Por una izquierda política europea

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Fernando Álvarez-Uría *

En una Europa desgobernada por los partidos políticos conservadores, hoy dominantes, hay espacio para la creación de una izquierda que nos permita avanzar hacia una Europa federal de los ciudadanos y de las culturas. La creación de la moneda única, el euro, y la abolición de fronteras entre Estados, tras el acuerdo Schengen, han sido pasos importantes para la creación de un espacio político común. Avanza a la vez la diversidad cultural pues la desaparición de las fronteras favorece la formación de eurorregiones. Por eso resulta tan lamentable contemplar como mandatarios políticos de la derecha, del llamado eje europeísta, como Nicolás Sarkozy y Angela Merkel, anteponen los intereses de sus respectivos países sobre un proyecto europeo que frene a los especuladores y domestique a los mercados. Portugal se ha convertido en la última víctima, pero el objetivo es la fractura del proyecto europeo. Urge una política económica común: la emisión de deuda europea, en lugar de deuda de los países mas golpeados por la crisis, habría puesto freno a los rescates y las convulsiones especulativas. A las decisiones equivocadas de carácter marcrosocial se añaden los populismos locales. Concretamente en nuestro país resulta penoso el papel de sindicatos y partidos políticos nacionalistas, que se dicen de izquierdas, y que organizan en su coto privado sus propias huelgas generales, a la vez que velan por cupos y autonomías fiscales para sus territorios. El nacionalismo de izquierdas es una contradicción en los términos.

Durante los últimos treinta años las políticas neoliberales han impuesto su ley mercantilizadora en el mundo, y su hegemonía ha durado hasta que se produjo en cadena la debacle de los mercados financieros, y, más recientemente, la catástrofe nuclear de Fukushima. Especuladores, prestamistas, corredores de bolsa, banqueros, financieros avariciosos, carteristas de levita que  durante lustros navegaron con el viento a favor del capitalismo especulativo, se han dado cita en una especie de asociación diferencial del fraude, para amasar cada vez más dinero con dinero. Desde las atalayas del poder económico han prodigado jugadas de póker que les han permitido privatizar bienes públicos, lanzar opas hostiles contra la competencia, esquilmar el aire, la tierra, la naturaleza, privatizar el agua, contaminar los mares, promover los transgénicos junto con los herbicidas y pesticidas, inflar la burbuja inmobiliaria hasta que explotó, adulterar alimentos, despilfarrar losas de granito por plazas de tierra, patentar la vida, servirse, en fin, de la fuerza de trabajo de los trabajadores como si se tratase de una mercancía de usar y tirar. Los magnates de las finazas acumulan sobre nuestras espaldas inmensas riquezas libres de impuestos pues operan desde los paraísos fiscales. Ellos encarnan en la actualidad a la vieja aristocracia cortesana, son los herederos de las clases ociosas y parasitarias, los nuevos amos del universo.

La crisis del trabajo, el paro, la precarización laboral, el sentimiento de inseguridad y de soledad en un mundo sin rumbo, nos hacen percibir el futuro como una amenaza. A escala global, y en cada país, se ha abierto una sima entre ricos y pobres. Los bonos basura, los productos derivados contaminados, son la otra cara de los basureros sociales. El neoliberalismo ha fracasado. El crash del 2008 y la honda depresión en la que permanecemos instalados son la parte visible del iceberg de un sistema social cruel porque la avaricia no puede servir de base para vertebrar una sociedad.

Albert Camus escribía que quizás para la izquierda hay algo aún más apremiante que cambiar el mundo: evitar que el mundo se deshaga. Lo que precisamos hoy es una internacional de la gente decente que diga no a la barbarie de la especulación y la corrupción, a los intereses del capital, al espíritu patológico del capitalismo. Es preciso anteponer los intereses generales a los negocios privados, a la avaricia y el lucro que se han enseñoreado del espacio político, pero, para que los intereses colectivos prevalezcan sobre los intereses mercantiles y financieros de unos pocos se precisa un proyecto político alternativo. Creo que ese proyecto debería girar hoy por la creación de una izquierda unida europea que impulse la recomposición del modelo europeo del Estado social.

La principal propuesta de los reformadores sociales europeos a finales del siglo XIX fue la institucionalización de un nuevo tipo de propiedad denominada la propiedad social. La propiedad social es la única propiedad de los que carecen de propiedades. La escuela pública, la sanidad pública, los transportes públicos, el patrimonio histórico y cultural, las bibliotecas, los museos, los jardines y parques naturales, las instituciones públicas, son bienes de todos por los que debe velar el Estado democrático de derecho. Como afirmó Robert Castel en Las metamorfosis de la cuestión social, con el nacimiento de la propiedad social se produjo una revolución silenciosa que permitió integrar a la clase trabajadora explotada en el interior de un régimen democrático. El periódico fundado por Jean Jaurès, L’Humanité, es un buen ejemplo de ese pensamiento alternativo que defendía un nuevo régimen de solidaridad destinado a acabar con la miseria del mundo. Una parte de la clase obrera, la mayoría, asumió la propuesta solidarista que en buena medida se confundía con el programa del republicanismo radical, próximo a su vez al reformismo socialdemócrata. En nombre de la solidaridad y de la igualdad de oportunidades se creó la hacienda pública, el sistema fiscal, los impuestos sobre las rentas y el patrimonio, las tasas sobre las grandes fortunas y las sucesiones, es decir, un sistema que puso el gasto público al servicio de la redistribución, a la vez económica y social, para avanzar hacia sociedades mas integradas.

Tras la Segunda Guerra Mundial, en la Conferencia de Bretton Woods, la propuesta de John Maynard Keynes fue la creación de organismos internacionales con poderes jurídicos y financieros suficientes para regular los mercados globales, redistribuir la riqueza a escala mundial, crear polos de desarrollo,  acabar, en fin, con la pobreza en el mundo. Hoy sabemos que las dos grandes potencias, los USA y la URSS no estuvieron interesados  en una regulación a escala mundial vertebrada por los organismos internacionales, y muy especialmente por las Naciones Unidas. Así fue como organizaciones tales como el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio agudizaron los problemas en lugar de contribuir a solucionarlos.

En la actualidad las cosas han cambiado. La crisis ha estallado y somos cada vez mas conscientes de que el retorno de la cuestión social es inseparable del deterioro del planeta propiciado por la hegemonía del capital. La globalización económica y la degradación ecológica requieren la formación de una izquierda internacionalista, ecologista, pacifista, antimilitarista, una izquierda laica, republicana, que respete y haga respetar los derechos humanos y aborde con resolución, a partir de criterios de solidaridad, la cuestión de la redistribución de la riqueza, tanto entre las regiones como entre las naciones. Únicamente una izquierda plural, crítica, internacionalista, una izquierda que actúe unida como la expresión de un movimiento conjunto de movimientos diversos en defensa de los recursos de la tierra y del derecho de todos los seres humanos a una vida digna podrá sacarnos del atolladero del que, aparentemente, no sabemos salir.

(*) Fernando Álvarez-Uría es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense.
1 Comment
  1. Rud says

    Bravo por el articulo! Ahora solo hay que darse cuenta que el PSOE pertenece a ese tufo capitalista neocon. Necesitamos un partido político que aplique medidas tipo Islandia.

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