¡Es la economía, estúpido!

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Gabriel Tortella *

Para un economista como el que esto escribe esta frase debiera ser natural y reconfortante; al fin y al cabo, uno estudió economía porque tenía la intuición de que era la ciencia clave para entender la sociedad. El que se ganen o se pierdan elecciones por asuntos económicos, como implica la tan repetida frase citada en el título, debe parecer lógico al economista y confirmar uno de los pilares intelectuales sobre los que se asientan sus convicciones.

Sin embargo, debo confesar que, al menos en mi caso, no es así. El hecho de que en España la situación económica de crisis persistente, casi inacabable, y la pésima gestión y mendaces manifestaciones del gobierno, machaconamente repetidas, augure un vuelco en las próximas elecciones, pudiera interpretarse como una confirmación de un cierto determinismo económico satisfactorio para los que practicamos la dismal science, la ciencia sombría, como la llamaba el ensayista escocés Thomas Carlyle. Sin embargo, al menos en mi caso, repito, no es así. No es así porque, por muy economista que se sea, uno no es homo oeconomicus, al menos no exclusivamente. Es decir, una cosa es creer que la economía es muy importante y otra afirmar que lo es todo.

En primer lugar, no todas las elecciones se deciden por razones económicas; no fue el caso de la de 2004, ni tampoco, me atrevería a asegurar, la de 2008. En ambos casos las causas fueron netamente políticas: en 2004, el vuelco se debió a la revulsión que produjo la tragedia del 11 de marzo; en las de 2008 lo decisivo fue el triunfo aplastante del Gobierno en Cataluña gracias al Estatut. Contando votos y escaños, sin Cataluña el gobierno socialista hubiera perdido las elecciones de 2008. Fue el fervor nacionalista catalán el que dio el triunfo al Gobierno, y eso poco tuvo que ver con la economía, que ya para entonces daba signos alarmantes de una crisis que el gobierno supo muy bien ocultar a los votantes. No siempre decide la economía, por tanto.

En segundo lugar, tampoco es lógico ni deseable que la economía sea el único argumento al que escuchen los electores: puede haber motivos más importantes que muevan al electorado, y en muchos casos es deseable que sea así. Y esto me lleva al tema de este artículo. Las elecciones de 2010, 2011 y 2012 se van a decidir por motivos económicos. Así ha sido ya en Cataluña, así será en las locales y autonómicas del próximo mes de mayo y lo mismo ocurrirá, con toda probabilidad, en 2012. Esto no es  satisfactorio para este economista porque, en especial en 2008, los socialistas hubieran debido perder las elecciones por el cúmulo de disparates y desafueros que llevaron a cabo en su primera legislatura. Todos estos absurdos políticos los están pagando ahora, porque el fracaso económico hace aflorar en la mente de los votantes el recuerdo de tanto dislate. Estoy seguro de que no todos mis lectores compartirán mi serie de reproches a la política de Rodríguez Zapatero, pero ahí va: la retirada de Irak, tal como se hizo, fue un grave error, en primer lugar porque ni siquiera cumplía el compromiso de esperar a que se pronunciaran las Naciones Unidas sobre la ocupación del país recién conquistado: recordemos que la ONU refrendó un mes después la ocupación en misión de paz. La retirada condicionó toda la política exterior española que, enfrentada con Estados Unidos y gran parte de nuestros socios occidentales, se arrojó en brazos de líderes tan dudosos como Hugo Chávez, los hermanos Castro, Evo Morales, Mohamed VI y demás. Esto llevó también al ridículo invento de la “Alianza de Civilizaciones”, que hoy parece felizmente olvidada, pero que fue una costosa fuente de desprestigio internacional y un modelo de futilidad.

