Teoría de Tahrir (o de la democracia diversa y frustrante)

0

Pedro Costa Morata *

Las revueltas políticas recientes, habidas en el mundo árabe y en Europa, poseen numerosos rasgos en común, así como una inocultable conexión por más que las descripciones oficiosas, siempre interesadas, insistan en diferenciarlas drásticamente. Llamamos teoría de Tahrir (de la plaza de la capital egipcia hecha famosa por la más característica de esas movilizaciones) al análisis comparativo y vinculado de ambos fenómenos.

Así, lo que llamamos Tahrir-I podría consistir en la fase decisiva de las luchas populares –políticas, sindicales y culturales– contra la dictadura de Mubarak tras 32 años de gobierno personal y cada vez más oprobioso; y pretende explicar de qué forma la democracia reclamada puede satisfacer esas demandas. Correlativamente, Tahrir-II corresponde en Europa (aunque es verdad que ha sido en España donde se expresa con tintes más llamativos, hasta el punto de que podamos reconocer que por una vez hemos marcado estilo) a ese mismo impulso popular que combina la negativa a seguir soportando un sistema que empobrece y humilla con la reclamación de una perspectiva sociopolítica que dé por liquidado lo anterior y se muestre capaz de dar urgente solución a problemas básicos y un estímulo esperanzador a muy amplias capas de población.

La “revuelta árabe” (expresión con que la historia ya califica a la etapa en que los pueblos árabes del Medio Oriente combatieron a los turcos en 1916-18 con la promesa occidental, falsa, de libertad e independencia) pretende en definitiva que los despotismos ampliamente dominantes den paso a democracias parlamentarias de tipo, exactamente, europeo. Sustituidas (que no, exactamente, “superadas”) en la historia las revoluciones árabes poscoloniales de los años 1940 y 50 a las que caracterizaron el liderazgo político, el ideal unitario y el enfrentamiento con el Estado judío, por regímenes personales casi siempre militares y adaptados a la cohabitación sumisa con Israel, la degradación política ha envilecido a gran número de estados árabes, tanto del Maghreb como del Mashreck, llevando a la sublevación a las masas más politizadas contra los sistemas más vulnerables, y ofreciendo esa amplia casuística de “modelos insurreccionales” que van desde el aparente triunfo al fracaso rotundo y ensangrentado, pasando por la guerra civil.

La “revuelta europea”, que en el caso significativo de España se expresa en el tiempo sucediendo a los casos árabes más exitosos (y próximos) pretende sin decirlo (y puede que sin sentirlo) poner patas arriba la democracia y su historia, muy especialmente sus mentiras e iniquidades. Se produce en un momento histórico de enésima y muy grave crisis socioeconómica en el que el capitalismo dominante muestra su intención aniquiladora y sus poderes sin equilibrio para someter a la pobreza, en beneficio propio, a la mayoría de la población, a despecho de las promesas hechas durante decenios sobre el bienestar, el progreso, etc.

En esta coyuntura histórica, pues, tan sugerente y pedagógica, el movimiento llamado concretamente del 15-M español por una parte nos viene a mostrar con hechos que la indignación se demuestra actuando, y por otra advierte a nuestros vecinos árabes que la democracia por la que luchan se les habrá de quedar insuficiente, si todo va bien, en unos pocos decenios. Y en este vínculo histórico-político estriba la más interesante conexión entre ambas protestas.

A este respecto, es oportuno destacar que ese eslogan del 15-M, tan coreado y popular, de “Democracia real, ya”, resulta notablemente corto ya que no cuesta mucho concluir en que la democracia real es esta democracia que sufrimos, y que si se quieren señalar adecuadamente los objetivos básicos del cambio –al estilo progresista y radical– esa democracia anhelada ha de ser otra, netamente distinta y no sólo real (enfrentada, se supone, a la de ficción o falsedad que viene a calificarse la que nos rige).

Ahí, en esta necesidad de otra democracia que difiera radicalmente de la europea (la del dinero, impuesta por el capitalismo en crecimiento, en definitiva), radica la verdadera utilidad del fenómeno europeo en relación con los movimientos árabes. Éstos, por lo demás, no deben perder la ocasión de plantearse, seria y urgentemente, el optar por modelos políticos no necesariamente de corte occidental (de predominio del capital y sus numerosas y resistentes creaciones), para lo que probablemente les sea suficiente indagar en su propia tradición y, sobre todo, en las exigencias nacionales y populares de abandonar la negra y larga coyuntura histórica por la que atraviesan desde hace, al menos, tres decenios. Porque sus líderes deben saber que la democracia próxima, por la que vienen luchando, está previsto que sea una democracia de libertades políticas y oropeles parlamentarios, sí, pero carcomida por las fuerzas que la acechan y prevén controlarla: la UE y su sistema inclemente mercantilista, el FMI y sus imposiciones insalvables, la CIA y su “pastoreo” de dirigentes políticos y militares…

Los europeos de buena fe debiéramos –haciendo por una vez ejercicio crítico de nuestro persistente eurocentrismo– recomendar a los árabes ilusionados que no pongan tanto énfasis en sus esperanzas hacia nuestro propio modelo, y que reconozcan que se debe a ese sempiterno imitacionismo de sus élites  respecto de Europa, una parte significativa de sus desgracias históricas, políticas y, también, económicas; que miren cómo nos sublevamos contra lo que ellos ahora anhelan y, si persisten en esa vía, que prevean superarla en el más breve tiempo posible. Porque si somos serios y nos tomamos en serio la Política y la Historia habremos de reconocer que existen y son posibles otros sistemas políticos necesariamente alejados, como principio general, del modelo europeo y basados en otras tradiciones, en especial la árabe-musulmana, tan denostada hoy, precisamente, por Occidente.

(*) Pedro Costa Morata es ingeniero, sociólogo y periodista. En 1998 recibió el Premio Nacional de Medio Ambiente.

Leave A Reply