Gabriel Tortella *
Hará un mes aproximadamente yo me lamentaba en estas páginas de que las potencias internacionales no intervinieran en Libia y dejaran así al pueblo libio a merced del ejército de su sempiterno dictador. Sin duda mi artículo fue leído por Sarkozy, Cameron y Obama, ya que a los pocos días una coalición internacional encabezada por estos líderes conseguía un mandato de la Naciones Unidas para atacar por mar y aire al ejército de Gadafi en defensa de las débiles y mal armadas tropas del bando rebelde. Otros países se unieron a la coalición, entre ellos España. Inmediatamente se levantaron voces en nuestro país en contra de esta intervención, estableciendo paralelos entre la incursión en Libia hoy y la guerra de Irak hace unos ocho años.
Desde luego, resulta chocante que el mismo partido que entonces adoptó una actitud de cerrada y vocinglera oposición a la guerra en Irak –guerra que el gobierno español de entonces, con José María Aznar a la cabeza, apoyó diplomáticamente de manera ostensible, pero en la que no participó— hoy, estando en el gobierno, apoye la intervención, esta vez sí, directa en la guerra civil Libia. Sin embargo, hay que reconocer que las dos intervenciones, Libia hoy, e Irak ayer, revisten claras diferencias.
La más importante de estas diferencias es que en Irak no ocurría nada cuando George W. Bush, a la sazón presidente de Estados Unidos, decidió intervenir, en tanto que en Libia hoy hay una guerra civil causada por una rebelión masiva contra una dictadura muy prolongada, y había razones muy fundadas para prever una victoria del dictador y una masacre consiguiente de grandes dimensiones. Las razones para vaticinar tal masacre las había proporcionado el propio Gadafi, que con su incontinencia verbal y su desprecio absoluto por su pueblo, había dicho, cuando vio cerca la victoria gracias a la superioridad de su armamento y de sus recursos (es uno de los hombres más ricos del mundo), que no tendría “piedad con sus enemigos” y que sus tropas los “irían a buscar casa por casa”. Como dice el refrán, por la boca muere el pez. A Obama en particular esta frase le ofendió profundamente y le hizo replicar que no se puede tolerar que un dictador diga que no va a tener piedad con su propio pueblo y que lo va a perseguir hasta en su casa.
Es cierto que Sadam Hussein, el dictador irakí, era tan sanguinario y cruel como Gadafi; pero la intervención en Irak en 2003 no estuvo motivada por una causa concreta, sino por la inquina de Bush, que quizá pensara que era su deber concluir la tarea que su padre dejó inconclusa en 1991, y por dos escandalosas falsedades: primera, que Irak tenía 'armas de destrucción masiva', con lo cual se quería significar bombas atómicas o armas químicas en grandes cantidades; y segunda, que Irak había colaborado con Osama bin Laden y Al-Kaeda en los atentados del 11 de septiembre de 2001 que destruyeron las torres gemelas de Nueva York y atacaron otros objetivos en Estados Unidos, causando en total cerca de 4.000 víctimas. Bush, en su obsesión por derrocar a Sadam intentó obtener apoyo de las Naciones Unidas para su intervención, pero no lo logró. Atacó en todo caso, acabó con la dictadura de Sadam, y estableció una especie de protectorado, dedicado a reconstruir el país e instaurar la democracia. Para ello sí logró el mandato de las Naciones Unidas y el apoyo, entre otros, del gobierno español. Éste fue el apoyo que la oposición socialista prometió retirar si ganaba las elecciones: entonces ocurrieron los atentados del 11 de marzo, la oposición ganó las elecciones y retiró las tropas de Irak en contra del mandato de las Naciones Unidas. Los soldados españoles pasaron el trago de oírse llamar “gallinas” por sus compañeros polacos. Desde luego, resulta extraño, repito, que el mismo presidente español que entonces retiró las tropas de una misión de paz porque sentía “un ansia infinita de paz”, hoy mande bombarderos contra las tropas de Gadafi. Pero ya sabemos que la coherencia no es cualidad que cultive José Luis Rodríguez Zapatero.
