Rafael García Rico *
En una sala abarrotada y superadas todas las previsiones de asistencia, la militancia socialista recibió a su candidato presidencial, tras haber sido proclamado por el Comité Federal de su partido. Tuvo el acto ese curioso efecto de resurgimiento con el que el PSOE es capaz de aliviar las heridas electorales e ilusionarse para asumir nuevos proyectos, y tuvo, además, la magia fundacional de un nuevo liderazgo, mediante el método de la transmisión del poder, sin conflictos ni bronca, de un presidente que lo es a un candidato que aspira a serlo.
Fue el “día Rubalcaba”, insisto, con erre de resurgimiento, porque allí estaban presentes varias generaciones de políticos socialistas, veteranos dirigentes, viejos ministros y jóvenes diputados, y todos bajo el efecto motivador de apostar por un político sólido, con experiencia y veteranía, capaz de hacer valer sus habilidades políticas para dar forma a un nuevo proyecto con el que aspirar a ganar a los conservadores y derrotar a la crisis.
Dijo Rubalcaba, con gesto algo tímido y bajo la presión de una responsabilidad de primer plano que nunca antes había tenido, que su proyecto quería sustentarse sobre la ambición y el realismo. Dos conceptos en apariencia contradictorios, que combinó en un potente discurso para explicar sus ideas para cumplir con la tarea histórica de la izquierda: alimentar un cambio continuo y defender el progreso social.
Desgranó algunas propuestas, aún más como enunciado que como desarrollo, pero le sirvió el poder anunciarlas para marcar el trayecto razonable de una opción transformadora e igualitaria, tal y como quiere ser el PSOE. Y eso fue lo más importante: redefinió los valores característicos de una ideología en aparente desorientación, rescató principios sólidos de ella y puso en marcha el compromiso de fortalecer la democracia con la participación ciudadana que tanto demandan algunos sectores sociales. Defendió que los bancos participen de la tarea de promover el empleo, defendió más Europa, defendió más innovación en una economía productiva, saneada y sostenible frente al estigma inmobiliario. Defendió con palabras contundentes ideas contundentes que pasan desapercibidas en este océano de confusiones por la crisis: defendió el derecho de la mujer a disfrutar de un salario igual a de los hombres. Defendió la intervención estatal en los planes urbanísticos para combatir la corrupción.
Y defendió con vigor la austeridad. Lo hizo con vigor, sí, porque si hay algo cierto es que su forma de ser tiene que ver con su forma de pensar, su forma de actuar y su forma de vivir. Y por eso fue extraordinariamente creíble su discurso.
Habló Rubalcaba para los españoles aunque se dirigiera a los militantes, y haciéndolo de esa forma logró transmitir un sentido ético de su proyecto, embancándose por medio de él en una tarea para la mayoría de la sociedad.
La política nos ha dejado estos días algunos hechos de difícil comprensión, como el voto de IU en Extremadura facilitando el acceso del PP al gobierno regional. Y es curioso, porque quienes se han pasado el acto tuiteando sobre el discurso del candidato con más dureza han sido los comunistas Lara y Llamazares. Cosa que, supongo, tendrá su explicación en los asuntos internos de una coalición a la deriva. Pero lo importante es que el candidato socialista se ha dirigido a quienes demandan otra forma de hacer política y lo ha hecho sin envoltorios estéticos: yendo al corazón del problema y proponiendo reformas de calado en el sistema electoral.
Una presentación interesante desde el punto de vista de la política reformadora que España demanda en muchas plazas. Y un discurso asentado sobre contenidos de peso político, expresado con la dialéctica y la oratoria de quién habla sin leer, se dirige a la gente usando el lenguaje de la gente y evita la impostura gestual a la que nos tienen acostumbrados algunos políticos teledirigidos, de esos que deberían dedicar más tiempo a tratar de descubrir cuales son sus rasgos verdaderos entre tanta telegenia de laboratorio.
Y finalmente habló del país, de España, de sus posibilidades y de su futuro, con un tono moderado pero con una cierta épica que ayudó a fortalecer la dialéctica de quién quiere transmitir confianza y seguridad, la de todos en nuestros sueños, y las que han de ser motor e inspiración para conquistar nuestras aspiraciones colectivas.
Fue el día de Rubalcaba, el día del PSOE, y creo, con cierta prudencia pero con olfato que hay algo más que un partido de noventa minutos por disputar. Y si alguien me preguntara por qué lo creo, le contestaría con rotundidad: porque el PSOE ha iniciado hoy un camino en el que cree con sinceridad y porque ha hecho ver que no va a dar por perdidas unas elecciones que su adversario electoral ganaría, de ganarlas, inmerecidamente.
Y Rubalcaba lo hará visible. Alguien en el PP debería estar muy preocupado.