Julián Sauquillo
Si descartamos al actual Presidente de Gobierno en la competición electoral abierta hasta dentro de quince meses, la pista queda despejada para Rajoy y Rubalcaba. Aunque los analistas siempre se empeñan en rebajar la capacidad predictiva de las encuestas con tanto tiempo de demora, hoy por hoy, Rajoy le saca muchos puestos de ventaja a Rubalcaba. La apuesta por este último es de alto riesgo y millonaria si se cumple. Sin embargo, el futuro de los ganadores siempre tiene alguna amargura. Con tanta ventaja lograda en la carrera electoral, es difícil obtener carisma y este es un talismán imprescindible para cualquier Presidente en sus ocupaciones diarias. El carisma es una fuente valiosa de autoridad política dentro del funcionamiento del sistema de partidos. Tal carisma no depende de la formación académica –véase el caso de Friedrich Ebert, Presidente de la República de Weimar, en plena convulsión política, con su oficio de guarnicionero-, tampoco del nivel ocupado en la administración tras sucesivas pruebas superadas sino de la capacidad demostrada en las situaciones tormentosas por las que atraviesa siempre la política una u otra vez.
El carisma es una cualidad mágico religiosa atribuible a quien gana batallas o hace milagros. Es propio del guerrero o del sacerdote. Los anacoretas tenían carisma cuando atraían a un público entregado a sus milagros hasta que sobre su tebaida se construía un monasterio. También los guerreros poseen esta cualidad irracional tras ganar batallas que se prometían adversas. Pero no logra tal arma estelar quien gana victorias pronosticadas por todos. Poco magnetismo adquiere quien obtiene un resultado favorable que era un secreto a voces. Y las contiendas electorales tienen algo de batallas con demostración de arrojo, temeridad y cualidades inusitadas. Así es por más que algunos se crean que hemos superado cualquier reminiscencia teológica, cualquier fe, ardor o credo, en las sociedades modernas, científicas y tecnológicas.
Las elecciones son contiendas seculares (aunque haya guante blanco) y las maquinarias partidistas son ejércitos bien organizados que pretenden obtener los mejores resultados en la confrontación. En estas situaciones de incertidumbre política, donde la oratoria, el ingenio, el manejo de la ocasión, la preparación intelectual, la capacidad negociadora, el dominio de las propias ansiedades, la imaginación para idear fines colectivos o la capacidad de comunicación priman, se obtiene carisma si la fortuna sopla, finalmente, en la propia dirección y se gana. Los aliados en la confrontación se vuelven fieles y la dirección se refuerza con la victoria. Los periodos de normalidad política -cuando el gobierno y la mayoría legislativa ya se han constituido- responden al fortalecimiento y la admiración obtenidos en los momentos de excepcionalidad: cuando se decide la competición electoral. No en vano, Carl Schmitt se refirió a la excepcionalidad política como el momento estelar de la política –vean la interpretación de Germán Gómez Orfanel del iuspublicista alemán (Excepción y normalidad en el pensamiento de Carl Schmitt, Centro de Estudios Constitucionales, 1986)–. El tiempo excepcional dirime la conquista del poder. En democracia, este tiempo electoral es el periodo electoral. Después de todo, los miembros de las listas electorales agradecen ver corroborada la fuerza de su líder. A él van a rendir fidelidad tras la victoria y en él cifran su futuro político. Que la política afortunada responda a la autoridad lograda en las victorias o los milagros obtenidos al ganar elecciones, contra pronóstico seguro, deriva de que el actuar político es diferente de la administración. La política cuenta con un corazón encarnecido por el valor o la sabiduría que vence las dificultades de partida. Mientras que la administración es una máquina fría (o más serena). Max Weber ya caracterizó la política como lucha y no cabe dudar de su compromiso democrático y constitucional.
Por ello, no puede desmerecerse cualquier intento de trazarse un camino político con las propias fuerzas y pocos aliados. Incluso, si se demuestra discrepancia con el partido que albergó durante treinta y cinco años al hijo pródigo que abandona al padre representado en unas siglas. Así la posible victoria otorgará una autoridad inusitada por imprevisible entre los seguidores. Con dificultades serias, aunque diversas a las de Álvarez Cascos, Rubalcaba obtendrá un reforzamiento de su carisma, incluso con una derrota digna. El País comunica que la fidelidad de los votantes del PSOE aumenta un veinte por ciento si se presenta Rubalcaba. No empieza tan mal. La delantera que le lleva Rajoy subraya la dificultad que, de ser vencida, le aportará el talismán de la autoridad dentro de su partido y del electorado a Rubalcaba. Rajoy con un camino más allanado, erigido en Presidente, puede saborear una victoria sin la grandeza de quienes se sobreponen a la catástrofe. Veamos.
Magnifico articulo pero según las ultimas noticias en periódicos digitales, Rubalcaba puede no llegar a la meta afectado por otras causas.El PSOE va en declive e inexorablemente al desastre por muchas fiestas,mitines y verbenas que monten.Y para cualquier demócrata esto simplemente no es bueno para España, ni que gobierne Rajoy por agotamiento del contrincante.