Javier Pradera y el comunismo

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Gabriel Tortella *

Mucho se ha escrito estos días, a raíz de su muerte, sobre Javier Pradera. Ha habido elogios hiperbólicos y algún ataque vitriólico. Pradera dejaba a poca gente indiferente. Su físico de gigante, su aspecto desaliñado de sabio distraído, su voz profunda, su habla sentenciosa y su mordiente ironía inspiraban admiración y respeto, pero a veces también temor y rechazo, pese a que, en cuanto se le conocía un poco, se advertía que tenía más de Ulises que de Polifemo.

El caso es que en una reciente columna en El Mundo -Un pasado comunista-, Salvador Sostres se escandaliza de que la vieja militancia comunista de Pradera fuera mencionada “con admiración y con ternura” en los obituarios, y se pregunta “si se recordaría con tanta ternura y con tanta admiración su paso por el Partido Nazi en caso de haberse producido.” Sostres no es el único escritor que equipara al comunismo con el nazismo en términos de dictadura, represión y barbarie. Al fin y al cabo, el nazismo y el fascismo estaban en muchos aspectos inspirados en el bolchevismo, del que eran deliberadamente como una imagen invertida. Sin embargo, merece esta cuestión muchas matizaciones, no en defensa del comunismo, sino en defensa de Javier Pradera.

En primer lugar, Pradera militó en el Partido Comunista bajo la dictadura de Franco, tan totalitaria y sanguinaria como el régimen de Moscú. En aquel tiempo, que muchos hoy no sólo no conocen, sino que ni siquiera se hacen idea cabal de él, tan sólo militar en un partido era un delito grave que exponía al militante a cárcel y posiblemente a la tortura, a la pérdida de empleo, a la proscripción, o incluso a la muerte. Pertenecer al Partido Comunista en España entonces no era como ahora, una toma de posición política cómoda, una opción comparable a muchas otras, casi como pertenecer a un club de amigos políticos. Entonces entrañaba valor con ribetes de heroísmo.

Podrá alegarse que las ideas comunistas eran equivocadas; yo estoy de acuerdo. Pero muchos veían al comunismo como el enemigo más radical de la dictadura franquista, y esto hacía olvidar a muchos, como Pradera y tantos otros, las lacras ideológicas de los bolcheviques que, por otra parte, quedaban muy lejos geográficamente: aquí lo próximo era el totalitarismo del llamado “Movimiento Nacional.”

Se puede alegar también que el comunismo de Stalin fue “sanguinario”, como aduce Sostres con razón. Pero también en esta materia vale la pena reflexionar un poco. En primer lugar, Stalin murió en 1953 (cuando Pradera tenía 19 años), y sus sucesores pronto denunciaron públicamente su crueldad y su carácter despótico. El totalitarismo persistió, pero el régimen comunista ruso dejó de ser sanguinario y de asesinar en masa; se convirtió simplemente en un Estado policía. Vista desde España, esta evolución del sistema comunista podía parecer una esperanzadora vía de regeneración, especialmente si se vivía bajo otro régimen policía cuya opresión se sentía a diario, y cuya machacona propaganda anticomunista hacía creer a muchos que las peores cosas que se contaban de la URSS eran mentiras y exageraciones del aparato de propaganda franquista. Era muy difícil separar la verdad de la mentira en aquella situación.

Javier Pradera, sin embargo, hizo esfuerzos por conocer la verdad, y la consecuencia fue que en 1964 (después de haber sufrido persecución, cárcel y pérdida de su puesto de trabajo por la dictadura franquista) rompió con el Partido simplemente por razones ideológicas, porque su opinión, crítica desde hacía mucho tiempo, le empujó a ello cuando sus amigos y correligionarios exiliados, Fernando Claudín y Jorge Semprún, fueron separados del Partido y calumniados por su postura de disidencia táctica, postura que, años más tarde, se demostraría plenamente acertada.

