Julián Sauquillo
Por un momento, al afeitarme, creí estar soñando. Radio 5, “Todo Noticias”, ofrecía una disquisición sobre la confusión en que incurrimos al utilizar indistintamente “confrontación” y “enfrentamiento”. He creído vivir todavía en un tiempo donde Joaquín Calvo Sotelo aparecía en la televisión con sus sutiles distinciones terminológicas. Eran años en los que se cuidaba el lenguaje desde espacios como “A Fondo”, con el inigualable conversador Joaquín Soler Serrano, o “Encuentros con las letras” con unos jovencísimos Carlos Vélez, Andrés Trapiello y Fernando Sánchez Dragó. Pero no era un delirio. La radio subrayaba que “confrontación” era poner a una persona enfrente de la otra o, incluso, el careo y la conformidad natural entre personas o cosas; mientras que, muy al contrario, “enfrentamiento” es la acción o efecto de enfrentar. Toda una exquisitez terminológica inaudita, para unos tiempos donde se impulsa la pelea turbulenta. Un lujo para la actualidad, capaz de resumir el derbi Real Madrid-Atlético de Madrid en primera página con “El Madrid golpea primero” (ABC, 14/I/2011). Pero no hay que deprimirse al compararnos con nuestros antepasados. Si estos son malos tiempos, nunca fueron muy buenos. Siempre hubo titulares disparatados. Uno antiguo decía: “Mata a su madre sin causa justificada”. Como si hubiera alguna y el asesino no hubiera dado con ella. Vaya desatino.
Mientras se da palio a los combates, por todos los medios, nos hundimos como los luchadores de “A bastonazos” de Goya. Cada vez más enfangados en el lodo por el propio movimiento de sus cuerpos para coger impulso y golpear contundentemente. El caso de la matanza de Tucson (Arizona) ha reabierto la necesidad de que los representantes de la nación y del Estado, como también los medios de comunicación, obren con mayor ejemplaridad que sus representados y sus lectores. Cuando se anuncia la incorporación de un miembro nuevo de la Cámara de Representantes, cuyo mayor mérito es despreciar a Obama y querer derribar la reforma sanitaria, no se está dando un buen ejemplo al pistolero Jared Loughner habilitado para comprar una semiautomática, o un rifle de matar elefantes, para herir a la congresista Gabrielle Giffords y matar a la niña Christina Green, entre otros muertos y heridos. ¿Qué intentan los conservadores del Tea Party cuando niegan una seguridad social proteccionista y defienden que condenar a un menor a enfermedades, por sobreexceso calórico en las cadenas de comida rápida, no es una cuestión de salud pública sino algo interno a los gustos de los padres? ¿Qué pretende el congresista republicano, Jesse Kelly, contrincante de la política asesinada, cuando recolecta fondos en sesiones de tiro con fusiles M-16 y posa constantemente con ropas militares en sus anuncios? Desde luego, este grupo conservador pretende llevar a los enfermos a las clínicas privadas durante un largo periodo de tiempo, por la corta edad de la víctima sanitaria, y quiere calentar la atmósfera social hasta implantar una política de destrucción cívica.
Michael Moore denunció, en Bowling for Columbine (2002), el problema generado por las armas de fuego en Estados Unidos. Se calcula que once mil personas mueren, cada año, por disparos en un país que vende armas amparando su compra en la Segunda Enmienda a la Constitución. Pero el acontecimiento de Arizona, manifiesta un problema más: se está popularizando una visión de la política como guerra subterránea o abierta. La política sería, en esta versión, la continuación de la guerra por otros medios. Se invierte así la frase de Carl von Clausewitz. Esta concepción de la política como enfrentamiento tiene raíces en la difusión universitaria del lúcido nacionalsocialista Carl Schmitt. Se empezó a traducir en el Instituto Tecnológico de Massachussets. Hubo una recepción conservadora del pensamiento alemán que había tenido a Leo Strauss como inspirador de los consejeros de Ronald Reagan.
Toda esta bibliografía del viejo alemán, refugiado en España tras la segunda Guerra Mundial, ha calado tanto en la Universidad americana como en la nuestra. En España, se tradujo antes que en ningún otro lugar. Aquí, es moneda de uso común entre la izquierda y la derecha. La política es -en su visión- guerra, real o virtual, pero siempre guerra. La política, en todas sus formas, sería un enfrentamiento amigo/enemigo. Más precisamente, la acción pública se basa en el conflicto abierto y sustituye a la política parlamentaria. El consenso y la negociación de nuestros representantes son reducidos, por los enconados teóricos, a un mero parloteo que no conduce a nada. Los beligerantes pretenden menoscabar los mecanismos y procedimientos parlamentarios. Las dilaciones de los plazos legislativos pretenden, precisamente, enfriar el acaloramiento en que acaba muchas veces la política.
A pesar de ellos, la política puede seguir siendo una dinámica de confrontación en vez de enfrentamiento. Por el parlamento deben pasar los debates, los argumentos, las mejores retóricas y la mayor capacidad de persuasión entre contrarios. El parlamento puede ser un lugar idóneo para la formación y selección de los mejores representantes. Abandonar sus posibilidades a la administración de la política en los despachos y trivializar los debates en pateos y risotadas deja abierta la conversión de la política en mero enfrentamiento en vez de gran confrontación. El efecto es la deflagración, la descomposición de la vida política o el asesinato promovido por algún loco. Los sucesos de Tucson, en su límite, pueden aportar mesura, cordura y unidad. Es la oportunidad de Obama.