Julián Sauquillo
En los años ochenta, admiré a un sociólogo de excepcional talento: Jesús Ibáñez. Así fue no sólo por sus aportaciones a la sociología cualitativa sino por su brillante ingenio. Aún situado en la izquierda radical, decía que era conservador porque estaba muy preocupado por la conservación de la Naturaleza. Observen lo que da de sí el lenguaje. Ibáñez era muy consciente de la vaguedad de los términos políticos y se permitía estos chocantes juegos de palabras. En una línea más rocambolesca, incluso, siempre me ha extrañado que muchos se definan como liberales para, a renglón seguido, matizar que son “liberales conservadores”. Parecen acudir rápido con un extintor para apagar el fuego.
Si la autonomía individual es el valor más defendido por el liberalismo, algunos postulantes a liberales no debieran tener tanta preocupación por defender la tradición o las buenas costumbres en la indumentaria. El liberalismo subraya la libertad individual. Se fundamenta en que seamos capaces de proyectar la vida según nuestro antojo dentro del respeto a las normas. Las normas jurídicas y morales nos muestran cursos de acción posibles ante los cuales podemos elegir. Esta disposición liberal en la vida, única y singular, nada tiene que ver con que sigamos los hábitos de nuestros ancestros, los consejos autorizados de algún futurólogo o la línea marcada por alguna autoridad política. Nuestras sociedades están basadas en desacuerdos morales y en una fragmentación de la opinión pública. Por suerte, hemos salido de las sociedades monoteístas y teocráticas en occidente. Aunque existen liberalismos de todo tipo en la historia, a nuestras sociedades pluralistas le cuadra más un liberalismo politeísta como el deseado por John Stuart Mill que un liberalismo monoteísta (y tradicionalista) como el defendido por Edmund Burke ante la amenaza imparable de la Revolución Francesa. Así es porque a nuestras sociedades les subyace el pluralismo dentro de unos límites razonables. La “condena a tener que elegir” de los existencialistas, como Jean-Paul Sartre, resulta una liberación.
Los partidos políticos, por más que se disciplinen o sus miembros sean muy obedientes, no pueden constituirse en “capillas” blindadas a este pluralismo y a esta fragmentación de la razón contemporánea. Buscar una unidad política inquebrantable en los gobiernos o en las asociaciones políticas no puede llevar a ningún buen puerto. Las estructuras políticas no pueden ser monolíticas y han de reflejar valores como la autonomía, el pluralismo, la igualdad y la participación porque intervienen en el seno de una sociedad abierta. Aunque la acción política tenga su esfera propia de comportamiento –diferente de la acción moral entre un grupo de amigos o en una sociedad filantrópica- no puede regirse sólo por la disciplina, la obediencia o la autoridad. Demasiada discrepancia en la toma de decisiones partidistas puede ser un dislate pero, quizás, convenga un “¡¡Rompan filas!!”, con alguna frecuencia. Se muestra así el dinamismo, la discusión, el debate, el control político y la variedad en el seno de la organización partidista. Las primarias son un buen “test” democrático: muestran la autocrítica y la abundancia de proyectos, en vez de la atonía de pensamiento.
Al decidirse el PSOE por las primarias entre sus candidatos a la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid, no se hunde el mundo. Al contrario, se fortalece el pulso político. No cabe ver aquí el reflejo de la pusilanimidad del Presidente de Gobierno para gobernar España. Tampoco la inoportuna rebeldía de un candidato. Hubo errores de “libro de instrucciones” en la proclamación de las partes concurrentes a las primarias: se quisieron evitar, se confundió la democracia interna con unas encuestas, se mezcló la opinión del secretario general con la opinión de los militantes antes de sondear ésta en elecciones,… Pero hay primarias finalmente. No es óptimo que los candidatos electorales se proclamen por unanimidad. No olvidemos que el descrédito de la deliberación como palabrería, protagonizado por Carl Schmitt, llevó al totalitarismo.
Ahora, el PSOE tiene la posibilidad de mostrar unos métodos limpios para presentar a sus candidatos sin complejo alguno. La extrema rivalidad apunta a apurar demasiado las tácticas de captación de aliados partidistas (utilización del censo, empleo de sms,...). Tampoco el PP es un partido unitario. Sólo lo parece a duras penas. Los partidos de centro derecha tienden a una mayor cohesión interna, paralela a la fidelidad que les muestra su electorado. Pero la cohesión venida de la disciplina es diferente de la obtenida por el debate. No conviene hacer gala de una cohesión disciplinada. La mayor disciplina interna del centro derecha y la derecha viene de siempre. Robert Michels demostró la tendencia elitista de la organización partidista de los sindicatos y partidos de izquierdas porque demostrada la menor se constataba también la mayor: los partidos de derecha o centro derecha tienen una tendencia bien visible a la cohesión conseguida a toda costa.
Las primarias son procesos internos de cada partido, a veces abiertos a sus votantes fieles. Más vale no intervenir bruscamente en un proceso interno del partido contrincante antes de que se proclame el candidato, tras las primarias, y se abra el periodo electoral. Unas primarias ni reflejan una crisis de gobierno, ni la debilidad de dirección política sino una vigorización de los procesos internos de cada partido. ¿Tendremos próximas primarias en el Partido Popular? Sería un correlato lógico a la proclama de Mariano Rajoy de representar al partido de la libertad.
Pedir primarias al PP es pedir peras al olmo. En el PP se valora la cohesión,sea ésta real o sólo aparente, como una virtud teologal. Por eso es un holding de sectas religiosas. La cohesión es el sunmum desiteratum de toda dictadura. Las primarias son la puerta abierta a la democracia.
Hombre, el PP también quiere primarias. Lo que pasa es que las quiere para el enemigo, como es natural. Quiere que pase lo que pasó cuando Borrell ganó las primarias aquellas, que fue de un pluralismo admirable, sin teocracias ni capillas ni unanimidades schmittianas ni indumentaria uniformada, claro está.