El sexo verdadero de Albert Nobbs

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Julián Sauquillo

Cartel de la película.

Esta película no pasará a la lista de películas inolvidables. Muy buenas interpretaciones y estupendas ambientaciones no la convertirán en un clásico que se visite de vez en cuando a pesar de haber sido ya vista. Las películas son como las pinturas: nadie dejará de contemplar Las Hilanderas porque ya la vio en una ocasión, tampoco declinaremos ver Paisaje en la niebla porque estuvimos en su estreno. En cambio, Albert Nobbs no aguanta la repetición. Hay demasiadas historias secundarias abiertas que no se comprenden bien. Narraciones apenas profundizadas e inexplicables. Quizás las aspiraciones narrativas en el guión fueron las de un novelista, John Banville, que no supo acotar en un lenguaje fílmico, narrativamente, muy distinto. Las historias circundantes pueden distraer al espectador de lo central: el drama de Albert Nobbs. Por ejemplo, tanto tifus en la película y no está muy claro de qué muere el personaje central. Los propios movimientos emocionales del protagonista hacia las mujeres no son diáfanos, como se espera de un personaje clásico si pretende ser inolvidable. Pero, a pesar de ello, su personaje central sugestiona y la interpretación de Glenn Close asombra. La construcción actoral del personaje se hizo, según la interprete, tras mucho estudio de Charlot. Y esta actriz estupenda no necesita de un bigotito negro para convencernos de que es un hombre, para las miradas amenazantes, porque ha sabido esconder su sexo verdadero de mujer.

La Irlanda victoriana del siglo XIX era cruel no sólo por su puritanismo cínico sino también por la dureza de las relaciones de trabajo. Una sociedad donde cualquier punta o extremo debía ser cubierto para no escandalizar moralmente era compatible con los múltiples engaños de los señores con las doncellas. Una comunidad donde las jerarquías estaban duramente establecidas y la sexualidad debía obedecer a las convenciones sociales era compatible con la ambigüedad sexual en el “baile de disfraces”. Un obligatorio disimulo de la atracción homosexual era conjugable con la relación extramatrimonial del señor: este aprovechaba la servil juventud y la criada anhelaba un incierto ascenso social con el amo. En este panorama social claustrofóbico, Albert Nobbs sobrevive porque esconde su identidad. Consigue un trabajo de hombre –camarero-, esconde su origen familiar –ilegítimo-, enmascara sus sentimientos y gustos –lésbicos- y se protege de los desengaños del amor –una mala elección sentimental- porque está encorsetada en la rigidez del bombín, la corbata suelta y el traje clásico negro de serie.

A Albert Nobss le ocurre que es risible de puro rígido en la articulación del movimiento. Henri Bergson señaló que la rigidez provoca risa. Soltamos una carcajada ante la rigidez del movimiento. Pero Albert Nobss también provoca compasión. La compasión hacia un personaje que ha enterrado su sexo. No sabe besar, nunca expresa sus sentimientos y, cuando se decide a vestirse de mujer, ya no hay vuelta atrás: parece un travesti masculino. Los registros de la cara de Glenn Close, los desvíos de su busto van de la nostalgia a la resignación, del desconcierto a la amargura, de la irritación al miedo. La actriz tiene un dominio milimétrico de su cuerpo y de sus facciones. Además, es una mujer culta que llega al trabajo actoral tras sufrir la represión de su identidad en carne propia. No cabe duda de que Glenn Close puede interpretar cualquier personaje pero creo que el espectador percibirá que adora a Albert Nobbs. Esta identificación enriquece a la película pese a sus dislates narrativos.

¿Pero qué caracteriza a su personaje querido? ¿La rebeldía, la burla, la resignación, la complacencia? Una resignación distanciada, una crítica social inconfesa. Aunque Albert Nobss quiere sustraer su naturaleza corporal de las garras de la cultura victoriana, nunca dominamos nuestra naturaleza por blindados que estemos. Una pulga –nada más natural- en el cuerpo de la disimuladora hace estallar la tragedia de ser descubierta. Si no fuera por un inoportuno insecto, hubiera mantenido su secreto como el tesoro que amasa escondido bajo la tarima suelta del hotel. Albert Nobbs es un rocambolesco homenaje al cine mudo: no habla, no se rebela, no se muestra, no se expresa salvo por un suceso desafortunado, después de todo, hilarante. Sublima la protesta con los sueños malogrados de montar un estanco y emplear a su inconfesable  amada.

Pese a que la atmósfera es kafkiana, Nobbs, metamorfoseada de Charlot, no tiene mordiente crítico. Parece que al propio Kafka le preguntaron si deseaba asistir a un ciclo estrenado en Praga sobre el maestro de Tiempos Modernos. Desechó acudir porque ya lo conocía como gran director y no le satisfacía del todo. El gran escritor checo creía que Chaplin era riguroso en su trabajo pero ya incapaz de bocado o dentellada alguna: era un fabricante de dentaduras postizas. Quizás a este personaje le suceda algo parecido: desconsuela, nunca subleva. Y,  sólo tras su muerte, aparece algún atisbo de solidaridad entre aquellas mujeres vejadas por la sociedad puritana. A pesar de todo, no se la pierdan.

 

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