Y sin embargo, yo le apoyo en la misión de Libia, por las razones que he dicho. Además, yo también estaba en contra de la invasión de Irak, por las razones que también acabo de decir. Pero, y ésta es la diferencia, yo no estaba a favor de la retirada de las tropas españolas de Irak, porque no estaban allí en una misión de guerra, sino de paz y reconstrucción, con mandato de las Naciones Unidas. La retirada de las tropas españolas fue una pataleta contra el apoyo diplomático de Aznar a la guerra un año antes, algo que en aquel momento era ya pasado e irrelevante. Fue el primero de los muchos traspiés demagógicos del presidente.
Se critica mucho que se intervenga en Libia y no en Siria o en Yemen, por ejemplo. Hay dos justificaciones para esto. En primer lugar, no se puede intervenir en todo el mundo, por mucho que nos desagraden las dictaduras. En segundo lugar, repito que en Libia hay una guerra civil que enfrenta a un ejército, en gran parte mercenario, contra un pueblo mal armado y desorganizado. En Yemen y en Siria (y en otros países de Oriente Medio) se están cometiendo graves brutalidades contra unos pueblos que se manifiestan más o menos pacíficamente; pero no hay, por el momento, una declaración de guerra contra el pueblo, aunque la situación en Siria se está aproximando bastante. En todo caso, la dictadura siria se ve protegida por el hecho de que una segunda intervención armada parece problemática, por injusto que ello sea.
Otra cosa que se alega en contra de la intervención en Libia es que Gadafi, por desagradable que resulte, era un baluarte contra el integrismo y el terrorismo. Esto es un argumento curioso. Ahora resulta que uno de los mayores terroristas internacionales, que tiene en su haber no sólo la tragedia de Lockerby, sino otros atentados y asesinatos, al menos en Inglaterra y Alemania, se nos convierte en el gran paladín del anti-terrorismo. La cosa se me antoja bastante chusca. Además, recordemos que la rebelión contra Gadafi es parte de un movimiento anti-dictatorial que se desató en el mundo musulmán a raíz de la rebelión en Túnez que derrocó al dictador Ben Alí, que fue seguida de un movimiento parecido en Egipto, que derrocó al dictador Mubarak. Por odiosos que fueran los regímenes tunecino y egipcio, no se comparaban en violencia y arbitrariedad con el libio. Por otra parte, aunque la situación en ambos países está fluida, lo que no se ha producido, ni lleva visos de producirse, es un triunfo en ellos de grupos terroristas afines a Al-Kaeda, ni siquiera de grupos fundamentalistas radicales.
Por lo tanto, reconociendo que es doloroso apoyar una intervención armada en un país extranjero, en mi opinión, la doctrina del mal menor justifica el apoyo limitado que se está dando a los rebeldes libios.
Excusas.
Mire usted, yo cuando voy a construir una casa, contrato albañiles, no al ejército. Y mucho menos a un ejército extranjero.
Y cuando voy con el resto del «pueblo» a manifestarme, no llevo tanques ni lanzagranadas ni aviones, y aun así rápido nos tratan de alborotadores e «inciviles» los mismos que apoyan bombardear libia.
Si vamos a tratar de justificar lo injustificable, al menos que sea con excusas nuevas, que estas ya están muy vistas.
El tiempo ha demostrado que los rebeldes no eran el pueblo libio y que Gadafi tenía razón al caracterizarlos como ratas. Yo creo que son mucho peores y no es ninguna metáfora. Lamentable el catedrático, refleja el pésimo nivel ( empírico, doctrinal…) de las aulas en España. Pero, bien, ya tuvo su ratito de gloria, estará contento y todo.
Enfín, para quien quiera profundizar sobre el conflicto libio con argumentos y autores serios recomiendo este análisis de un embajador francés en Trípoli:
http://www.monde-diplomatique.fr/2011/12/HAIMZADEH/47065