Al Fayum: la agonía de los «sin papeles»

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Julián Sauquillo

Retratos de Al Fayum. / man.mcu.es

La exposición “Retratos de Fayum+Adrian Paci”: sin futuro visible” (*), del Museo Arqueológico, une dos mundos insólitos: los retratos preciosistas de unos nobles romanos muertos que aguardan la transmigración de sus almas y los rostros de unos inmigrantes “sin papeles” que esperan ya, por fin, su deportación. La exposición se compone de unas pocas y pequeñas tablillas de tilo y un video (ver más abajo) de factura muy contemporánea: Centro di Permanenza Temporanea, de Adrian Paci. La unión de dos mundos tan diversos se debe a la ocurrencia crítica de John Berger, quien se había ocupado de los retratos de la región egipcia de Al Fayum en El tamaño de la bolsa (2001, ed. española, Taurus, 2004).

El escritor inglés es el maestro de los encuentros sencillos y auténticos que no pueden darse en esta sociedad eliminadora de cualquier contacto humano bajo el signo de la tecnificación. John Berger es el crítico del encierro de la leche animal derramada en compacto “tetabrick”, del secuestro del vuelo sin motor de los enamorados tras los barrotes del presidio político o del barrido del excremento animal para brillo del suelo sintético. Le tenía que fascinar tanto el contacto con la muerte, en un mundo “tanatofóbico”, como la desnudez de los sin papeles. Por ello, John Berger aportó una idea brillante a esta exposición: unir dos viajes serenos, el de los moribundos y el de los despojados de derechos. Dos mundos a los que damos la espalda como si no nos incumbieran.

De una parte, los retratos en tela de Al Fayum acompañaban al sarcófago egipcio a la altura del rostro. Servían a la identificación del difunto que había de esperar a Anabis, guía de su alma al descanso eterno en el reino de Osiris. Evitar cualquier fallo que impidiera el retraso o la pérdida requería un retrato exacto. Si no, el alma podría no despegar de su cuerpo. Vagaría como un fantasma que no hizo buena vida entre los mortales. El pintor se presentaba antes de la muerte o inmediatamente después y pintaba, en encáustica sobre madera (colores mezclados con cera de abeja, aplicada fría o caliente dependiendo de que fuera emulsionada o pura), a un individuo sereno, con esperanza de morbidez porque su alma sobreviviría a los percances fatales del cuerpo. Trece retratos engalanados, como si fueran a salir hoy a la Opera, esperan a un espectador que no adivinaría están en trance de muerte si no se advirtiera que son retratos de momias. Se nota que quieren complacer con sus adornos a su último guía. El tocado, los pendientes, las barbas, las túnicas adivinadas bajo el torso, los collares anuncian una vida noble que se acaba y será compensada con el auténtico descanso.

Si estos rostros dan una impresión de estar tan vivos y ser tan actuales es porque su espera nos concierne mucho, dado que, desde que nacemos, somos moribundos. Son rostros que están ante una muerte serial que se inició mucho antes –dicen que al poco de pasar la adolescencia- y que ahora toca a su fin. Y llaman la atención estos ojos de personajes tan menesterosos como nosotros, tan expuestos a la parca como corderos degollados y a medio morir. El comisario de la exposición, Gerardo Mosquera, dice que se trata de las primeras pequeñas “fotos de carnet” y, añado, de un pasaporte al otro mundo. Son los más antiguos retratos frontales con que contamos: los pintores griegos retrataron en el Egipto romanizado que transcurre entre los siglos I y IV después de Cristo.

[youtube width="608" height="344"]http://www.youtube.com/watch?v=2EY1fpo0DRc&feature=player_embedded[/youtube]John Berger pone su pensamiento al servicio de una denuncia. Si estos cuatro hombre y nueve mujeres egipcios de Al Fayum esperan el último viaje, un nutrido grupo de hombres y mujeres de varias razas y colores, sin pertenecías y apenas engalanados con su desesperanza, esperan ser deportados de una vez. Un video de Adrian Paci (Albania, 1961), de algo más de cinco minutos, rodado en San Francisco en 2007, representa el limbo de los sin papeles. Suspendidos en el aire por una escalera de avión que da al precipicio -en vez a la clase primera de los políticos, o a la turista del consumo masivo de vacaciones- esperan algún destino. Sin maletas, con unos pasos muy pesados, sin conexión aérea, en una pista donde los aviones se disponen al despegue para otros, son el rostro impávido de la desesperanza.

Recuerdan a esos Vladimir y Estragón, de Samuel Beckett, que esperan crezca el árbol que sostenga sus suicidios y no se tronche. Son unos personajes que apenas pueden hacer cuentas de las piedrecillas que les incordian en sus botas y zapatos. Los sin papeles, como advierte Giorgio Agamben, han actualizado el campo de concentración, donde se da la nuda vida, sin derechos, sin esperanza. Habitan el mismo purgatorio de Al Fayum cuando el alma del fallecido espera si llegara la compañía de ultratumba. Carentes de derechos, desarraigados de territorio, familia y amigos, en la orfandad de las bestias, los sin papeles están desnudos. Dependen de la intención (buena o mala) del Soberano. Ya no saben si existe Godot, si es expresión del bien (good), o de algún dios (God). Quizás, imaginan, Godot sólo es la agonía de la existencia. El soberano tampoco les elimina, finalmente. Necesita de ellos para definir al ciudadano con elementales rasgos. Son la otra cara del nacional. Están “identificados” para el viaje a ninguna parte.

(*) Museo Arqueológico de Madrid (Calle Serrano, nº 13). Hasta el 24 de junio.

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