La hora del mundo rural: hacia un cambio del sistema productivo y social

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Julia Varela *

Cuando se desató la crisis  de los mercados financieros, una crisis que aún no ha tocado fondo pues en España se solapó con el estallido de la burbuja inmobiliaria, el presidente del Gobierno español José Luís Rodríguez Zapatero señaló que era preciso avanzar hacia un cambio del sistema productivo, es decir, hacer un giro hacia un desarrollo sostenible, lo que implicaba la apuesta por un importante cambio social. Frente a la creciente urbanización de las ciudades y del campo, frente a una economía basada en el ladrillo, impulsada por la voracidad de las constructoras y aderezada desde los medios de comunicación por una televisión de cartón piedra, frente a un consumismo desbocado, parecía al fin haber llegado la hora de asumir la centralidad del mundo rural y de su peso en la puesta en marcha tanto de un modo de desarrollo sostenible como de una mayor calidad de vida para todos. Desgraciadamente no se percibe que las cosas vayan en esta dirección. A la vez que los gobiernos de las Comunidades autónomas se duermen en los laureles, sin poner en marcha políticas dinamizadoras del empleo, las ciudades crecen cada vez más a golpe de talonario, de tráfico de influencias y de corrupción, abarrotadas de coches y de contaminación. Mientras tanto los pueblos, en los que nunca pasa nada, permanecen abandonados a su suerte. El mundo rural se desangra al margen de las políticas públicas, olvidado, fuera de las agendas de los políticos mediáticos, y de las candilejas de la ciudad. A la ministra Elena Espinosa, una mujer trabajadora y sensible, casi no se la oye, y parece condenada a ejercer el papel de cenicienta sin recursos. Por si fuera poco el Ministerio ha dejado de llamarse Ministerio de Agricultura, para convertirse en Ministerio de medio ambiente y medio rural y marino, una denominación que, al privilegiar el paisaje sobre las relaciones sociales, debe parecer más postmoderna a los asesores de imagen.

Frente a la mal llamada modernización que nos invade, puede resultar conveniente recordar algunas de las características de la civilización rural, fruto de la sedimentación de una secular cultura grecolatina, pues de este modo podemos ser mas concientes de las limitaciones del mundo incivilizado en el que nos ha correspondido vivir. Me voy a referir principalmente a esa rica y elaborada civilización rural, tal y como se manifestaba no hace tantas décadas, sobre todo en el modo de vida de los pequeños propietarios agrícolas de Galicia, aunque en buena medida sus rasgos fundamentales pueden hacerse extensivos a los labradores de la cornisa del norte de España, y a otras zonas rurales europeas.

En primer lugar, esta civilización se caracteriza por una visión del mundo compleja que engloba a todos los seres, pues la tierra, el cielo, los animales, las plantas, los seres vivos y muertos están unidos entre sí por estrechos lazos de solidaridad. De ahí la importancia que adquiere el cuidado de la tierra, el conocimiento de las estaciones, los efectos del sol y de la luna en las labores agrícolas, así como esa especie de panteísmo de la cultura rural. Es esta una visión del mundo  que se opone a la que domina en una sociedad que mitifica la tecnología, y ahora las nuevas tecnologías, llamada supuestamente  a hacernos felices. Y ello a pesar de que la dura realidad nos muestra que cada día hay más gente esclavizada por el trabajo y golpeada por la soledad.

Frente al derroche de bienes, propio de las sociedades de nuevos ricos en la que nos hemos integrado, frente a una sociedad de consumo, que requiere mercancías de usar y tirar, frente a una sociedad que acumula despilfarro y basura, y que va camino de acabar con las fuentes de energía existentes, la civilización rural supone un modo de vida austero, basado en el reciclaje, las energías renovables, los abonos naturales, el respeto del frágil equilibrio ecológico del planeta.

Frente a una sociedad que desprecia el trabajo, un trabajo cada vez más mecánico y menos creativo, si se exceptúa el de algunas elites, y en el que reina un individualismo cada vez más competitivo y egoísta, por no hablar de los trabajadores que sufren un desempleo crónico, la civilización rural está basada en un trabajo duro, bien hecho, que requiere la ayuda mutua, la cooperación.