Otro gravísimo error fue la actitud resentida y antidemocrática con que se trató al Partido Popular, con el que es natural que se tuvieran enfrentamientos pero cuya representación de una muy considerable minoría de votantes hubiera merecido un poco más de respeto. Este resentimiento llevó al pacto del Tinell y a buscar apoyo en los partidos nacionalistas, con las consecuencias bien conocidas, la más importante y lamentable de las cuales fue el nuevo e  inconstitucional Estatut, fuente de pleitos y conflictos a los que no se ve fin. Una consecuencia de esto, más la voluntad de entorpecer, por causas más  bien oscuras, la investigación sobre el atentado del 11 de marzo, ha llevado a una politización de la justicia a todas luces incompatible con el tan cacareado Estado de Derecho. Este ponerse en manos de los nacionalistas ha tenido otro efecto pernicioso, que ha sido el desarreglo en el gasto de las autonomías, uno de los más graves problemas actuales.

Otro estruendoso fracaso del gobierno fue el entonces llamado “proceso de paz”, la negociación con la ETA en la que se persistió incluso después de haber ésta cometido el atentado de la T-4 en Barajas, dejando en el más espantoso ridículo al presidente que acababa de pronosticar un cese de los atentados y forzando al gobierno a mentir repetidamente, tanto en el caso Faisán, como en las “verificaciones” del abandono de la violencia y en el final de las negociaciones. Hemos olvidado ya la descabellada política de inmigración de “papeles para todos”, que acabó costándole el puesto al señor Caldera, y la descaminada política de Vivienda, que acabó costándole el puesto a dos ministras y la supresión del Ministerio.

Pues bien, todo este cúmulo de errores (y otros más, en especial en los terrenos educativo y económico, que omito por falta de espacio) no fue bastante para que los electores en 2008 manifestaran enérgicamente su repulsa al Gobierno que los había cometido. Cierto que fue Cataluña la que dio a Rodríguez Zapatero su segundo mandato, la misma que ha dado un sonoro vapuleo al socialismo catalán hace dos meses; pero el resto de España, con un rechazo tan tibio y débil, permitió que el salto del voto catalán por el socialismo decantara la balanza en su favor y renovara el mandato. La reelección de Zapatero en 2008 fue un fenómeno similar a la de Bush en 2004. En ambos casos los electores empezaron a arrepentirse nada más depositar el voto. Pero eso había que haberlo pensado antes. El cuerpo electoral a veces es muy sabio; pero por desgracia, a menudo resulta miope, y sólo reacciona cuando la política afecta a su cartera. Es la ciencia sombría, estúpido.

(*) Gabriel Tortella. Economista e historiador. Es catedrático emérito de Historia de la Economía en la Universidad de Alcalá de Henares.
3 Comments
  1. oikos says

    Es curioso como casi siempre se busca el mismo chivo expiatorio: Catalunya. Estos nacionalistas españoles que no se dan cuenta de que son igual de perniciosos que los otros nacionalistas, siempre con la misma cantinela.
    Dos cosas: primera, si el Estatut de Catalunya es inconstitucional -como apunta el autor- también lo son los de Andalucía y Castilla-La Mancha, entre otros. La diferencia es que al PP sólo le ha interesado recurrir al TC el Estatut de Catalunya. Oh, qué sorpresa.
    Dos: que yo sepa, hubo juicio y sentencia sobre los atentados del 11-M. Los únicos que han puesto pegas para esclarecer la verdad -y desde las inmediatas horas posteriores a los atentados- ha sido el PP.
    Y tres: decir que buscar alianzas políticas con los nacionalistas («lanzarse a sus brazos», creo que dice) es la causa del caos económico en el que se encuentran las CCAA es demagógico y poco veraz. Máxime cuando precisamente las CCAA más endeudadas son Castilla-La Mancha y Murcia -nada sospechosas de ser nacionalistas- por, simple y llanamente, una mala gestión. Si aquí quisimos ‘café para todos’, exigiendo competencias que no se podían asumir, en vez de optar por un Estado federal -que, pese a quien pese, es lo que es España- no es culpa ni de catalanes ni de vascos.

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