Dario Villanueva *
Retóricas de presidente y el futuro de la realidad (II)
Concluíamos el artículo anterior anunciando el interés que tiene, a efectos de la retórica moderna, reparar en la personalidad del ex-presidente republicano Ronald Reagan, lógicamente muy alejado de la postura política del demócrata Barack Obama.
En 1999 se publicó, con cierto escándalo, una nueva biografía suya, titulada Ducht (el apodo juvenil de Reagan) y escrita por Edmund Morris, donde se revela que la famosa Iniciativa de Defensa Estratégica del ex-presidente norteamericano, que los medios de comunicación enseguida denominaron "La Guerra de las Galaxias", estuvo basada en Una Princesa de Marte, uno de los libros de ciencia ficción de Edgard Rice Burroughs, a quien Reagan admiraba. Ello nos recuerda, por afinidad que no por coincidencia manifiesta, la conocida teoría de Jean Baudrillard cuando explica la política de disuasión practicada por las grandes potencias antes de la caída del muro sobre la base de que, en su contexto, la guerra atómica real quedaba excluida por anticipado "como eventualidad de lo real en un sistema de signos" . Todos fingían creer en la realidad de la amenaza emblemáticamente sustanciada en los famosos "maletines nucleares", pero todos estaban al mismo tiempo seguros de la imposibilidad efectiva de la autoinmolación atómica desencadenada por los dos bloques.
Nada de nuevo hay en aquella revelación del biógrafo Morris, que no hace sino ratificar los asombrosos episodios contados por Lou Cannon en la obra President Reagan. The Role of a Lifetime (1991).
A lo largo de su campañas electorales de 1976 y 1980 Reagan repitió varias veces un relato que hizo también el 12 de diciembre de 1983 ante la convención anual de la Congressional Medal of Honor Society celebrada en Nueva York. Para enardecer el sentido patriótico de su auditorio, de antemano entregado, lo que constituyó uno de los ejes centrales de su política presidencial, sumamente interesada en vencer lo que Noam Chomsky denomina “el síndrome de Vietnam”, Reagan narró un emocionante caso de heroísmo. Un bombradero B-17, en misión sobre Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, fue alcanzado por los antiaéreos, con el resultado de que el artillero de la torreta quedara herido sin que sus compañeros de tripulación pudieran retirarlo de su posición. Al cruzar el canal, el avión empezó a perder altura y el comandante ordenó saltar. El joven herido, viéndose condenado a estrellarse contra el mar, comenzó a llorar y entonces el comandante se sentó junto a él, le cogió de la mano y le dijo: Never mind, son, we’ll ride it down together ("Tranquilo, hijo, nos hundiremos juntos”). Reagan, en su mitin, mencionó textualmente esta frase, y añadió que el héroe había recibido postumamente la Congressional Medal of Honor.
Pero he aquí que un periodista del New York Daily News, Lars-Erik Nelson, se tomó la molestia de consultar los registros de la citada condecoración, que se concedió 434 veces durante la segunda guerra mundial, y no encontró nada referente al caso por Reagan tan ponderado. Y cuando comentó este sorprendente hecho en su columna periodística, uno de sus lectores le escribió que el episodio recordaba una escena de la película de 1944 A Wing and a Prayer, protagonizada por Dana Andrews. Allí el piloto de un avión de la Navy encargado de tirar torpedos en el Pacífico Sur decide heroicamente acompañar hasta el final a su operador de radio herido diciéndole: "Haremos este camino juntos", frase que se había quedado prendida en la memoria del joven Reagan. Cuando Nelson llevó el asunto hasta el gabinete de la Casa Blanca se encontró con una bizarra respuesta del portavoz Larry Speakes: "If you tell the same story five times, it’s true".
Si cuentas una misma historia cinco veces, pasa a ser verdadera; argumento semejante al que se le atribuye a Bertrand Russel cuando afirmaba que los lectores de periódico suelen confundir la verdad con el cuerpo de letra doce. Ese potencial no solo ilocutivo sino también performativo de hacer locutivamente real lo imaginario, o simplemente lo falso, aparece ya satirizado por Rabelais en el libro quinto, capítulo XXX, de Gargantua et Pantagruel mediante la figura del Ouy-dire, el Oir-decir, una especie de monstruo lenguaraz, que no puede ver ni moverse pero que convence con su labia a los sabios que en el mundo han sido, desde Herodoto, Plinio y Estrabón hasta Marco Polo y Pierre Testemoing, trasunto de Pedro Mártir de Anglería.
