Judíos, jesuitas, masones y demás ralea

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Juan Ángel Juristo *

El truco no es nuevo. Tampoco las reacciones. Tampoco el resultado. Hace unas semanas Umberto Eco publicó en Bompiani, El cementerio de Praga, que edita ahora Lumen en edición española, y desde entonces las reacciones ante algunas afirmaciones contenidas en la novela, han sido innumerables. A destacar por su importancia mediática, protestan cada semana por motivos varios, el Vaticano y la comunidad judía. Para la Iglesia Católica el papel de los jesuitas queda en entredicho, su destino parodiado hasta la caricatura y su papel degradado. La comunidad judía rastrea espantosos gestos antisemitas en el protagonista, el capitán Simonini, cosa hasta tal punto cierta que Humberto Eco le hace ser el instigador de Los protocolos de los Sabios de Sión, aquel panfleto contra los judíos, acusados de ser los dueños secretos del mundo, ampliamente difundido por la policía zarista a principios del siglo XX hasta el punto de convertirse en un fenómeno mediático único en su época.

Eco se ha divertido mucho con esta novela y ha jugado con escandalizar a los pacatos de nuestro tiempo que, como siempre, confunden en estos casos narrador y personaje. Desde luego que Flaubert echó leña al fuego cuando proclamó en el correspondiente juicio a su novela sobre la adúltera, “Madame Bovary, c’est moi”, pero eran otros tiempos y el autor de La educación sentimental esperaba provocar cierta reacción con aquella frase.  El semiólogo sabe que hoy día nadie quiere ser acusado de ingenuidad y la cosa ha ido por otros derroteros: nadie le mete en juicio ya pero sí se aprovechan intoxicaciones emitiendo comunicados que a nadie convencen salvo a los colectivos ya convencidos, a sus parroquianos, vamos.

Digo: Umberto Eco se ha divertido. Y en esta novela no deja títere con cabeza. El capitán Simone Simonini, educado por los jesuitas, traidor, terrorista, falsificador, espía, piensa que los judíos, desprenden “un olor nauseabundo” y que los jesuitas son “masones vestidos de mujer”, sí, pero de los alemanes se dice que se encuentran en  “  el más bajo nivel de humanidad”, que los italianos son unos arteros y que los franceses matan por aburrimiento, sí, pero también que las mujeres son unas putas que llevan la sífilis a todos lados por lo que es preferible dedicarse a la gastronomía que a los placeres con el sexo opuesto. Y así hasta volver una y otra vez a los judíos, la raza pestilente semejante los caníbales que defienden  a comunistas y anarquistas… Cuesta creer que todo esto ofenda a alguien y sin embargo sí ofende, o eso se pretende,  pero el ilustre semiólogo, que se las sabe todas, sabe, claro, que la corrección política es resultado de un cierto concepto blando de totalitarismo que tiene que ocultarse con falsos discursos democráticos, apelando siempre a la colectividad, eso sí, se ha llegado a decir que Umberto Eco es un irresponsable porque no ha pensado que hay gente que puede tomarse las opiniones del siniestro Simonini como ciertas, y como se las sabe todas ha realizado en esta novela una de las críticas más feroces contra la corrección política que haya leído en los últimos tiempos. El siglo XX, vale decir,  el folletín, la doble personalidad, la teoría conspiratoria de la historia,  le vienen en su ayuda, así como el guiño constante con el lector, en la novela aparecen Alejandro Dumas, Garibaldi, Sigmund Freud, para construir una novela que destila inteligencia por todas partes. Cabría dudar que este libro sea una obra literaria de cierto fuste, yo soy de esa opinión, y cabría pensar que ya que se trata de una novela en ello deberíamos centrarnos. Ingenuos. Umberto Eco, un hombre de gran sensibilidad literaria, sabe que la literatura no importa, también lo saben por otros motivos aquellos colectivos que se sienten insultados o velan por la sana mentalidad de sus feligreses, pero sí tiene la certeza que lo único que despierta la modorra es la provocación y a ello se ha dedicado con fervor, cachondeo y divirtiéndose a espuertas en la cumbre de su carera.  Envidia cochina. Pero no confundamos. La inteligencia provoca fascinación pero en el mundo del arte eso no basta. El arte es una madrastra que nos abandona cuando menos lo pensamos, dejándonos boquiabiertos. Pero ello, ¿a quién le importa?

(*) Juan Ángel Juristo es crítico literario y escritor.

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