No se trata de volver al pasado, aunque siempre se puede retroceder a tiempos peores, ni de olvidar algunos de los rasgos negativos característicos de la civilización rural que se pueden resumir muy rápidamente en la existencia de unas relaciones de poder asimétricas, en una tendencia a la dominación masculina, en un excesivo predominio del nosotros sobre el yo que deja poco espacio para la expresión individual. Se trata más bien de pensar en qué mundo queremos vivir, y en qué sistema de valores y prácticas va a sustentarse. Y ello implica plantearse qué se puede hacer para que el mundo rural, la tierra, los labradores, no se vean totalmente abandonados, o se conviertan en meras mercancías en manos de un capitalismo especulativo y desterritorializado, precisamente en un momento en el que distintos colectivos e intelectuales están intentando mostrar la importancia que la agroecología tiene para lograr la soberanía alimentaria de los pueblos, favorecer la biodiversidad, y también para conservar la diversidad cultural. Como muy bien han puesto de manifiesto entre nosotros Eduardo Sevilla Guzmán y Manuel González de Molina, el objetivo de la agroecología no es tanto producir alimentos ecológicos de calidad, para consumo de los ricos que puedan pagarlos, cuanto favorecer una mayor equidad en el reparto de la renta agraria, mantener la sostenibilidad e inscribir la producción de la tierra en la potenciación de los mercados locales y los desarrollos sociales y culturales. En este sentido las casas rurales, lejos de ser hoteles urbanos en medio del campo, deberían servir más bien de estímulo para un desarrollo integral de las comarcas y de los pueblos, que contribuyese asimismo a valorar y rescatar el patrimonio artístico y cultural. Es urgente establecer redes que pongan en marcha proyectos alternativos respetuosos con la tierra y con los seres humanos, que valoren los recursos que tenemos, y que exijan de los poderes públicos  ayudas para dinamizar las formas tradicionales de producción agrícola que eviten el uso de pesticidas y herbicidas, y otros productos químicos, así como la producción de transgénicos nocivos para la salud. Frente al apoyo monolítico a las multinacionales de la alimentación que nos están envenenando al mismo tiempo que obtienen beneficios abusivos, otro mundo es posible: revitalizar los mercados frente a las grandes superficies, favorecer el desarrollo de cooperativas de producción y consumo que proporcionen a todos una alimentación más sana, poner en marcha pequeñas industrias de transformación que eviten que se pierdan, como sucede en la actualidad, numerosos frutos y frutas. La dinamización de los mercados locales no es incompatible con la creación de mercados más amplios, y así, en la cornisa cantábrica en donde ha surgido toda una cultura en torno a la leche de vaca, las Comunidades de Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco deberían unirse para producir productos lácteos de calidad de los que carecemos, ya que no contamos ni tan siquiera con una buena leche y una buena mantequilla. Todo ello supondría además crear nuevos puestos de trabajo y pagar a los productores lo que en justicia les corresponde.

Sería preciso recuperar el viejo lema que reclamaba la unión entre las fuerzas del trabajo y de la cultura. Los especialistas  que tienen que ver con el mundo rural - agrónomos, veterinarios, ingenieros, biólogos, médicos, pero también arquitectos, sociólogos…-, así como los investigadores y estudiantes universitarios que realizan trabajos en estos ámbitos, no deberíamos seguir al margen de la suerte que corre el mundo rural y sus habitantes, pues en buena medida su destino nos afecta a todos. Parece por tanto razonable, si queremos evitar que se siga reforzando una lógica capitalista depredadora, cambiar unos modos de vida cada vez más insanos e insatisfactorios para la gran mayoría de los seres humanos.

