El deseo y la ortopedia

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Germán Gómez Orfanel

A mis amigos de  Viernes

Las vacaciones de agosto son  algo inmediato, y es probable que muchos de ustedes estén  ya cansados del Mundial de fútbol, de las consecuencias de la sentencia sobre el Estatut, y sobre todo de que la derecha mediática (tradicional, extrema, muy extrema y neofranquista) nos presente sistemática y constantemente a José Luis Rodríguez Zapatero como la suma de todos los males sin mezcla de bien alguno, extraño híbrido de perfidia e incompetencia y causa y origen por acción y si hace falta por omisión, de las desgracias de los españoles, lo que nos suelen repetir cotidianamente  personas con las que nos relacionamos, tales como cuñadas, taxistas, vecinos, párrocos o notarios, entre otros.

Por ello, para cambiar de aires, no me resisto a contarles la historia de un conocido mío, Manuel Cantio de Monterrey, de 60 años, y que se separó el año pasado, bueno en realidad le separaron. Todo comenzó  cuando decidió encargar a un joven y talentoso escultor un busto de su mujer, por lo que ambos acudieron varias veces a su estudio. A los pocos días su esposa le comunicó, que lo sentía mucho, pero que era  la gran oportunidad de su vida y que al día siguiente se iría a vivir con el mencionado escultor.

Fueron meses muy difíciles para nuestro protagonista, que tras el desconcierto inmediato, la desesperación subsiguiente y el sufrimiento constante, pensó que tenía que rehacer su vida, es decir, encontrar sexo estable y gratificante en el marco de una convivencia agradable o por lo menos llevadera. Tras una serie de intentos fallidos en torno a damas cercanas, decidió probar con Internet. Así encontró a Eloísa, ejecutiva de 35 años que trabajaba en una consultoría sobre problemas del Medio Natural.La cita inicial resultó agradable y esperanzadora y a los pocos días ella le  invitó a cenar en su apartamento.Nuestro hombre era totalmente consciente de que la ocasión era decisiva, y tras una sumaria reflexión no exenta de dudas sobre las dificultades de una relación con tanta diferencia de años, aunque cumplía con esa norma fundamental que le había aconsejado un amigo de no llegar a doblar nunca la edad de sus amantes, comenzó a preparar sistemáticamente el encuentro.

En primer lugar un surtido adecuado de preservativos, y recordó el consejo de un compañero de trabajo, en los años de auge del Sida, que le recomendaba ponerse dos por si acaso, rápidamente desechó tal idea. Por otra parte el Viagra le resultaba vulgar y dudó entre pastillas de tadalafilo o vardenafilo, optando, tras realizar un análisis comparativo de sus características y efectos, por las segundas.

Pasó la tarde haciendo flexiones y estiramientos y ojeando algunos clásicos del erotismo, como Miller, Lawrence y el Marqués, y entre los nacionales Quevedo y algún Manual de confesores y Vidas de mártires. Meditó además sobre su papel, ¿se vería obligado a actuar de Pigmalíón?, lo cual no le desagradaba, aunque solía acabar muy mal.

La cena resultó estupenda, la comunicación fácil y fluída, pronto empezaron a besarse y a quitarse la ropa. Ya en la cama abrazados, sintió que se mareaba de felicidad. Fue entonces cuando oyó que Eloísa con voz segura le decía, −Manolo, lo que a mí verdaderamente me pone es esto, señalando a un arnés que sujetaba con su mano y del que pendía un más que notable pene de silicona.  −Así que tu verás….

No supo ni quiso negarse.

Todo esto lo he sabido porque hace unos días me encontré con  él en un bar y a la segunda copa me lo contó.Tras una breve alusión a su ligeramente dolorida retaguardia, añadíó con una mirada  relajada , −bueno, las cosas son distintas, nos va bien, y creo que... me estoy enamorando de ella.

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