Como las biografías de Reagan documentan, el que luego sería por dos veces Presidente de los Estados Unidos se hizo un ávido consumidor de ciencia-ficción durante su etapa de Hollywood, época en la que estuvo especialmente interesado en uno de los temas favoritos del género: la invasión de nuestro globo por alienígenas, lo que reclamaba una unión de todos los terrícolas para defenderse dejando a un lado las minucias de nuestras diferencias de raza, religión e ideología.
Pues bien, cuando su primer encuentro en la cumbre, que tuvo lugar en Ginebra en 1985, Reagan sorprendió a Gorbachov proponiéndole un tratado de cooperación militar entre la Unión Soviética y los Estados Unidos para el supuesto de que nuestro planeta fuese objeto de una invasión por parte de los extraterrestres. Posteriormente se comprobó que esta moción no estaba en el memorando que el gobierno norteamericano le había preparado a su Presidente, sino que se debió a la Minerva del propio Reagan.
La respuesta de Gorbachov fue, asimismo, digna de un gran mandatario: declinó comprometerse, aduciendo que no tenía clara la posición de la teoría marxista-leninista acerca de la legitimidad de cooperar con los imperialistas contra una invasión interplanetaria. Reagan entendió, sin embargo, que esto era una disculpa de mal pagador, y así, al regresar a su país, contó la historia a los estudiantes de una "high school" de Maryland añadiendo que, en su valoración, con todo ello se había marcado un punto frente a Gorbachov y la Unión Soviética. Cuando tuvo noticia del episodio, Colin Powell, el diputado nacional consejero de seguridad, puso el grito en el cielo y se cuidó muy mucho de vigilar en adelante la aparición de referencias a los "little green men", los "hombrecillos verdes" invasores alienígenas, en las intervenciones públicas del Presidente. Identificó también la fuente de la proposición ginebrina a Gorbachov: el filme de ciencia-ficción estrenado en 1951 The Day the Earth Stood Still, protagonizado por Michael Rennie y Patricia Neal.
En resumen: Reagan fue, a lo que se ve, maestro en sustituir la realidad por la ficción en cuanto punto de referencia para su política.
El siglo XX, mortal como todos y ya muerto, ha sido cruelmente mortífero –desde las dos guerras mundiales, con el Holocausto, Hiroshima y Nagasaki, hasta el terrorismo y la limpieza étnica– y un tanto mortuorio en el plano filosófico o conceptual. Nietzsche proclamó la muerte de Dios en 1883 para que nuestra centuria se hiciera eco ampliamente de su dicterio, incluso mediante la llamada "teología sin Dios" o "teología radical" de Altizer, van Buren, Hamilton, Göllwitzer o Dorothee Stolle. Por su parte, Francis Fukuyama inauguró después de la caída del Muro el final de la Historia, que habría llegado a su culminación gracias a un statu quo supuestamente definitivo que Reagan suscribiría: la democracia liberal y la economía de mercado, si bien Fukuyama acaba de matizar sus tesis de entonces admitiendo que la Historia no morirá definitivamente hasta que los avances de la biotecnología no consigan abolir los seres humanos como tales para que comience una nueva historia posthumana. Damian Thomson, al estudiar el milenarismo contemporáneo, ha abordado también El fin del tiempo, del mismo modo que J. H. Plum había ya analizado La muerte del pasado. Frente a estas magnitudes mortales parece una bagatela la muerte de la Literatura según Alvin Kernan (The Death of Literature, 1990), la muerte de la novela que lleva anunciándose desde el otro fin de siglo, la muerte de la tragedia que dio título a uno de los libros de George Steiner (The Death of Tragedy, 1982) o la muerte del autor sentenciada por Rolland Barthes, en El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura.
Lo que a mí me preocupa es, precisamente, algo si no tan radical como la muerte de la realidad, sí al menos cercano a su apocalipsis. De nuevo Jean Baudrillard es de referencia obligada. El nos ha ilustrado acerca del "poder mortífero de las imágenes, asesinas de lo real", llevando hasta sus últimas consecuencias el talante apocalíptico. No obstante, en estas páginas me ocupo, sobre todo, de otro objetivo que Baudrillard también menciona, el estudio de "la suplantación de lo real por los signos de lo real" que, en el caso de Reagan, es el resultado final de toda su Retórica.
Hemos visto ya, a propósito del cuadragésimo presidente de los Estados Unidos, el poder creativo de realidades que el cine tiene, y en la mente de todos están numerosos ejemplos referidos a la misma facultad en el caso de la literatura. No podemos olvidar, sin embargo, la aportación de la radio en esta línea de invención de la realidad, para lo que es obligado recordar el programa que, sobre la novela de H. G. Wells La guerra de los mundos, Orson Welles emitió por la CBS el 30 de octubre de 1938, el día del Halloween, esa especie de carnaval americano propicio para las sorpresas y las bromas fantasmagóricas.
