Un gran escritor, a pesar de todo

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Alfred Sargatal Plana *

En una etapa de mi vida tuve la fortuna de trabajar como corrector de estilo o, si se quiere, como editor (en el sentido inglés del término), en las editoriales Seix Barral y Ariel, a las órdenes, sobre todo, de Joan Ferraté y Pere Gimferrer, y al lado de Josep Mª Pujol Sanmartín, Andreu Rossinyol, Josep Poca, Luis Lagos, entre otros, y procurando trabajo a futuros críticos y escritores como Horacio Vázquez Rial y Ernesto Ayala-Dip. Cuando ayer me enteré de la noticia –Mario Vargas Llosa, premio Nobel del año 2010– tuve una gran alegría, la misma que si una chica joven y guapa me hubiera tomado en brazos.

Pero no voy a hacer aquí el panegírico de don Mario ni voy a hablar de todas y cada una de sus obras o virtudes, que son numerosísimas y de todos conocidas. Voy a referir, por el contario, una modesta anécdota o aventura que me ocurrió con el gran escritor Mario Vargas Llosa.

La anécdota empieza allá por en el año 1975 en que nos llegó el original del magnífico ensayo que se publicaría poco después con el título de La orgía perpetua: Flaubert y “Madame Bovary”. Al leer el original recuerdo que me encontré con varias citas de Flaubert transcritas en el texto mecanografiado con alguna que otra leve falta de ortografía (acentos, por ejemplo, y otras minucias de ese calibre). Por mediación de Gimferrer se le mandaron a París las galeradas del libro, en las que ante citas como «Une âme se mesure a la dimensión de son désir», yo modestamente le preguntaba: “¿No cree usted que a esa a le falta un acento abierto?”, él se limitó a responder a su interlocutor algo así como: “¡Quién es ese individuo que se atreve a corregirme!” Quizá no era exactamente así, pero por ahí iba la cosa. Me limité, finalmente, a respectar escrupulosamente los deseos del autor. Y ahí terminó todo. De momento.

Al cabo de casi treinta años, allá por el año 1999 o 2000, cuando yo había abandonado hacía más de diez años mi puesto de editor en Seix Barral, Ariel, etc., y ejercía como catedrático de lengua catalana y literatura en un instituto, aunque seguía haciendo mis pinitos como crítico literario en revistas como El Viejo Topo, Vuelta, Quimera, Lateral, etc., vi anunciado un acto público en que iba a intervenir Mario Vargas Llosa, me imagino que con motivo, a lo mejor, de la aparición de La fiesta del Chivo (2000). Lo mismo que en su momento hice con Borges, en el día y hora anunciados me dirigí al edificio de la Universidad de Barcelona, subí las escaleras de la Facultad de Letras y en el mismo claustro frente al arco que conduce al aula magna y al paraninfo estaban aguardando Mario y otra persona (¿uno de sus hijos?). Yo –por si acaso– llevaba bajo el brazo un ejemplar de La guerra del fin del mundo (1981) y, sin encomendarme ni a dios ni al diablo, me dirigí a don Mario más o menos con estas palabras: “Seguro que usted no me conoce. ¿Se acuerda del corrector de Seix Barral que corrigió su Orgía perpetua: Flaubert y “Madame Bovary” y le sugirió algunas pequeñas correcciones de las citas en francés?”. “Pues claro que sí me acuerdo. Usted es…” Le dije mi nombre. “No sabe cuán agradecido le estoy. Veo que trae un ejemplar de mi Guerra del fin del mundo. Si quiere, le pongo una dedicatoria con mucho gusto”.

Yo también le estoy muy agradecido. Con la lectura de sus obras, sobre todo de sus novelas, he pasado los mejores momentos de mi vida.

(*) Alfred Sargatal Plana (Hostalets de Bas, Girona, 1948) Crítico literario, traductor y profesor de Lengua y Literatura catalana hasta su jubilación. Entre sus obras, destaca Introducción al cuento literario (Laertes, 2009).
3 Comments
  1. celine says

    Es que, aunque ahora sólo se escriben alabanzas, MVL también tiene sus cosillas. Hoy lo comenta con gracia Joan de Segarra en La Vanguardia: un hombre que, con su saber hacer en relaciones públicas, tenía que llegar lejos.

  2. Horacio Vázquez-Rial says

    ¡Querido! ¡Qué alegría encontrarte y saber que me recuerdas! Como no tengo mail tuyo, te mando un fuerte abrazo por este medio. Horacio

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