La lucha política y el carpintero adúltero

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Germán Gómez Orfanel

De mis tiempos de estudiante de Derecho Penal a finales de los años sesenta,  recuerdo el clásico ejemplo del autor alemán Karl Binding, quien criticando irónicamente algunas teorías un tanto barrocas  sobre la causalidad y la responsabilidad penal ( causa causae est causa causati, quien es causa de la causa, es causa de lo causado),  afirmaba que si se aceptaran, en caso de adulterio, en una época en que tal conducta era delictiva y en aquella etapa del franquismo lo seguía siendo, habría que castigar como coautores no solo a la mujer que cohabita con varón que no fuese su marido, y al que yace con ella, sino también al carpintero que hizo la cama sobre la que se consumó el delito, ya que  su intervención habría sido determinante.

Y esto ha revivido en mi cerebro, en relación con la inadmisible agresión al consejero de Cultura de Murcia, Pedro Alberto Cruz, y la actuación de diversos medios culpando  de ella a partidos políticos y sindicatos que se habían opuesto y ejercido presión contra la actuación política del Gobierno de dicha Comunidad autónoma. Nos manifestamos  y te criticamos, te agreden otros, todavía no sabemos quienes, y se nos considera corresponsables.

Es cierto que la determinación de los responsables de un delito puede resultar complicada, respecto a la calificación de autores ( y no hablemos de las teorías sobre autores intelectuales o conspiradores que nos han abrumado en relación con el atentado del 11 de marzo), cómplices y sobre todo si se trata de otras figuras  como la del  provocador, que según el Código penal, es  quien incita a través de un medio de comunicación o con publicidad a la  perpetración de un delito,

No me han convencido mucho las teorías sobre la culpa o responsabilidad  colectiva, desde el pecado original, a nuestra actuación en la conquista de América, o la de los alemanes actuales respecto al Holocausto, y por ello creo que desde el punto de vista penal  hay que emplear criterios estrictos y adecuados.

Otra cosa distinta es que no me preocupe la tremenda polarización en la que estamos inmersos desde hace ya varios años y que politiza  exageradamente  la convivencia cotidiana.

Somos ciertamente una sociedad pluralista y nos toca coexistir con quienes si pudieran, estarían encantados de acabar con tal pluralismo y someternos sin vacilar a sus idearios e intereses.

La lucha por el poder político debe estar sometida a límites, los establecidos por la Constitución , el Código penal, y los controles que la opinión pública reclame. En primer lugar la prohibición de la violencia política, pero ésto no resulta suficiente.

En una democracia, una parte importante de la complejidad de los conflictos políticos, queda reducida por los resultados electorales, en la medida en que permiten que los ganadores queden legitimados para tomar decisiones, y los demás puedan formar la oposición, controlando a quienes ejercen el poder, con la esperanza de triunfar en el futuro y que no se les  impida tal posibilidad.

De ahí la enorme importancia que tiene influir en los votantes a través de una inmersión ideológica y sentimental constante y sin fisuras que potencie las opciones políticas que interesen, y sirva para combatir y rechazar las opuestas. Puede ser de gran utilidad  el fomento sistemático del odio, dirigido contra el rival y todo lo que representa. No es tarea fácil dar una respuesta jurídica a esta personalización del odio.

Dicha conducta es detectable en medios de comunicación de distinto signo, pero con muy diferente grado de frecuencia e intensidad. Entre quienes desarrollan  tal estrategia destacan los portavoces de la derecha extrema, Intereconomía a la cabeza, ocupados en el ataque multidireccional y cotidiano al Gobierno, PSOE y eventuales aliados.

Si el Partido Popular gana las próximas elecciones, habrá que ver si basta con pasar la factura por el trabajo realizado, o si la cosa va a más. En cualquier caso parece que les resulta útil aplicar lo que Gonzalo Correas escribía a comienzos del siglo XVII en su Vocabulario de refranes : “ancho y angosto de conciencia, como embudo de taberna, para sí pone lo ancho y para otros lo angosto”.

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