(*) Julia Varela. Catedrática de Sociología en la Universidad Complutense. Nació en una aldea de Galicia sobre la que escribió un libro titulado A Ulfe. Socioloxía dunha comunidade rural galega (Sotelo Blanco Ed., 2004). Es autora de numerosas obras relacionadas con su especialidad. La última de ellas, en colaboración con Fernando Alvarez-Uría, Sociología de las instituciones (Morata, 2009).
5 Comments
  1. Eulalio says

    Muy buena la teoría; ahora póngale usted el cascabel al gato. Dejo enlace a la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural: http://noticias.juridicas.com/base_datos/Admin/l45-2007.html. Saludos

  2. Paco says

    «Cenicienta sin recursos»
    Los ministros de agricultura de la UE gestionan el 50% del presupuesto para sólo un 5% de población.
    Puedo estar de acuerdo en alguna de sus afirmaciones, pero en general me suena a panfleto de los Jemeres Rojos más que un análisis serio, usted habla desde un dogmatismo pueril indigno de su condición.
    » las Comunidades de Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco deberían unirse para producir productos lácteos de calidad» suena a plan quinquenal, a planificación estalinista, que ya conocemos los resultados que arroja. Eso es sólo posible mediante la iniciativa privada y si no se ha hecho ya es porque ese producto no es necesario, sencillamente, ya que quién busca esos alimentos de calidad superlativa los encuentra, están disponibles.
    ¿Qué son para ricos? ¿Pero tiene idea usted de lo que significaba un pollo en la mesa hace 40 años? Era un absoluto lujo asiático, que lo sepa. El pollo producido “industrialmente” no es el mejor pero a) permite que mucha gente como pollo y b) si quiere un pollo de calidad lo puede comprar a un precio razonable, antes era IMPOSIBLE.
    Puede que los transgénicos o la tecnología agraria no sean lo mejor, pero es lo que permite alimentar a tamaña población humana, aunque seguramente usted preferiría controlar la población mundial «a la China».
    En cuanto a su desdén por la tecnología que nos “esclaviza” decirle que posiblemente sea por esa vía por donde se producirá la vuelta “al campo”, con una buena conexión de datos muchos de los desplazamientos a nuestros puestos de trabajo se podrán evitar, merece ver esos avances más como un aliado, créame.
    Si, la cultura del mundo rural promete un nivel de vida “más humano”, pero la gente, en una gran mayoría prefiere vivir en la ciudad, es curioso.
    Y ya de traca lo de “la unión de las fuerzas del trabajo y de la cultura”. ¿se refiere usted a los sindicatos y los de la Sgae? Porque no lo pillo.
    Ustedes no deberían seguir al margen, pero el cambio viene de las personas, no de los políticos, desengáñese. Deben ser las gentes las que decidan quedarse y desarrollar su medio, no esperar la subvención.

  3. celine says

    Caramba, Paco, ¡qué hosco está usted! A mí el articulo de JV me ha parecido de lo más interesante a invita a la reflexión. ¿No será que automatiza usted mucho su pensamiento: ya sabe: lenguaje filomarxista= roja irredenta?

  4. pauito says

    ….y las leyes de «ordenación productiva, especulativa de edificabilidad del territorio» que están vaciando de contenido el dcho de propiedad en beneficio de especuladores y nuevos caciques…
    ….. y las concentraciones parcelarias que se estan haciendo en espacios rurales totalmente despoblados que no sirven ningún fin concreto lo único que hacen es esquilmar la foresta autóctona..previo pago de unas fuertes cantidades de dinero a agrónomos, empresas seudopúblicas (tragsa), y grandes extensiones a la administración pública (masas comunes)…
    ……y la declaración de «parques naturales y espacios protegidos», robando la propiedad y libre disposición de los terrenos a los propietarios rurales (luego quieren fijar población…anda y que les zurzan), en aras de la ecología privada, interesada, usurera, especulativa, esquilmadora y nada respetuosa ni con el medio ambiente y mucho menos con el medio rural rural existente en la zona de una antigüedad secular…y todo para crear unos puestos de trabajo de guardas de la reserva que luego van a votarles (el voto cautivo) y pagar para poder entrar el la reserva..y que paguen los cazadores foráneos que se divierten muchísimo con los trofeos que les localiza un guardia del parque…… y la puta que los parió a todos

    ¡¡¡Cuando alguien viene arreglarme la vida, posiblemente venga arreglar su vida no a beneficiarme a mi!!!!

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