Gobierno y peso político

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Rafael García Rico *

La remodelación que hemos conocido del gobierno se fundamenta en la necesidad de Zapatero de disponer de un consejo de ministros capaz de afrontar la nueva etapa de reformas. Es decir,  abordando el cambio de orientación política que la ruptura sindical y la nueva política económica plantea con un equipo cualificado para ello, sin el desgaste del tiempo perdido ni la inercia de la “ausencia” de política, tan practicada.

Es la segunda vez que Zapatero asume una remodelación de su gobierno con la intención de dotarlo de mayor peso político. En la primera ocasión, abril del año pasado, incorporó al gabinete al presidente del PSOE, Manuel Chaves, y al vicesecretario general del partido, José Blanco. Contó, también, con Trinidad Jiménez, compañera de viaje desde que fue elegido secretario general y hasta entonces ausente del gobierno.

El peso político consiste en establecer una dimensión del consejo de ministros en la que cada uno de sus componentes tiene una importante capacidad de liderazgo y una fuerte convicción ante los medios y ante la gente. Representan fortaleza pero, sobre todo, prestigio ante la sociedad.

El modelo de gobiernos de Zapatero se ha caracterizado por elegir como ministros personas muy dispuestas y muy capaces, pero sin mayor relevancia en la política y en su proyección. Aparentes buenos gestores a los que se les supone dedicación y entrega a la causa, pero sin experiencia como referentes en los que los ciudadanos encuentren la credibilidad suficiente para mantener la confianza ante las adversidades.

Y de eso se trata. De afrontar la peor adversidad y la de mayor riesgo para un partido en el gobierno: La caída libre en las encuestas, el incremento de la desafección y, sobre todo, la transmisión tanto de la idea como de la sensación de agotamiento. En aquella ocasión, en abril de 2009, la entrada de Blanco y de Chaves parecía garantizar la “implicación” real del PSOE o, al menos, que los votantes socialistas reconocieran entre sus ministros a los líderes de primera línea del partido, de tal forma que pareciera un acto de firmeza política encumbrarlos a los ministerios.

Pero la realidad social y económica ha ido por delante a más velocidad que la realidad política del presidente. La dureza de la crisis, la presión especulativa de los mercados, el giro a la derecha de los socios europeos y la ruptura del pacto tácito con los sindicatos para mantener los derechos adquiridos, agotaron el esfuerzo de aquella renovación. El recorte del déficit volvió a dejar en evidencia el agotamiento del proyecto y la debilidad del Gobierno que pareció más ocupado en evitar los golpes que en transitar con un proyecto claro, constante y decidido.

Podría decirse ahora, un año y pocos meses después, que el nuevo consejo de ministros tendrá, de nuevo, más peso político. Así lo quiere transmitir el presidente. El papel de Rubalcaba al frente del tablero de mandos y con la potavocía en sus manos, y la incorporación del vasco Ramón Jáuregui animan a creer que el papel de los ministros romperá la tendencia a convertir en “segundones” de lujo a los elegidos. Ambos tienen trayectoria y criterio suficiente así como capacidad de comunicación para ser los nuevos pilares de este Gobierno que entra ya en una etapa de tiempo de descuento.

A ellos corresponderá idear la estrategia de la recuperación: la económica y la electoral. Pero todo será estéril si el presidente no contempla como un hecho su desgaste personal y acepta repartir juego y protagonismo en la explicación de la gestión y en el diseño de la comunicación.

Efectivamente, la comunicación ha sido la gran ausente de este ciclo. Los nombramientos en esa área han dejado en evidencia la falta de control y diseño en un aspecto vital de la política. Jáuregui y Rubalcaba son expertos en la arquitectura del discurso político y en la estrategia de su proyección. Lo recorrido hasta ahora debería servir de ejemplo de lo que no hay que hacer.

Y, por último, la reubicación de Trinidad Jiménez en un ministerio de gran calado hace justicia a la dedicación y entrega de la ministra más leal del Presidente. Aportará más imagen positiva y servirá para afrontar esta etapa con una identidad más próxima a la gente de la que esperan el voto.

Pero, en cualquier caso, si el gobierno remonta será dejando mucho en el camino. Y mucho de ello será de Zapatero. Rubalcaba ha dejado de ser una incógnita por despejar: se ha convertido en la solución y en la salida necesaria, con remontada o sin ella, en la que se apoya el Presidente y eso incluso después de lo sucedido en Madrid.

Si habrá o no postzapaterismo y quién será quien lo protagonice se irá despejando muy pronto. Pero creo que está todo bastante claro.

(*) Rafael García Rico es periodista. Fue diputado del PSOE y miembro del Consejo de Administración de Telemadrid.
3 Comments
  1. Lola says

    El peso político lo da la credibilidad y el prestigio. Estoy totalmente de acuerdo. Rubalcaba reune ambas cosas y es un gran comunicador. Buen ánálisis.

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