Los múltiples rostros de la nación

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Antonio García Santesmases *

Con motivo del gran éxito de la selección española de Fútbol se han producido una serie de reflexiones acerca de la eclosión de sentimientos colectivos que parecían olvidados, reprimidos, negados durante muchos y muchos años. No han sido pocos los comentaristas que han hablado de la aparición de una nueva generación de españoles que han estado dispuestos a defender la bandera nacional sin complejos, a plena calle y a pleno pulmón, explicitando su orgullo por ser españoles.

Esta explosión de alegría, que todos hemos podido contemplar en las calles de nuestras ciudades, se ha producido en medio de dos acontecimientos donde la discusión acerca del sentido de la nación se ha agitado de una manera contundente no exenta de peligros; nos referimos –claro está– a la manifestación en Barcelona el pasado 10 de julio (precedida por la publicación de la sentencia del Tribunal Constitucional) y al debate sobre el Estado de la Nación  realizado los días 14 y 15 de julio.

Comencemos con la alegría. Cuando tantos hablan de “hambre de patria”, de “nostalgia de nación”, de “defensa sin complejos de la bandera” hay que decir que estamos ante una definición de nación que remite de manera inequívoca a la definición de Ortega: a un proyecto sugestivo de vida en común. Ortega en España invertebrada ya había advertido que las naciones no viven  del pasado, de las leyendas míticas acerca de lo que hicieron en los días gloriosos, sino que tienen futuro cuando sus habitantes están dispuestos a hacer algo en común; para hacer algo en común es imprescindible  superar los particularismos. Los particularismos, advertía Ortega, no son sólo de los nacionalismos periféricos (catalán o vasco) sino que conforman al conjunto de la Nación, ya que cada institución particular sólo mira por su propio interés y no por los intereses del conjunto. Esto ocurre con la Iglesia, el Ejército, la Corona o el sindicalismo.

Por unos días hemos vivido la gran epopeya que aunaba al gran entrenador con antecedentes familiares republicanos y al modesto jugador de Albacete; al guaje de la cuenca minera y al jugador de Tenerife,  y quizás por ser la más significativa al portero del Real Madrid abrazándose con el capitán del Barcelona.  Todas estas imágenes reflejaban admirablemente la superación de los sentimientos particularistas y la apuesta por un proyecto sugestivo realizado en común. Hasta los había que hablaban de Del Bosque como ejemplo de lo que tenía que ser un buen presidente del Gobierno, capaz de conciliar, de unir, de mandar sin avasallar, y de lograr que todos superasen los egos en pos del juego del equipo.

Y, sin embargo, no era ésta la situación que se vivía a nivel político, porque, a las pocas horas, en el debate sobre el Estado de la Nación volvía la realidad. El abrazo entre Casillas y Pujol se perdía en el recuerdo y presidían la situación  las palabras de Durán i LLeida en el Congreso de los Diputados recordando a Carrasco i Formiguera y mostrando como éste, acusado en su día de particularista, había defendido en los años treinta, precisamente frente a Ortega, la necesidad de un nacionalismo catalán, hispanista, europeísta y universal. Un catalanismo que quería aunar la identidad catalana y la identidad española.

Oyendo al portavoz de la Minoría Catalana no podía dejar de pensar que algo muy grave ha ocurrido para que lo que tenía que ser la superación de una situación orteguiana de conllevancia, para llegar a alcanzar  una situación de complicidad y de fraternidad, se haya convertido en un problema no sólo catalán, sino también español. ¿Por qué hemos llegado a esa situación?

Han ocurrido muchas cosas y me gustaría ir analizándolas con sosiego en estas colaboraciones que hoy inicio en cuartopoder pero, entre ellas, me gustaría  comenzar diciendo que tienen razón muchos catalanes al  haber percibido que no se ha tratado con simpatía, con altura de miras, con complicidad, las peticiones del parlamento de Cataluña; y eso ha ocurrido, entre otras cosas, porque han brillado por su ausencia los federalistas españoles.

No podíamos esperar que asumieran esa tarea los conservadores españoles. Para la derecha española nación sólo es la nación española; lo demás son regiones dentro de la unidad indisoluble de la nación española. Para esa derecha ya fue un trago duro  aceptar el Estado de las autonomías como para imaginar un paso adelante. Por si tenían alguna duda, los problemas derivados del terrorismo etarra vinieron a complicar mucho las cosas y les confirmaron  en sus tesis  acerca del carácter patológico de todos  los nacionalismos. Para esta derecha, nacionalista siempre es el otro. Son los otros los que son excluyentes, intolerantes y  xenófobos, mientras el nacionalismo del Estado es liberal, constitucional, racional y patriótico.

Ése ha sido y es el discurso de una derecha que defiende una España sin complejos, aunque haya que pasar por encima de todos los horrores de la historia de España. Esta actitud –comprensible en los herederos de Cánovas– se ha extendido más allá de los confines ideológicos de la derecha creando una enorme distorsión conceptual y sepultando la visión de la historia de España de la izquierda. La historia de España que recogen los socialistas es la España de la heterodoxia, de la derrota, de los exilios, de los  erasmistas y de los republicanos, y es también la historia de los que se dieron cuenta, como Azaña, de que no era posible  ni deseable construir en España un Estado centralista y jacobino.