Un breve inciso: recuérdese también la intensa actividad juvenil de Ronald Reagan como locutor radiofónico en Des Moines, Iowa, de donde se fue en 1937, a los 26 años, para introducirse en Hollywood. En efecto, antes que actor, Reagan fue un exitoso locutor en la emisora local de la cadena WHO, donde destacó en una curiosa especialidad. Consistía en la recreación de los partidos de beisbol jugados por los Chicago Cubs. Regan los narraba desde Des Moines, jugara donde jugara el equipo, a partir de los telegramas que le iban mandando desde el campo a medida que el juego avanzaba. Lógicamente, la información era telegráfica y Reagan se encargaba de poner los detalles. Hubo una vez en que la comunicación telegráfica se interrumpió durante una cierto tiempo, pero el intrépido locutor no se amilanó y en ese lapso, más que recrear el juego, realmente lo inventó.
Volviendo a la CBS y a Orson Welles, éste emitía a la misma hora que el programa de radio más popular del país, Chase and Sanborn Hour, del ventrílocuo Edgar Bergen. Y para conseguir al menos por una vez captar la atención mayoritaria de los radioyentes preparó una actualización de la novela La guerra de los mundos de H. G. Wells.
El programa comenzó enmarcando el relato en un contexto de ficción, al anunciar el locutor que la CBS, Orson Welles y el Mercury Theatre presentaban dicha versión. Luego siguió la voz del propio Orson introduciendo la acción y ubicándola en la más estricta contemporaneidad, el 30 de octubre de 1938. Su voz se desvaneció entonces para dar paso a un parte meteorológico y a una emisión de música hispanoamericana desde un hotel de Nueva Cork al que los censores de la CBS habían obligado a dar un nombre ficticio.
Y allí se interrumpe la interpretación de “La comparsita” para dar noticia de que un astrónomo había observado alteraciones ígneas en Marte. Lo que siguió es bien conocido: sucesivas interrupciones van incrementando el clímax cuando el periodista Carl Phillips describe, con especial ilustración auditiva de los fenómenos que enuncia, el aterrizaje de un ovni en Grover Mills, New Jersey, del que sale un alienígena agresivo. Comienza así una invasión que los radioyentes, que no habían escuchado el comienzo del programa, confunden con la realidad, lo que da lugar al pánico generalizado. Luego vinieron los efectos secundarios: una riada de pleitos por un valor global de 200.000$. No hubo muertes, pero sí abortos y roturas de piernas. Un tartamudo de nacimiento, a quien un psicoanalista acababa de curar y recayó por culpa del susto que Welles le propinó, lo demandó para que le pagara 2.000$ y así reanudar su terapia.
El miércoles13 de diciembre de 2006 la televisión francófona belga RTBF interrumpía a las 20.21 horas su programa semanal de periodismo de investigación Questions à la une para emitir un telediario de última hora con la noticia de que Flandes acababa de proclamar unilateralmente su independencia. En términos dramáticos el presentador anuncia que el rey Alberto II había abdicado antes de emprender su exilio hacia África y que, literalmente, Bélgica había dejado de existir. Una conexión en directo con el palacio real de Bruselas muestra a un grupo de exaltados independentistas flamencos agitando sus banderas y desde el Atomium se muestra a un grupo de políticos que habían buscado refugio allí. La edición especial del telediario continúa hasta poco antes de las 9 de la noche y solo entonces aparece en la parte inferior de la pantalla de los televisores la leyenda Ceci est une fiction.
Posteriormente, una encuesta del diario flamenco De Standar apunta que el 86% de los televidentes creyeron la patraña a pies juntillas y que incluso aclarada la manipulación un 6% siguió pensando que el país se había partido. Al día siguiente, el diario francófono Le Soir titulaba “Bélgica murió ayer por la noche” y el conservador La Libre Belgique calificaba lo sucedido en los siguientes términos: “La ficción que estremece Bélgica”. El Orson Welles de semejante manipulación informativa fue en este caso Philippe Dutilleul, un veterano de la televisión francófona y autor del libro Bye, bye Belgique sobre el conflicto entre valones y flamencos, cuyo audaz programa fue calificado por el primer ministro Guy Verhofstadt como “una broma de mal gusto” urdida por un auténtico “irresponsable”.
