El reflejo de la sociedad: Carla Antonelli a la Asamblea de Madrid

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Julián Sauquillo

Con su elección como candidata a la Asamblea de Madrid, la conocida transexual reaviva el debate sobre la representación de un grupo con identidad propia. A Carla Antonelli le caracteriza una dilatada colaboración con el PSOE, un señalado activismo en el movimiento LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) y una marcada cercanía a asociaciones madrileñas tan representativas de este colectivo como COGAM. El acierto de su candidatura reside en que la representación puede reflejar la composición social, los grupos, de nuestra Comunidad. No es necesario que la representación política en los órganos del Estado reúna miembros de los diferentes grupos, pero puede hacerlo, e, incluso, puede ser conveniente que lo haga. Sobre todo, cuando éstos se han encontrado tradicionalmente discriminados y alejados de la res publica.

El modelo moderno de representación política es antiguo y siempre se han echado en falta reajustes. En un principio, tras la revolución norteamericana, algunos demandaron que la representación reflejara la composición real del electorado. La composición democrática de los órganos representativos debía ser un mapa a escala reducida de la formación real de los electores. Esta idea no triunfó en EEUU, pues se partió de que fueran los más capaces –los “ricos y bien nacidos”– quienes representaran a todos sustrayéndose de sus condicionamientos de origen. Algo muy difícil de realizar, pues dejar de sentirse potentado es complicado y, además, resulta complejo ponerse en la piel del otro, ya sea negro, mujer, trabajador, gay,… El movimiento de los derechos civiles, por ello, confió en ganar la calle con la reivindicación de los derechos sociales excluidos e inducir a los tribunales más altos a hacer acopio de las sensibilidades extrañas a la Cámara de Representantes o a las Cortes Generales. Pero el Tribunal Constitucional no tiene fácil recoger todas las diferencias sociales, pues son muchas y muy variadas. Sus miembros corren el riesgo, además, de hacerse eco del partido que les impulsó temporalmente o de encastillarse vitaliciamente en su propio criterio.

Ante las limitaciones mostradas por la representación política, se han sucedido las propuestas de “candidatura cremallera” (formadas alternativamente de mujer y hombre); las políticas lingüísticas, étnicas, sexuales y religiosas, favorecedoras de las minorías; las solicitudes de cuotas para la representación fija de las minorías, excluidas en las negociaciones legislativas en el parlamento; las políticas de discriminación positiva y acciones afirmativas… Sin embargo, frente a la representación reflejo de la sociedad se arguyó la teoría de la “pendiente deslizante”: empezamos asegurando la representación de las mujeres y puede llegar un día en que los defensores de una ciudad de peatones, sin atropellos automovilísticos, también quieran garantizarse su presencia en el Congreso y el Senado. Para salir de tales paradojas, es conveniente que las candidaturas cerradas reúnan alguna diversidad social. Sería disparatado que reflejaran sólo al hombre, blanco, maduro, rico, católico y heterosexual, de derechas o de izquierdas. Contar con la candidatura de Carla Antonelli en la lista de Tomás Gómez a la Asamblea de Madrid es, por ello, un acierto. Una idea que trasciende, bien pensado, la electoralista captación de votos.

El poder, con su efecto normalizador, fija la asignación de un comportamiento disciplinado a los individuos a través de una “auténtica” identidad y orientación sexual. A pesar de que se da una mayor tolerancia a la diversidad sexual en el conjunto de la sociedad, se recrudece la crueldad entre ciertos sectores sociales contra transexuales, gays y bisexuales. Además, en un sentido más general, buena parte de la sociedad no comprende, aún, que el vocablo “matrimonio” cambie con más rapidez en la sociedad que en la Real Academia de la Lengua Española. Las palabras van adquiriendo una significación convencional entre la comunidad de hablantes sin sometimiento a la tradición. Las palabras no tienen una significación real y definitiva. Quizás debamos olvidar las etimologías, incluso, para comprender algo más de una sociedad en cambio. Porque el ensanchamiento del concepto de matrimonio a otras formas de convivencia no heterosexuales permite la felicidad de muchas personas del mismo sexo que desean formalizar su amor y su deseo. El término matrimonio ya estuvo en tensión en el pasado: pocos términos tienen tantas acepciones oficiales en el diccionario.

El escaño de Carla Antonelli permitirá avances en la comprensión del nuevo concepto legal de matrimonio y asignar más medios en la unidad médica de reasignación de sexo. Sentirse fuera del “sexo verdadero” causa especial e inaguantable dolor. La espera de cambio de identidad sexual de hombre a mujer, por ejemplo, cuando el vello facial no interrumpe su salida, es dolorosa y excluyente del ámbito familiar, laboral y social. Quizás recuerdan la espléndida película XXY (2007) de Lucía Puenzo, donde se muestra el drama de dos padres que huyen de Buenos Aires con su hija intersexual a una cabaña en la frontera con Uruguay, para evitar el rechazo social hasta que la adolescente pueda elegir su sexo con madurez. Una de las escenas más tremendas refleja el ensañamiento de unos jóvenes que pretenden curiosear en su ambigua identidad sexual y violarla. No se la pierdan.

Uno de los documentos más patéticos de este viejo y escondido drama fue rescatado por Michel Foucault al airear un caso de hermafroditismo: Herculine Barbin llamada Alexina B.. Abel Barbin dejó un manuscrito poco antes de suicidarse en 1868 con un hornillo de carbón en el barrio de Odeón de París. El manuscrito relata dolorosamente el acoso mediático y médico a alguien sorprendido en una “falta grave” respecto de su aparente identidad sexual. No hemos superado, todavía, las condiciones sociales del dolor y una curiosidad malsana.

Algo hemos avanzado en la aceptación y convivencia del sexualmente diferente pero sería insuficiente quedarse en la chirigota festiva sin que asumamos radicalmente la diferencia sexual. Carla Antonelli puede mejorar, por tanto, nuestra condición cívica en democracia.

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