Acuerdo de pensiones: desáteme para firmar

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Pascual García Arano *

¿Qué ha pasado en los últimos diez años? ¿Qué ha podido pasar? En 2001 se producía la última fractura en la unidad de acción sindical. Entonces, la organización liderada por Cándido Méndez se negaba a ratificar el acuerdo firmado por CCOO, CEOE y el Gobierno -presidido por José María Aznar- sobre la reforma del sistema de pensiones. Una de las razones que esgrimió UGT para argumentar aquella decisión fue que el texto dejaba abierta la posibilidad de incrementar de doce a quince años el periodo para calcular la cuantía de la prestación. Un auténtico drama. Ahora, diez años después - y según lo que nos van contando respecto al acuerdo alcanzado por Gobierno, patronal y sindicatos- ese periodo va a subir, de un plumazo, de quince a veinticinco años.

¿Qué ha pasado en los últimos tres meses? ¿Qué ha podido pasar? Hasta hace cuatro días, los dirigentes sindicales decían a quien quisiera escucharles que la sostenibilidad del sistema no dependía del aumento de la edad de jubilación, sino de la creación de empleo. Esto es, con tasas de paro próximas al 6% y con ajustes graduales el sistema es viable; con tasas de paro del 20% el sistema, sencillamente, no se sostiene. Según estos análisis, las propuestas que hacía el Gobierno antes de ayer eran un guiño a los mercados y una invitación para que metieran sus sucias manos en las carteras de los futuros pensionistas.

¿Qué ha pasado? ¿Qué ha podido pasar en las últimas semanas para que los sindicatos hayan recogido el guante lanzado por el Gobierno y fiado el éxito de la negociación al único objetivo de conseguir que la edad de jubilación no se establezca en los 67 años con carácter general?  ¿Qué ha podido pasar para que 38 años y seis meses cotizados sean suficientes para jubilarse con el 100% de la pensión a los 65 años y 38 años y cinco meses no lo sean?

¿Qué es lo que ha pasado para que se traslade a la opinión pública que el mantenimiento de la jubilación en 65 años para las actividades penosas (construcción y otras) supone un avance cuando lo que se estaba negociando hasta hace unos días era reducirla a 62 años? ¿Qué ha podido pasar para que se traslade a la opinión pública, como si fuera una conquista, que el abandono del mercado de trabajo, cuando es para el cuidado de hijos, será compensado, en el caso de las mujeres, con hasta dos años de cotización? ¿Dónde está el discurso transversal sobre la igualdad? ¿Ya nadie recuerda en el Gobierno que subvencionar la salida del mercado de trabajo de las mujeres choca frontalmente con el discurso y las estadísticas de la `economía feminista´?

¿Y con los jóvenes? ¿Qué ha pasado con los jóvenes? Lo que ha pasado con los jóvenes es que, por lo menos, ya saben lo que les espera de aquí hasta que se hagan viejos y que, según y cómo, podrán cotizar un máximo de dos años por su condición de becarios, que maldita condición.

Y una pregunta más. ¿Qué ha pasado con el discurso rancio y ramplón de los de siempre? ¿No habíamos quedado en que Cándido Méndez era el vicepresidente económico en la sombra? ¿No habíamos quedado en eso?

Lo que ha pasado es que nos han hecho creer que con el presunto pacto de las pensiones estamos garantizado la solvencia del sistema para los próximos cuarenta años. Y eso no se lo debería creer nadie, porque nadie es capaz de predecir a dónde nos llevará no cuarenta años, sino cuarenta meses de furia especulativa y desgobierno financiero. Igual resulta que, no dentro de mucho, la gente también empieza a quemarse a lo bonzo en las lustrosas avenidas de la vieja Europa. ¿Cuarenta años? ¿Es que alguien recuerda que hace tan solo dos las prioridades eran la transparencia de las entidades financieras, las tasas a las transacciones bancarias o la regulación de los paraísos fiscales?

Ese es el problema de las centrales sindicales, que ya nadie se acuerda de eso. Cualquier dirigente sindical te dirá que las huelgas solo se convocan para ganarlas. Y está claro que si no se ganó la última, tampoco se iba a ganar la siguiente. La gente se echa a la calle cuando piensa que eso sirve para cambiar las cosas. Cuando lo que gobierna es el miedo y la resignación, la gente se queda en casa. Es posible que a los sindicatos no les quedara otra que pedir que les desataran las manos para firmar el acuerdo. Es posible. Pero, si es así, tenemos derecho a saberlo.

(*) Pascual García Arano es periodista y escritor.
2 Comments
  1. inteligibilidad says

    Quiero salir a la calle, quiero decirles a todos esos irresponsables que ese pacto no es mío, que esas leyes no son mías, que esa sociedad que quieren no es mía, que esta traición es a todos… ¿Quién viene conmigo?

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