La ruptura de Pradera con el comunismo también tuvo mucho de heroico, porque lanzaba por la borda años de sacrificio y de sufrimiento que le hubieran podido significar un capital político al terminar la dictadura. Darse de baja del Partido en aquellas circunstancias significaba quedarse sin cobijo ideológico: los comunistas le consideraron un renegado y para el régimen franquista seguía siendo un rojo peligroso. Sólo le quedaban los amigos que le comprendieron y le ayudaron, porque él inspiraba, a  quienes le conocían bien, cariño y respeto. Su mordacidad y apariencia hosca dejaban traslucir una gran bondad y una honradez acrisolada, amén de una admirable agudeza intelectual. Pradera no era rico, y tuvo que renunciar a muchas cosas para encontrar empleo y sacar adelante a su familia. Tuvo bastante éxito a la larga; su obra como editor es unánimemente reconocida; como periodista también obtuvo gran prestigio, aunque fuerza es reconocer que en ciertas épocas su ejecutoria fue más afortunada que en otras. El periódico El País, que, con todos sus defectos, sigue hoy siendo quizá el más prestigioso de España, fue en no pequeña parte obra suya. Tuvo éxito a la larga, repito, pero los comienzos fueron duros e inciertos.

Perteneciendo a una familia muy de derechas, de víctimas del terror rojo durante la guerra civil, Javier Pradera, al igual que su único hermano, Víctor, pudo haber logrado una posición cómoda y desahogada bajo el régimen franquista. Ninguno de los dos lo intentó. Víctor militó en el socialismo y opositó al cuerpo diplomático; Javier al cuerpo jurídico del Ejercito del Aire. Las largas estancias de Víctor en el extranjero sin duda le libraron de la persecución policial: murió joven en un accidente de automóvil. Javier, como dije, se quedó en España, y fue perseguido, encarcelado, y expulsado de su empleo. Fue valiente e íntegro: ojalá todos los comunistas hubieran sido como él.

(*) Gabriel Tortella. Economista e historiador. Es catedrático emérito de Historia de la Economía en la Universidad de Alcalá de Henares.
4 Comments
  1. Máximo Pradera says

    Bendigo los nombres de Sostres y Ansón, que con su «periodismo sicario» (para regalar los oídos de la persona que los tiene a sueldo) han propiciado la publicación de esta lúcida y desapasionada reflexión de Gabriel Tortella sobre mi padre. Mucho se había escrito hasta ahora sobre el rigor periodístico y la aguda inteligencia de Javier Pradera, pero hasta ahora nadie había hecho hincapié en la cualidad que yo más admiraba en él, que era su valor personal. Enhorabuena, Gabriel Tortella.

  2. Juan luis krebiang says

    Recuerdo la cena en lodosa con javier. Que pedazo cogollos con anchoas nos pusimos como focines

  3. Juan luis krebiang says

    Ojala vuelva un dia lo mas plus

  4. Antes de Seprum y Claudin says

    El PCE hizo purgas infames contra honestos marxistas, llegando al asesinato como en el caso de Andreu Nin, verdaderos comunistas que denunciaron las barbaridades del estalinismo en los años treinta, y sufrieron la persecución tanto de los fascistas y franquistas como de los comunistas estalinistas del PCE. Y lo mismo contra los anarquistas. Lo sorprendente es que los jóvenes españoles de los años cincuenta se afiliaran al PCE, para enfrentarse al franquismo. Mucho más honesta fue la juventud que se combatió a Franco desde las juventudes libertarias o la CNT, Delgado y Granados asesinados por franco, Puig Antich, etc,etc. Bastante más interesante me parecen figuras como los hermanos Ferlosio tanto literaria como políticamente, que como Pradera podrían haberse subido al carro franquista de los aznares, y lo rechazaron, pero en el postfranquismo también renegaron de la farsa bipartidista que otros aceptaron docilmente con tal de subirse a uno de los dos partidos.

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