Fomento de la industria nacional

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Vicente Albero *

El trabajo eventual, temporal, precario, ha sido y continua siendo una de las preocupaciones fundamentales de los trabajadores unido y vinculado al desempleo.

En general hemos venido achacando este tipo de contratación que tanta inseguridad y malestar produce a cualquier ciudadano, a la normativa legal, al coste de los despidos o incluso a la maldad intrínseca de los empleadores. Una cosa es la movilidad funcional o territorial que es necesario facilitar al máximo, para permitir la adaptación rápida de las empresas a las nuevas situaciones técnicas o del mercado y otra bien distinta es la movilidad del empleo al paro.

Suponiendo que no es un problema de normas ni de malas intenciones, podríamos convenir que nuestro aparato productivo ha tenido y todavía tiene dos pilares, la construcción y el turismo que por su propia idiosincrasia son temporales y temporeros, la obra se empieza y se acaba al igual que la temporada turística, y además en ambos casos se exige, salvo excepciones,  poca profesionalidad, con lo que no es importante conservar a los trabajadores. Acaba la obra, termina la temporada y se prescinde incluso de los buenos profesionales.

En gran medida el paro estructural nace de esa situación de empleo discontinuo permanente, incluso en épocas de bonanza. Es decir somos un aparato productivo con una vocación creciente en los últimos años por la temporalidad y la inutilidad de la formación.

Algunos resultados  ponen de manifiesto este proceso: por una parte la increíble velocidad con la que hemos podido absorber más de cuatro millones  de emigrantes que o no tenían formación o la que podían aportar se infrautilizaba, caso de muchos trabajadores del este europeo, y por otra parte la extraña evolución de las rentas del trabajo en el reparto de la tarta nacional, que ha bajado en pocos años más de un punto y medio hasta situarse por debajo del 47%, distanciándonos  más de  países como Alemania o Suecia en donde el porcentaje supera el 56%.

Todo ello a pesar de las políticas sociales, de la rigidez del marco laboral y de la presión sindical.

En los años de las burbujas el sistema era cómodo incluso para los trabajadores. Terminado el contrato no había que darse mucha prisa porque siempre se encontraba trabajo. Un obrero especializado de la industria ganaba a veces incluso menos que un peón sin cualificar en la construcción.

El fenómeno ha sido bastante devastador para la sicología del binomio empresario industrial-trabajador. Su efecto sobre la industria de bienes y servicios productivos ha dejado a los distintos sectores sin capacidad de reacción y lo que es peor sin ganas de hacerlo.

La industria tiene vocación de continuidad, necesita a sus trabajadores, necesita formación y disciplina profesional y no ha podido competir con sectores más rentables, más cómodos e incluso escandalosamente más fáciles de financiar.

Nuestra industria ha enajenado una parte sustancial de su mercado interior, base imprescindible de cualquier empresa, a las importaciones, que no sólo respondían a precios más competitivos sino que en muchos casos eran introducidas en nuestro mercado por los propios industriales que iban reduciendo sus producciones y alimentando su red comercial con productos importados. Un autentico caballo de Troya a veces con el made in Spain incorporado en origen.

Desincentivados por el diferencial de rentabilidad con el sector inmobiliario, por el relegamiento de las entidades financieras, por la vulnerabilidad ante las reclamaciones laborales, los industriales se han ido batiendo en retirada, más o menos ordenadamente.

El cambio del modelo productivo, dicho en términos muy generales, es evidentemente una necesidad que nadie va a negar, pero sería insuficiente pensar solo en energías renovables, TIC’s, o en general nuevos sectores, porque además nuestros competidores no nos lo van a poner fácil. No habría por tanto que dejar caer muchas de nuestras industrias con buenos productos y buenos mercados que están, como el resto de actividades, pasando momentos difíciles. Empresas con buenas redes exteriores que deberíamos cuidar mientras se encuentran alternativas y se normalizan los mercados.

Una plantilla en el desempleo, incluso solo con la ayuda mínima que plantea el Gobierno de 400 euros mensuales, puede costar más cara que el apoyo al mantenimiento de la actividad aunque sea coyuntural. Deformados por el mundo especulativo quizá no somos lo suficientemente conscientes de que la industria moderna, cuando para, resulta muy difícil volver a activarla.

“Ayudar a la industria -suele tener una respuesta casi automática- no lo permite la normativa europea” o “las competencias están transferidas a los gobiernos regionales”. Con respecto a la primera afirmación, en una reciente entrevista, la cancillera Merkel afirmaba con rotundidad que pensaba apoyar a las industrias alemanas siempre que les viera algún futuro, incluso se refería a su región de origen en donde, según ella, se seguiría apoyando a la industria naval. Con respecto a la cuestión competencial, a pesar de las transferencias, los asuntos que más interesan a los industriales siguen siendo fundamentalmente “federales”: normativa medioambiental,  OMC, marco laboral, mercado crediticio, vigilancia en frontera extracomunitaria, logística, interlocución sectorial inviable o incompleta si se hace por territorios, etc.

Probablemente en el afán de las administraciones autonómicas de dar respuestas a todo, se haya producido un fenómeno de suplantación competencial involuntaria, que colabora a la desorientación de nuestros industriales.

En resumen, la industria y los servicios productivos, crean mejores puestos de trabajo, con más garantías de continuidad y, por las circunstancias mencionadas, en los últimos años, la creación neta de empleos del sector ha sido prácticamente cero.

Hemos perdido una cuota importantísima de mercado interior a costa de importar lo que sabemos producir perfectamente.

Creamos puestos de trabajo cualificados y fijos en otros países -gran parte de lo que importamos-, a cambio de no cualificados y eventuales en España gran parte de la construcción innecesaria-. Lo que se llama en castellano claro, hacer un pan con unas hostias.

(*) Vicente Albero (Valencia, 1944). Economista. Ex ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación.
3 Comments
  1. amparo says

    que raro encontrar a alguien que hable de los problemas de fondo. yo estoy «todavia» en la industria y lo suscribo todo. Sin fabricas no hay nada que hacer. Por cierto estais recuperando gente buena.

  2. fernando says

    Fantástico! Pocas voces tan claras y con tanta capacidad analítica en el panorama político y económico actual.

  3. jonathan says

    ¿No es «hacer un pan como unas hostias»? Es igual, se entiende de todos modos. Y muy bien. Ojala el beautiful team que nos gobierna supiera algo de todo esto que usted tan claramente cuenta.
    «Deformados por el mundo especulativo quizá no somos lo suficientemente conscientes de que la industria moderna, cuando para, resulta muy difícil volver a activarla». ¿Por qué me sonará tan familiar este vicio nacional? Así como:
    «Hemos perdido una cuota importantísima de mercado interior a costa de importar lo que sabemos producir perfectamente.»
    Me sentiría más agusto bajo el mandato Merkel, no sé por qué, oye.

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