La palabra se conquista: Movimiento 15-M

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Julián Sauquillo

Concentración en la plaza Arriaga de Bilbao, el pasado día 19. / Luis Tejido (Efe)

Todavía en plena resaca electoral, el Movimiento 15-M no se ablanda. Quien pasee a primera hora de la mañana por la Puerta del Sol verá que, allí, comienzan la jornada con empeño. No están pasando el rato. La organización va en aumento y es difícil entender su lógica interna, manifiestamente fácil para quienes la siguen todos los días. Todas las comisiones ofrecen información en varios idiomas a quien se aproxime. Por supuesto que el cansancio es inevitable pero la tenacidad y la empatía con los visitantes están probadas. No es fácil pronosticar cómo consolidar esta organización sin líderes claros, sin burocracia, con rotación de actividades, con un civismo cuidadoso y con un humor muy creativo. Llaman a donar pan, embutido, fruta, vegetales preparados por solidaridad con quienes no admiten otros alimentos, refrescos,… y no aceptan dinero. Pueden notar carencias. Pero da la impresión de que el rizoma va excavando la tierra y se amplía por barrios y pueblos (más de setenta enclaves de encuentro en Madrid). También da la sensación de que las convocatorias puntuales serán fáciles y que la “red” de la contestación está creada para mucho tiempo. El movimiento acaba de comenzar.

Lo que más estremece de este movimiento es la denodada voluntad de tomar la palabra. Si se comparan los limitados comunicados generales con la proliferación de pequeños textos, prendidos por todos los lugares, allí rebosan las ganas de manifestar cada cual su rabia sin ser representados ni entre ellos mismos: “No tenemos prisa, somos Vladimir y Estragón, y, despojados de esperanza, aquí estamos”, “Si no nos dejáis soñar, os quitaremos el sueño” y, así, infinitos testimonios críticos, por todos los lugares y encima de “El tragabolas” de Antonio Fernández Alba. Los corrillos de gentes hablando proliferaban el día de reflexión electoral en la Puerta del Sol. No remitía la protesta, el ambiente estaba más caldeado, había aumentado el ruido (se había preservado el silencio, días antes, con aplausos de sordomudo), pero no había ni coacción, ni enconos, ni altercados. Pudimos interesarnos por ese aire nuevo y asistir a votar al día siguiente sin problema alguno.

El acuerdo asambleario del Movimiento 15-M recoge medidas concretas de control de los cargos públicos, contra el desempleo, por la mejora de la calidad de los servicios públicos, medidas fiscales igualitarias, por la profundización de la democracia participativa y la eliminación, nada menos, del Senado (no esperan ya más su conversión en cámara territorial pues percibieron que no hay voluntad de cambiarla). Las medidas y objetivos son muy concretos y dan la vuelta al sistema. Pero insisten en no ser antisistema. Llevan razón. ¿No será, más bien, que el sistema les expelió de los medios básicos de vida?

Esta presencia pública de ciudadanos jóvenes que se mezclan con parados de larga duración y comparten lo que tienen no se había visto antes. Me consta que los debates en asamblea oscilan de quienes desean mantenerse como un foro público, una plataforma cívica, a quienes quieren constituirse en partido. A pesar de la disparidad, coinciden en algo: no sé si encarnan la Revolución –soy muy mayor para creerlo- pero sí restablecen parte del discurso de la Revolución Francesa (con los “sans culottes”, esta vez). Quizás su más conspicuo teórico, el abate Sieyès, observó que el fin de los “privilegios” del Antiguo Régimen traía el marco de competitividad necesario para seleccionar a los mejores políticos. A partir de entonces la sucesión familiar en los títulos no sería el criterio para detentar ocupaciones públicas. Habría que demostrar ser el mejor preparado para la responsabilidad pública. La Revolución Francesa, tan influida por la fisiocracia económica, se obstinó en la competencia pública, en la eficacia para la gestión. Ahora, en la Puerta del Sol, se demanda esa competencia que no es evidente para muchos ojos.

Michel Foucault subrayó que la palabra está sometida a muchos ceremoniales. Advirtió que la palabra se sustrae, se administra, se reprime, se regala o se impide. Por ello, la palabra, si quiere decir algo valioso, debe ser conquistada. Para ello, conviene darse toda la libertad que se requiera sin perder los modos. El Movimiento 15-M ha perdido el miedo y asumió su responsabilidad ciudadana. Me ha parecido ver esta mañana una calva de filósofo nietszcheano, postestructuralista, enfundado en un pulóver, con unas gafas rectangulares de metal, mirando entre los jóvenes, saliendo de una tienda de campaña y gritando con un megáfono que se desperecen, no descansen y hablen.

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