Egipto a debate: ¿Una Revolución sin derechos humanos?

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Julián Sauquillo

En primer plano, el secretario general de la Liga Árabe, Nabil Alarabi, durante la reunión extraordinaria de este organismo celebrada en El Cairo el pasado día 7 para analizar la situación de Siria. / Khaled Elfiqi (Efe)

En un abecedario que pueden consultar, El abecedario Gilles Deleuze, este filósofo reflexiona sobre las revoluciones, en la letra G dedicada a la “gauche”, izquierda. No es muy optimista porque señala que las revoluciones siempre acabaron mal. La revolución inglesa finalizó con Cromwell, la francesa con Napoleón, la rusa con Stalin y la americana con la emigración masiva. Este filósofo podría haber cargado las tintas y haberse referido a la discriminación de las mujeres, los trabajadores y los negros en América. Podría haber sacado a colación la eliminación de los indios. Pero, en vez de enumerar las serias trabas que encontraron los derechos civiles allí, sólo habla del emigrante, como ser profundamente devaluado tras aquella revolución. Deleuze está convencido del devenir revolucionario de los pueblos pero desconfía de que sean posibles las revoluciones en la historia. Ve insulso que los historiadores empleen mucha energía en demostrar que las revoluciones no son tales. Que las revoluciones son imposibles en la historia es obvio. Estoy bastante de acuerdo porque los cambios políticos drásticos y rápidos son casi inexistentes en la historia. A la larga lista de Revoluciones fracasadas se puede añadir la iraní.

No coincido, en cambio, con este pensador francés en que los derechos humanos sean inútiles para solucionar los problemas propios de países en plena convulsión: por ejemplo, el Egipto de hoy. Deleuze opone la “jurisprudencia”, –algo así, para él, como la justicia del caso concreto- resolutiva de los problemas políticos, tan variados, que se dan en la historia, a la insolvencia de los derechos humanos como supuesta alternativa para toda latitud. Un filósofo de la diferencia es congruente al defender la especificidad de cada coordenada histórica y geográfica. Pero este guión no es de estricta observancia. La “revolución” norteamericana aportó el control judicial de la constitucionalidad de las normas, el bicameralismo y la división de poderes, entre otros logros, y no es poca cosa. Todas estas aportaciones se han expandido en la mejor organización política que conocemos, pese a todo: la democracia.

Al analizar la “primavera árabe”, debemos utilizar los “derechos humanos” para poder interpretar si está habiendo un cambio real o no en aquella zona. La implementación de estos derechos sí sería una muestra de una transformación importante (más o menos revolucionaria) en los países árabes. Todavía más que simple indicador de la transformación, debemos desear que los derechos humanos sean garantías jurídicas para los ciudadanos egipcios. No me parece baladí cuando a los “revolucionarios” les acompaña en la foto una esposa con un “burka” que oculta su identidad, se ejecuta a una mujer saudita por ser “bruja” o los ultra-ortodoxos  escupen a jóvenes israelitas por enseñar la piel de sus extremidades superiores e inferiores. Las situaciones son tan dramáticas que exigen ver las transiciones con atención: la vía que elijan en los cambios políticos que se den en países de eclosión floral (primavera árabe) es de estricta responsabilidad de sus ciudadanos. Pero hemos de percatarnos, en occidente, de si es o no la más oportuna con un elemento prioritario: el respeto a los derechos humanos. Las expresiones “están eligiendo su propia forma política” o “no quieren imitar nuestro proceder político”, emitidas por reputadas voces internacionales, no abren unas posibilidades siempre admirables a los cambios políticos que se den, por ejemplo, en Egipto.

El multiculturalismo ha sido un guión frecuente para aceptar todo tipo de diversidad cultural. Más aún en países desarrollados, lastrados por nuestra mala conciencia al haberles colonizado. Conscientes de que les impusimos una cultura abusivamente occidental, países orientales y africanos se alzan con su reivindicación de que cambiemos nosotros, los antiguos dominadores. Y esta deuda política es abono para el multiculturalismo excesivo de cierta “izquierda” ejemplarizante. Pero ni la autocracia de los guías espirituales es mejor que la democracia ni las restricciones de la comunidad son moralmente preferibles a los derechos humanos. El éxito de la “revolución” egipcia va a depender, sobre todo, de que los militares dejen de perseguir a las organizaciones favorecedoras de los derechos humanos y de que el integrismo no imponga las convenciones discriminatorias de comunidades impuestas a sus integrantes desde el nacimiento. Si los derechos humanos tienen su “primavera árabe” en Egipto, estoy dispuesto a aceptar que allí hubo una Revolución.

John Rawls –el autor que más sufrió la crítica de etnocentrista y quien más se revolvió con sus reformulaciones teóricas contra ella- puso énfasis en el necesario respeto de los pueblos liberales hacia los pueblos que no lo son y que denomina decentes por reunir unas condiciones jurídicas, morales y políticas irrenunciables. Hay formas no liberales y aceptables de ordenar la sociedad, pero han de reunir unos requisitos: que los ciudadanos tengan un papel sustancial en la toma de decisiones dentro de una jerarquía consultiva, su derecho a disentir, que exista una respuesta judicial a las reclamaciones de los ciudadanos de acuerdo con el imperio e interpretación de la ley y quepa el respeto de los derechos humanos. El derecho a la vida (subsistencia y seguridad), el derecho a la libertad (de conciencia, de pensamiento y de religión; abolición del trabajo forzado, la esclavitud y la servidumbre), el derecho de propiedad y la igualdad formal ante la ley son derechos irrenunciables en un pueblo no liberal pero decente. Los países árabes, en transición, pueden darse sus formas políticas jerárquicas y nosotros hemos de respetar y vigorizar su proceso político con tolerancia. Pero el proceso de transición en Egipto vencerá todos los escollos –y, ¿por qué no?, será revolucionario- si la garantía de los derechos humanos es visible para el gobierno y entre los ciudadanos egipcios. Una vez más, los derechos humanos frente a los gobiernos son el criterio real para apreciar un cambio en Egipto. Y no hay inconveniente alguno, por mi parte, en reconocerlo cuando los haya.

Informe de Amnistía Internacional sobre el estado de los Derechos Humanos en Oriente Medio y el Norte de África (PDF).

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