Los últimos días de los jardines impresionistas

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Enrique González Corrales *

Ahora que se acerca la primavera y pronto empezarán a florecer los jardines de la realidad, aquéllos representados por los impresionistas, que nos han ayudado a sobrellevar los rigores del invierno, están a punto de desaparecer. El día 13 se clausura la exposición Jardines impresionistas del Museo Thyssen-Bornemisza y de la Fundación Caja Madrid, por cuyas veredas han polinizado más de 230.000 visitantes.

El interés que ha despertado es equiparable al de los pintores que han protagonizado esta muestra. Como autores plenamente modernos, los pintores impresionistas “se interesan por el mundo entero; quieren saber, comprender, apreciar todo lo que pasa en la superficie de nuestra esfera”, por decirlo con palabras de Baudelaire.

Esa idea fue abrazada y convertida en dogma por ellos, que hallaron esa modernidad no sólo en ámbitos tecnificados, sino también en los jardines y parques que, habiendo pertenecido a la nobleza, acababan de ser convertidos en públicos e incorporados al imaginario de estos pintores. Es el caso del Parc Monceau, pintado por Monet, y en el que se refugió María Antonieta durante la toma de la Bastilla, o los mediceos del Luxemburgo, representados por el estadounidense Sargent.

Sin embargo, estos “pintores de la vida moderna” también encontraron poéticos los parques y jardines creados en su época, como el Jardín del Trocadero (Berthe Morisot) o la Plaza de Amberes (Federico Zandomeneghi). Todos ellos, históricos o modernos, aportaban a la ciudad de París una amplia gama cromática, aromas, salubridad y sensaciones agradables. Eran el lugar de esparcimiento de las clases más acomodadas, pero también de los obreros, auténticos protagonistas, según Baudelaire, de la vida contemporánea, y cuya presencia en el lienzo lo teñía de modernidad.

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El color y el aroma son aportados por numerosas especies florales autóctonas y aquellas que son introducidas en Francia, sobre todo a partir del segundo cuarto del siglo XIX, cuando el arquitecto y jardinero inglés Joseph Paxton desarrolla los invernaderos, o también gracias a las urnas wardianas, que permitían el traslado de especímenes exóticos a Europa. La proliferación de sociedades hortícolas y publicaciones especializadas fomentó un boom por la horticultura del que los pintores impresionistas participaron, ya que muchos de ellos (Monet o Caillebotte) cultivaron sus propios jardines, que se pueden contemplar en la exposición. En éstos, los artistas canalizaban sus sentimientos al modelar a su antojo la naturaleza, convirtiéndola en una proyección retratística, en su propia obra de arte. Ordenado o asilvestrado, el jardín del artista impresionista abastecía permanentemente sus intereses plásticos: la captación de los efectos lumínicos y cromáticos cambiantes, que se manifiesta a la perfección en Mujer con sombrilla en un jardín (1875), de Renoir. Estos ámbitos privados permitían a Monet o Guillaumin abandonar por un momento la multitud, su “dominio”, según el poeta francés; dejar de sentirse por un momento “hombre de mundo”, y “observador apasionado”, marcado por la “curiosidad”, para ser observado por el espectador, a quien invita a introducirse en la intimidad de su hogar, y a quien convierte en su huésped.

Los cuadros de Sisley o Pisarro nos muestran la tierra, pero en ella no florecen dalias, malvarrosas o capuchinas, sino árboles frutales, coles o nabos. Pisarro, afanado en representar el mundo rural, en la estela de sus convicciones anarquistas, veía en el cultivo comunitario un medio idóneo para la consecución de un mundo mejor. Esta predilección por los jardines productivos le valió las críticas más mordaces de los simbolistas, que le tacharon de “hortelano impresionista”, cuya especialidad era “el cultivo de coles”. Sin embargo, Pisarro consiguió que trabajaran junto a él, en Pontoise, artistas de la talla de Gauguin o Cézanne, y que admirasen sus obras pintores más jóvenes como Van Gogh o Bonnard, cuyas obras también podemos admirar en dichas sedes.

La muestra ilustra la labor del impresionismo, postimpresionismo y de los pintores que protagonizarán las vanguardias más rupturistas en las dos primeras décadas del siglo XX, y su aspiración de convertir el jardín en una fuente de inspiración artística de primer orden.

Baudelaire, sin duda, la habría visitado, puesto que consideraba que la mejor forma de emplear el ocio era entregarse al “goce y voluptuosidad” del arte, ese “brebaje refrescante y reanimador, que restablece el estómago y el espíritu”.

(*) Enrique González Corrales es historiador del arte.
5 Comments
  1. anais says

    Felicidades por el artículo. El autor del mismo sabe transmitir el espíritu de la exposición y también dan ganas de salir corriendo a verla. He tenido el privilegio de estar escuchando las explicaciones de Enrique González a lo largo de la exposición y te dan ganas de llevártelo a casa de lo bueno que es explicando y lo didáctica y apasionada que resulta su maestría a la hora de transmitir no ya lo meramente ortodoxo de los pintores, sino el espiritu que impregna toda la muestra. Enhorabuena. No sabe el Museo Thyssen la joya que ha perdido.

  2. Adriann says

    Hola, soyy un alumno dee la Inmaculada, adrian hoy visite por primera vez el museo.. y la verdad esque en si la explicacion que has dado me ha encantado :):)
    me gustariaa poder contactarr contigo y tner mas datos 🙂
    venga un saludo 🙂

  3. Enrique says

    Para contactar con el autor del artículo, su dirección de correo electrónico es egoncorrales@gmail.com

  4. anais says

    Hola . Buenos días. Les escribo en relación con mi opinión al artículo de Enrique González del 7 de febrero y es para solicitar que por favor eliminen la última frase «No sabe el Museo Thyssen la joya que ha perdido», ya que por motivos personales no quisiera perjudicar al autor del mismo. Muchas gracias.

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