Dutilleul se defendió argumentando que trataba de denunciar el deliberado confusionismo que practica la televisión cuando sistemáticamente mezcla información con ficción o con la llamda “telerrealidad”. Rotundamente afirmaba: “¡qué diferencia hay entre esta mentira y el resto de las mentiras que cuentan los políticos cada día en televisión? ¿No creyeron los estadounidenses que había armas de destrucción masiva en Irak?” (El País, 19-XII-2006). A este respecto, no es difícil recordar, por caso, el bombardeo de Trípoli y Bengasi por parte de los norteamericanos a la siete de la tarde (hora norteamericana) de un día de abril de 1986, que el presidente Reagan justitificó como “un acto de autodefensa contra un ataque futuro”. Comentado este acontecimiento, Noam Chomsky concluía: “Fue el primer crimen de guerra importante de la historia planeado para que pudiera verse por televisión en la hora de máxima audiencia”.
Al margen del soporte tecnológico que se ponga al servicio de la comunicación, si ésta se fundamenta en el lenguaje verbal es inevitable que actúe en ella la función representativa de la realidad que Karl Bühler consideraba como una de las fundamentales. "Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo", escribió Ludwig Wittegenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus, y si bien luego se retractó de este esencialismo lingüístico por el que se hace del lenguaje una especie de mapa a escala del mundo entero, en su obra de 1921 no dejaba de apuntar hacia una de las potencialidades que desde se siempre se le ha atribuido a esta facultad humana.
Efectivamente, antes incluso de la primera de las revoluciones tecnológicas que han afectado a la palabra –la que permitió a través de la escritura su fijación en signos estables y de fácil combinación y descifrado–, el ejercicio de ésta ha ido acompañado del poder demiúrgico no sólo de reproducir la realidad, sino también de crearla.
No es casual, pues, que en el libro del Génesis la creación del mundo se justifique en términos acordes con el Tractatus de Wittgenstein. Yaveh la realiza allí mediante una operación puramente lingüística, cuando "Dijo Dios: 'Haya luz'; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz, y la separó de las tinieblas; y a la luz llamó día, y a las tinieblas noche, y hubo tarde y mañana, día primero". Del mismo modo es creado el firmamento, las aguas, la tierra, y así sucesivamente.
Mas, en términos muy similares al Génesis judeo-cristiano, la llamada "Biblia" de las civilización maya-quiché, el Popol-Vuh o Libro del Consejo, narra la Creación de este modo: "Entonces vino la Palabra; vino aquí de los Dominadores, de los Poderosos del Cielo (...) Entonces celebraron consejo sobre el alba de la vida, cómo se haría la germinación, cómo se haría el alba, quién sostendría, nutriría. 'Que esto sea. Fecundaos. Que esta agua parta, se vacíe. Que la tierra nazca, se afirme', dijeron (...) así hablaron, por lo cual nació la tierra. Tal fue en verdad el nacimiento de la tierra existente, 'Tierra', dijeron, y enseguida nació". No muy diferente resulta el comienzo del Enuma elish, el Poema babilónico de la Creación, que data de la Mesopotamia de hacia los años 1100 antes de Cristo.
Este poder demiúrgico de la palabra como creadora, más que reproductora, de la realidad, se fortaleció con la escritura, al proyectar aquel efecto desde el momento de su primera enunciación a través del tiempo y el espacio, pero también se vio incrementado con la segunda revolución tecnológica de la imprenta y lo está haciendo de forma redoblada con los avances de nuestra era de la comunicación audiovisual digitalizada.
Los medios audiovisuales tienen hoy en sus manos, con redoblada intensidad, la capacidad de crear realidades: guerras y paces, héroes y villanos, presencias y ausencias. Por ello no es del todo descabellada aquella pregunta: ¿ustedes creen realmente que los astronautas norteamericanos llegaron a la luna? El propio Jean Baudrillard ha escrito un brillante ensayo sobre estos supuestos inspirándose para su título en la comedia de Giradoux: La guerre du Golfe n'a pas eu lieu (1991).
En gran medida, pues, las fronteras de la nueva semiosis –y de la nueva Retórica como parte integrante de ella– coinciden con las fronteras entre realidad y ficción. En la ética del demiurgo que puede crearla, no reproducirla, mediante los poderosos signos que están a su disposición y los nuevos instrumentos tecnológicos para desparramarlos poderosamente por toda la aldea global.
(*) Darío Villanueva es catedrático de Teoría de la literatura y Literatura comparada de la Universidad de Santiago de Compostela y académico de la Real Academia Española
Primera parte de la tribuna: Obama y el futuro
Estupendo artículo. Gracias.