El pacto de Zapatero y la «sociedad borrosa»

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Francisco Serra

A un  profesor de Derecho Constitucional se le rompieron las gafas y tuvo que utilizar, de modo provisional, unas antiguas, que le permitían ver de lejos, pero ya no de cerca ni, sobre todo, a una media distancia. Con cierta dificultad, leyó en cuartopoder.es la noticia de que, tras arduas negociaciones, se había alcanzado un acuerdo entre el Gobierno y los sindicatos, al que se habían sumado los empresarios, sobre la reforma de las pensiones. Cada una de las partes que habían participado pretendía presentarlo como un triunfo: para Zapatero, se trataba de una nueva versión de los Pactos de la Moncloa; para los sindicatos, la consecuencia última de la huelga general; para los empresarios, la prueba de que se había reanudado la concertación social. En la pantalla del ordenador, los rostros sonrientes de los firmantes los veía borrosos, como si, al igual que le sucedía a uno de los personajes de una película de Woody Allen, estuvieran desenfocados.

Por un momento pensó que no era el resultado del cambio de gafas, sino una muestra de la situación en que se encontraban actualmente los interlocutores sociales: el Gobierno socialista se veía obligado a alentar propuestas muy alejadas, en principio, de su ideario original, mientras que los sindicatos mostraban incluso cierto grado de contento, por haber contenido los daños, ante la firma de un acuerdo que suponía un indudable “recorte de los derechos sociales” y los empresarios, cuya intención real, con toda seguridad, era que tuviera lugar una reforma aún más drástica, se daban por satisfechos por lo que, sin duda, consideraban un primer paso en la buena dirección. Aunque todos perdían y tenían que situarse en un lugar muy alejado de sus planteamientos reales, todos parecían haber alcanzado sus objetivos. El profesor pensó si no estaría finalmente cumpliéndose la profecía de Karl Kraus, que en la Viena de entreguerras afirmaba que la imagen deformada de la realidad se había convertido en su más fidedigno retrato. Paradójicamente, los únicos que habían permanecido, con ciertos matices, reticentes al pacto, y no habían querido salir en la foto, eran los que empezaban a quedar desdibujados ante una opinión pública, que había celebrado de forma casi unánime la obtención de un acuerdo que tranquilizara a los mercados y fuera el anuncio de una pronta recuperación de un nuevo clima social y el inicio de la mejora de la situación económica. Casi de inmediato, los principales destinatarios del acuerdo, pero que no habían aparecido en el momento de su firma, mostraron su satisfacción, descendiendo de manera espectacular la prima de riesgo y permitiendo que la señora Merkel, en una rápida visita, paseara ufana por la capital y alabara y, sobre todo, quizás avalara la senda emprendida por el reino de España.

El mismo día en que la canciller alemana, rodeada de su cortejo de ministros, escenificaba su apoyo a Zapatero y al pacto social, el profesor leyó en el periódico que el próximo censo no iba a realizarse visitando todas las casas de los españoles sino sólo consultando a apenas un diez por ciento de la población. Los sociólogos se lamentaban de que, al llevarse a cabo una encuesta con alcance limitado, la imagen que se presentaría de la sociedad española quedaría algo desdibujada, no reflejaría por completo la realidad. Tradicionalmente, el censo se ha querido comparar con la “fotografía” de una sociedad en un momento determinado de su historia y se ha pretendido que no quedara “borrosa”, sino que fuera lo más fiel posible, obligándose incluso a las personas a desplazarse (o quedar inmovilizados en sus domicilios, según los casos) para garantizar sus resultados. No es casual que el hecho fundacional de nuestro mundo occidental y desde el que se inicia nuestro calendario (aunque probablemente no se corresponde con la fecha real) se produjera en el portal de un pequeño pueblecito llamado Belén donde había encontrado refugio una pareja que se dirigía a cumplir con sus obligaciones censales  y daría a luz un rorri que estaría dotado de portentosas cualidades.

También el profesor leyó en los periódicos que, tras corregir los datos de empadronamiento, se estimaba que la población española no era tan numerosa como se pensaba y la cifra debía rectificarse reduciéndola en torno a un millón de personas respecto a los cálculos anteriores, porque los Ayuntamientos tardaban en dar de baja a los fallecidos o a los extranjeros que habían regresado a su país, al estar vinculadas muchas ayudas presupuestarias al número de habitantes. Era imposible, en definitiva, conocer exactamente el estado de la sociedad española y al profesor le pareció que era una buena metáfora del mundo presente, en el que toda nuestra existencia está en alguna medida desenfocada y vivimos en familias cada vez más “frágiles”, mantenemos amores muchas veces precarios y estamos empleados en trabajos cada vez más “borrosos”, sin saber cuándo podremos jubilarnos ni qué cuantía alcanzará nuestra pensión, pues ya se anuncia que el pacto social alcanzado es puramente provisional y habrá de ser revisado en el futuro.

El profesor, a través de las gafas que sólo le permitían ver una imagen parcialmente acorde con el mundo exterior, debía caminar con mucho cuidado de no tropezar, pero se sentía como si por fin pudiera admirar los auténticos contornos del capitalismo actual, un “capitalismo borroso”, en el que sólo se advertía “el desierto de lo real” cuando los consumidores se quitaban las gafas y desde muy cerca se aproximaban a los objetos. En el “socialismo borroso” de los años anteriores a la caída del Muro (donde no había tampoco datos “reales” sobre la situación económica, porque las cifras estaban falseadas) circuló por el bloque del Este un chiste que decía que “los trabajadores hacemos como que trabajamos y las autoridades hacen como que nos pagan”. En nuestras sociedades del capitalismo “borroso”, en las que parece estarnos vedado considerar la posibilidad de la existencia de un mundo mejor y apenas aspiramos a mantener parte de lo que ingenuamente pensamos que eran auténticos “derechos sociales”, cada vez nos vamos aproximando más a ese estado de desánimo colectivo, acentuado porque ni siquiera pensamos que un dios, un héroe o un marqués (como el recientemente ennoblecido seleccionador nacional) puedan salvarnos.

3 Comments
  1. Yanka says

    El sistema nos ha «mamonizado» y nos hemos dejado mamonizar por MAMÓN…

  2. juanlar says

    Vaya. Vuelvo a encontrarme con el concepto de sociedad borrosa. Algo había leído aquí:
    http://baigorri.blogspot.com/2008/01/avanza-el-cyborg.html

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