Tres décadas después de que la llamada postmodernidad haya ensombrecido el discurso de la razón, hasta hacer de la confusión y la mentira premisas imprescindibles para comprender nuestra realidad como gran morada de la impostura, las palabras de Francisco Frechoso, evocando los valores ilustrados para este nasciturus cuartopoder, resultan tan sorprendentes como emocionantes. Es un placer saludarlas con el entusiasmo que hace tiempo nos ha robado la cretinez dañina y liberticida de lo políticamente correcto. Es un sobresalto de esperanza ilusionante leer en medio del marasmo palabras a las que se da de nuevo el poder enorme de nombrar el mundo, sus desmanes, grandezas y miserias. Es un verdadero impulso de felicidad, en fin, saber desde ya que este cuartopoder y las posibilidades inmensas de la tecnología digital constituyen una sólida alianza para llevar a cabo una tarea apasionante: el Renacimiento del “periodismo clásico”, es decir, independiente, inteligente, culto, riguroso, respetuoso y cortés, digno de una tradición cultural y literaria donde las formas y el cuidado de la lengua, como expresión primera del pensamiento, se eleven de nuevo por encima de la mugre oropelada, de la escritura paniaguada y mercenaria, mostrando a la vez el firme compromiso moral con los otros hombres.
Todo ello, en efecto, implica necesariamente “escrutar la verdad”, ejercicio, hoy como ayer, arriesgado, penoso y contrario a todo medro personal o social, pero siempre impagable y necesario, aun a costa del sacrificio de los verdaderos hombres libres, esos pocos con que la humanidad se reconcilia consigo misma en cada época. Sabemos que la razón produce monstruos cuando zozobra su propia conciencia de limitación y se desborda, del mismo modo que la democracia se hunde cuando la división de poderes se pudre o cercena, dejando crecer la venenosa planta de la corrupción. Pero desde que nos abandonaron los dioses, estamos solos, apegados a ese precioso equilibrio de la razón. No tenemos nada mejor. De ahí el celo que hemos de poner en su mantenimiento. Así como el civismo activo es el mejor antídoto contra los demagogos en toda República, la vigilancia de los mecanismos de los propios poderes y de la misma sociedad es insustituible para la buena salud democrática. La prensa, como cuartopoder, ha sido en la edad contemporánea uno de los vigilantes más eficaces para alumbrar y mantener expedito el camino fundante y previo a cualquier forma de paz que es la justicia, por muy escasa e imperfecta que sea en la sociedad humana. Este cuartopoder digital es ya un epígono real de esa espléndida tradición y un eco primerizo de toda esa grandeza que, ojalá, muy pronto fragüe como realidad necesaria.
¡Ojala!