El Estado de Bienestar Social y el ex presidente Aznar

2

Julián Sauquillo

Hace un par de años, escuché un comentario sobre los abdominales de Aznar en un pueblo de reciedumbre castellana. Era una valoración admirativa de unos mozos. Apreciaban su dureza muscular y justificaban la propia flacidez en que no tenían tanto tiempo libre como el ex presidente. No podía imaginarme que las “tabletas” de su  vientre  pudieran venir de nuevo a mi mente. Pero Aznar habló sin tapujos en la clausura del II Congreso de su partido en Jersey City en el Estado de Nueva Jersey. Aquel mérito gimnástico vuelve a mi memoria porque Aznar alude ahora a la flojera de la gente para criticar al insostenible Estado de Bienestar Social. Es cómo si tal Estado fuera una parihuela para los que no se compran unas buenas espalderas. El Estado de Bienestar Social parece, en su versión, la explotación de los industriosos por los perezosos. No puede ser que el personal quiera dejar de trabajar antes e incorporarse tarde al trabajo –señala el ex presidente. Es como si, para el ex presidente, la gente no quisiera trabajar de la misma manera que rehuye hacer todos los días mil abdominales.

Pero, ¿puede valorarse a la gente por un mero principio “meritocrático”? ¿Vale más en términos netos Aznar que otros porque él sí trabaja y otros cuentan los días que les quedan para jubilarse? Que se lo pregunten a un minero o a un peón caminero. Estamos lejos de asegurar la igualdad de oportunidades en las sociedades contemporáneas. De tal forma que el acceso a puestos y cargos de relevancia no es igualitario. Es seguro que muchas de las posiciones sociales más relevantes (Inspector de Hacienda, Diputado, Notario, Registrador de la Propiedad, Catedrático de Universidad, Magistrado,…) sufren una tenaz selección social que impide sean de mayoritario acceso. Los buenos puestos están reservados a los alevines de las buenas familias que pueden mantener a sus hijos cuatro o cinco años fuera del proceso productivo para que aprovechen el pacífico estudio opositando. Sólo la “clase ociosa”,  de Thorstein Veblen, puede pagarse alojamiento adecuado, preparadores de oposición, dieta equilibrada… sin trabajar durante unos cuantos años. La familia Aznar es una saga elevada de la que el niño y el joven José María aprovechó su capital social.

Sin igualdad de oportunidades lograda, vivir hoy de conferenciante en vez de limpiador de oficinas no es disponible para las gentes, salvo alguna excepción extraña. Depende más de las circunstancias sociales en que uno nació que de las elecciones que fue tomando. Y, desde luego, que a un barrendero le suban la edad de jubilación a los sesenta y siete le duele más que a un catedrático honorífico le mantengan su jubilación a los setenta años o se la amplíen. Pero, aún más, si Aznar logra desmantelar el Estado de Bienestar Social, como si fuera con piqueta y excavadora, la igualdad de oportunidades será de quimérico logro. Las circunstancias familiares y sociales se les impondrán a las personas indefectiblemente. La movilidad social sin Estado de Bienestar Social se acercará a cero.

Nos ha hecho mucho daño el principio paulino “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Aznar se cree, como San Pablo, que “trabajo es trabajo” y ya está. Pero Carlos Marx nos reveló que, en las sociedades capitalistas como la nuestra, hay tres fetichismos: fetichismo del capital, del trabajo y de la mercancía. El valor del trabajo realizado y no pagado, las condiciones sociales desiguales y la posición social en la cadena de explotación se ignoran. El trabajo, el valor y la mercancía se adoran como idolillos sin hurgar en sus entrañas. Se ignora su contexto político. Está adoración estrábica se da tanto entre los trabajadores –los mozos que admiraban los abdominales de Aznar– como entre los empresarios –hay que trabajar más y ganar menos– con sus espejismos del imperio de los méritos. En cambio, si entramos en la urdimbre del trabajo, nos encontraremos con labores sin creatividad alguna, mal pagados, sin posibilidad de reivindicación laboral por la amenaza de despido,… Es decir, trabajo explotado y vejatorio, del que otro recibe el beneficio (o los laureles). Trabajo espantoso, por tanto,  del que sería crueldad innecesaria preguntarle a su empleado “¿pero qué, no te gusta el trabajo?”

Dentro del modelo socialdemocrático, autores como John Rawls habían ideado un sistema de reparto que congeniaba el capitalismo con niveles notables de igualdad. Rawls aceptaba que la diversidad de talentos entre los individuos y la mayor o menor suerte de nacer en una familia con recursos o sin ellos eran compatibles con la redistribución de riqueza más justa que la efectuada por el mero mercado. No se trataba de conseguir la igualdad absoluta pero tampoco de someter a las personas a sus estrictos méritos. Se procuraba conseguir que las personas fueran iguales en la línea de salida de la carrera competitiva. Porque la “meritocracia”, en sentido estricto, no sopesa las circunstancias menesterosas y difíciles de las personas. En cambio, con una política fiscal, que grave a los más aventajados socialmente en favor de los más empobrecidos, pueden subir los niveles de vida más paupérrimos. Asegurar las necesidades básicas y la igualdad de oportunidades es un requisito fundamental de las sociedades justas. Pero mucho me temo que la derecha desea el deterioro de cualquier protección social. Y la izquierda declinante lo asume. Muchos proclaman hoy el principio darwinista de “sálvese quien pueda” o de “después de mí el diluvio”. Prefiero, en todo caso, que Aznar no vea angustia en mi soflama, no vaya a ser que, “por España”, vuelva.

Leave A Reply