes o Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, el escritor vallisoletano recorrió diversas tendencias de la novela del siglo XX: realismo tradicional (él mismo se arrepintió bastante de cómo estaba escrita La sombra del ciprés…), estilo epistolar, diarios, novela experimental, monólogo, monólogo interior o corriente de conciencia, estilo directo o novela-coloquio, alteración de los signos diacríticos del coloquio, variedad de perspectivas narrativas… Pero al margen de las distintas etapas que la crítica ha establecido a la hora de clasificar sus obras, y con independencia de que alguna de ellas suponga un tipo de lectura más difícil que la del resto, Delibes es un escritor popular, del gran público, de toda clase de lectores. Incluso cuando emplea recursos propios de la novela experimental, el autor de La parábola del náufrago no resulta especialmente hermético.

Voy a hacer un uso especial del adjetivo patrimonial, una acepción que no está registrada en los diccionarios, y, en ese sentido, quiero decir que Miguel Delibes es un escritor patrimonial, entendiendo aquí el adjetivo como ‘perteneciente o relativo al patrimonio común’. Durante décadas, a lo largo del pasado siglo, hemos visto a gente de muy variada edad y condición leer a Delibes en las estaciones del ferrocarril, en el vagón de metro, en los cafés, o hablar de Delibes en las tertulias.  Buena parte de ese público lector lo constituían los jóvenes y lo hacían por obligación académica, pues los profesores de instituto y de universidad les mandaban leer sus obras: El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario…, pero todo parece indicar que la lectura de esas obras era asumida con entusiasmo y placer. Y así, hablar de Delibes ante cualquier auditorio casi siempre suponía mencionar a alguien conocido, muy familiar. Y eso se consigue cuando el significado y el significante, cuando el plano del contenido y el plano de la expresión los conjuga el escritor con habilidad. Cuando la obra literaria responde a un proyecto estético y obtiene sus resultados: las descripciones de los paisajes; el moldeado de los personajes; el retrato de las pasiones, la desconfianza y la mezquindad humanas; la figura del campesino en un ambiente rural abandonado o semiabandonado; el desinterés por la agricultura; la destrucción del medio ambiente; los demonios nacionales, las dos Españas, la violencia y el determinismo genético y social; el recuerdo de la Guerra Civil… Y todo ello abonado por una prodigiosa fidelidad a unos diálogos reales, veraces más que verosímiles, y a un dominio de la técnica coloquial que ha facilitado las versiones tanto teatrales como cinematográficas de buena parte de las obras de Delibes. Y el humor, por lo general sutil, es decir, en su fórmula suprema: la ironía. Sea cual sea el registro narrativo utilizado, los personajes se alzan ante nosotros como seres auténticos, vivos y próximos: Daniel (el  Mochuelo), Carmen, Pacífico Pérez, Azarías, Paco el Bajo, Cayo…

Una parte de la intelectualidad ponía pegas y reparos a la obra de Delibes: se le acusaba de provincianismo y de recreación de un mundo excesivamente cerrado. ¿Es que acaso un espacio concreto, con unos determinados límites (en este caso, y casi por regla general, el ambiente de una ciudad de provincias castellana y de los pueblos y paisajes de Castilla, que no es, precisamente, chica) no es marco suficiente para saltar de lo local y lo particular a lo universal? ¿Es que acaso Delibes no conmueve tanto a mis alumnos españoles como a los que vienen de Londres o de Vladivostok (sic, histórico)? Delibes lo sabe hacer. ¡Si hasta el interior claustrofóbico de una habitación se puede utilizar como trampolín para todo tipo de especulaciones y construcciones novelescas! A mí, habitante de ciudad, y siempre nostálgico del campo, los personajes de Delibes me han acompañado y me han hecho reflexionar,  y me he recreado en ellos (aprendiendo de memoria, incluso, algunas de sus ocurrencias), como me han acompañado y me he recreado en los de Cela, Torrente Ballester o Sánchez Ferlosio, sin establecer comparaciones o distingos odiosos.

A lo largo de los años he conocido a españoles que presumen de no leer literatura española actual ni de ver cine español. Todo eso está muy bien si verdaderamente se interesan por la literatura y el cine extranjeros, pero no deja de ser una actitud cultural y estéticamente «injusta», que limita a quien la practica. Pienso en lo que se pierden muchos por no conocer películas como ¡Bienvenido, Míster Marshall!, El Día de la Bestia o novelas de Delibes como El disputado voto del Sr. Cayo.

Y termino con una anécdota, que vale como semblanza. Estoy en enero de 1976. Acabo de publicar un extenso artículo, en las primeras páginas de la revista Ínsula, sobre Las guerras de nuestros antepasados, aparecida el año anterior. Es mi primer artículo sobre Delibes. Estamos en plena Transición, ante un futuro cargado de incertidumbres. Al describir y enjuiciar la novela citada, descubro en ella planteamientos deterministas que no me gustan y que no comparto: para Delibes, todo apunta a que la violencia la llevamos los españoles en la sangre, genéticamente, por lo que muy difícilmente hay salida pacífica posible tras la muerte del dictador. Expreso sinceramente mi contrariedad, pues yo no creo en ese tipo de determinismos, sin dejar de resaltar la valía literaria de la obra. Pasan unos días… Para mi sorpresa, una mañana descubro en el buzón una carta de Miguel Delibes: cortés y afable, me agradece el artículo y reconoce que es pesimista, y que ya lo era en La sombra del ciprés es alargada. Quizá en España el proceso no sea incruento, como había ocurrido en  Portugal en la Revolución de los Claveles. (Afortunadamente, Delibes se equivocó en sus planteamientos, pero el miedo es libre y el riesgo enorme, y todavía quedaban muchos sobresaltos). Su carta me emociona, y es motivo para una entrevista, en la misma Real Academia Española... y el comienzo de una breve pero intensa correspondencia epistolar entre el autor y el crítico.

Miguel Delibes, próximo. Entonces y siempre. De todos.

* Pedro Carrero Eras. Profesor titular de Literatura española en la Universidad de Alcalá de Henares. Ha sido redactor del Diccionarios Histórico de La Lengua Española, de la RAE. Su última obra publicada es El arte de narrar (Tirant lo Blanch, 2009).

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