Azaña sí, el Azaña acusado de imitar el modelo republicano francés, es el que ve que es imprescindible el acuerdo entre el liberalismo español y el nacionalismo catalán, que no volverá a haber reyes Borbones que acaben con la libertades del pueblo de Cataluña, que la causa de la libertad de los españoles y la causa de la identidad de los catalanes, es una y la misma causa. ¡Qué poco se han recordado estas palabras de Azaña a lo largo de estos años! Todo ha sido citar a Ortega de una manera simplista y recordar los textos del Azaña desengañado, del Azaña que había vivido el error de octubre del 34, el abandono de las democracias europeas en el verano del 36 y los conflictos dramáticos de mayo del 37. Sacar las palabras del contexto en que se producen es la mejor  manera de no entender nada.

Haber abandonado el cultivo de la propia historia ha conducido a esta situación. A una situación en la que se habla de la soberanía, de la nación, del poder constituyente, como si esto no tuviera nada que ver con la historia, como si el constituyente del 78 hubiera actuado libre de todo compromiso, sin ningún tipo de presión, pudiendo diseñar de manera abstracta el mejor de los ordenes constitucionales.

Nada más lejos de la realidad, pero haber olvidado la propia historia, haber cubierto de silencio el pacto de la Transición (olvidando todas sus sombras) nos ha llevado a esta situación en la que además  no se ha valorado que durante años y años, frente a lo vivido en el País Vasco, Cataluña ha dado un ejemplo para el  resto de país. Ha logrado evitar la existencia de dos comunidades, ha logrado implicar en su proyecto a unos y a otros, ha logrado la convivencia en su seno de personas procedentes de distintos lugares que, como el guaje de la cuenca minera y el manchego de Fuentealvilla, van a convivir en el mismo equipo, y lograr los mayores triunfos.

Y en toda esa tarea han jugado un papel ejemplar, quiero decirlo, los socialistas catalanes mostrando que era posible combinar distintas identidades,  que los que venían de la inmigración y los que procedían del catalanismo habían logrado que el socialismo tuviera arraigo en Cataluña. Volvamos a la historia. ¿Tenía arraigo el socialismo en Cataluña en  los años treinta?  Es evidente que no. ¿Hubiera logrado el PSOE gobernar en España sin esa presencia del socialismo catalán? Es evidente que tampoco.

Pero para muchos era y sigue siendo más fácil subirse al carro dominante y decir que los charnegos que anidaban en la vieja Federación catalana del PSOE habían traicionado al socialismo; que los socialistas catalanistas que venían del viejo PSC siempre habían sido nacionalistas.

No es de extrañar que con estos ingredientes no ha habido manera de responder al relato de la derecha española y a la pulsión soberanista de una parte de los nacionalistas catalanes. Las batallas, como ha dicho muy bien Montilla, se pueden ganar o perder pero hay que darlas. Si queremos que esto tenga solución hay que comenzar a dar esa batalla y los federalistas españoles tienen que salir del letargo. Hay que acabar con la tesis de que a cada Estado debe corresponder una única nación, indisoluble por naturaleza y acabar también con la aspiración a que cada nación tenga un Estado propio.

Las dos fórmulas: la de la derecha española y la del nacionalismo independentista son claras e inequívocas pero nos llevan a un choque de trenes. Las fórmulas que buscan el acomodo de identidades complejas son las que pueden ayudarnos a salir del embrollo. Pero para salir de este embrollo, la izquierda, antes de nada, tiene que cultivar con mayor cuidado su propia historia, y defender con mayor vigor un proyecto federal. ¿Estamos aún a tiempo? Espero poder compartir con los amigos de cuartopoder la evolución de todos estos acontecimientos y, a ser posible, impedir que lo peor se haga realidad.

(*) Antonio García Santesmases (Madrid, 1954). Catedrático de Filosofía Política de la UNED. Su última obra publicada es Laicismo, agnosticismo y fundamentalismo (Biblioteca Nueva, 2007).
5 Comments
  1. MyKLogica says

    Felicidades por el comentario. Muy interesante y estoy de acuerdo en gran parte con él. En lo único que difiero es en que el PSOE ha hecho en gran medida el juego a la derecha, denostando a aquellas personas que abogábamos por una España plural y llamándonos fachas cuando lo hacíamos.

    Lo dicho, un gran artículo.

    Saludos.

  2. celine says

    La impresión, al leer el artículo, es de que me ayuda a entender lo que está pasando; pero los intereses electoralistas de cada partido me parece que nos confunden bastante o, al menos, me confunden. ¡Qué alegría contar con usted en esta página! Gracias.

  3. Davidson says

    Bienvenido profesor. Como charnego llegado a Catalunya hace un año, me he sentido acompañado por primera vez al leer su artículo: son tan pocas las opciones políticas federalistas, que celebro su artículo y espero haga reflexionar. El silencio federalista va acompañado de ruido mediático: la oferta de pacto independentista de Laporta a CIU, ERC e ICV: ¿independentistas neoliberales, conservadores, independentistas de izquierda y federalistas ecosocialistas juntos? Sé que Catalunya tiene muchas más ideas que ofrecer, y como federalista espero que ICV y PSC acaben su silencio sobre una España Federal. Y que se les escuche en España. Ganaremos todos. Un saludo.

  4. Jose says

    La auntonomía sin autosuficiencia es y será siempre una fuenrte de conflictos. Baste como ejemplo el del hijo mayor viviendo en casa de sus padres. Tiene la libertad del pez en la pecera.
    La arcaica derecha española se opone porque sigue creyendo que federalismo y unidad son conceptos políticos opuestos. ¿Acaso estamos más unidos los españoles que los alemanes? por poner sólo un ejemplo. El Federalismo es la solución a las tensiones políticas interautonómicas actuales.

  5. oikos says

    Qué gusto descubrir que los intelectuales federalistas existen en España y empiezan a explicarse! España será federal o no será -al menos como la conocemos ahora-.

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