La reforma laboral, Dios y el ratoncito Pérez

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Francisco Serra

A la hija de un profesor de Derecho Constitucional se le cayó el primer diente. Sabía por los “Cantajuegos” (que veía y escenificaba muchas noches antes de dormir) que traía regalos a los niños “buenos y obedientes”. Con gran “confianza”, lo colocó debajo de la almohada para que no se le olvidara a la hora de acostarse. Por la tarde, al volver del parque, le dijo al profesor: “Tengo que contarte algo importante”. El profesor temió alguna terrible confesión, como cuando le reveló que al jugar en el recreo al “asesino” (una versión actualizada de “policías y ladrones”) solía desempeñar el papel principal o que le gustaba agitar con un palo los arbustos para acabar con los bebés hiena que esperaban allí, agazapados, la llegada de  la noche (nunca, pensó el profesor, debió leerle el cuento de El Rey León que regalaron hace unos meses con un periódico nacional).

La niña le preguntó: “¿Crees en Dios”? El profesor, que nunca había tratado cuestiones religiosas con ella y se había asegurado de que estudiase en un colegio laico, intentó balbucear una respuesta evasiva, pero la niña prosiguió: “No mucho, ¿verdad? Pues hay que creer en Dios, antes lo llamábamos niño Jesús pero ahora lo llamamos Dios, ya está muerto, pero hay que creer mucho en él…”. El profesor, algo sorprendido, por la similitud de las ideas de su hija con los planteamientos de la moderna teología, apenas pudo esbozar una sonrisa. “Dios es buenísimo”, continuó la niña, “solo es malo con los monstruos, pero los monstruos no existen”.

De regreso en casa, el profesor ayudó a la niña a ducharse y le preparó la cena, mientras ella dibujaba y recortaba en su mesita. Antes de acostarse, después de darle un beso al profesor, le aseguró que iba a dormirse en seguida para que el ratoncito Pérez viniera pronto a traerle algún regalo. Algunas veces le costaba conciliar el sueño, le había explicado antes, porque “tengo todas esas cosas en mi cabeza, Dios, la Virgen María, los personajes de los cuentos, Caperucita, el Lobo feroz…”. Al cabo de unos minutos, el profesor comprobó que tenía una respiración regular, la arropó, colocando bien la almohada, y volvió al salón para escuchar algo distraído las noticias, nada buenas  (el déficit se había disparado en los últimos meses del año anterior), mientras meditaba sobre los sucesos del día.

En el cruel mundo de los niños, Dios y las criaturas imaginarias que hemos creado con nuestras narraciones ocupan un lugar semejante. En el banal mundo de los adultos vivimos, desencantados, practicando costumbres aprendidas y pensamos que estamos alejados de la credulidad de los pueblos primitivos, para los que “todo está lleno de dioses”, pero en el fondo siempre quedamos a la espera de un milagro, de un acontecimiento que altere el curso de las cosas y acabe con nuestros problemas.

Adormilado en el sofá, al profesor le llegaban, distantes, las voces de los ministros que seguían afirmando el compromiso de austeridad del Gobierno, al tiempo que alimentaban la secreta esperanza de que desde Bruselas se aceptara una rebaja de los objetivos fijados y que ahora parecían de imposible cumplimiento. En nuestro mundo sin dioses (aunque, sin duda, haya individuos que mantengan sus creencias religiosas) seguimos confiando en que al menos un demiurgo pueda intervenir en el ciego azar que rige nuestras vidas.  En realidad, el que controla nuestros destinos está más próximo al Dios del Antiguo Testamento que obligaba a Abraham a colocar a su amado hijo en el ara del sacrificio. La diferencia se encuentra en que Yahvé detuvo a tiempo la mano de su siervo, mientras que los “mercados” (lo más parecido a una divinidad en el presente, cuando se ha perdido el aura de lo sagrado) exigen la consumación.

Una reforma laboral muy agresiva y que tiene difícil acomodo en nuestro sistema constitucional, unos recortes tan exigentes que van a dejar sin contenido la propia definición de España como “Estado social y democrático de Derecho”, la utilización de procedimientos cada vez más alejados de la necesaria transparencia y que conducen a que nos enteremos del alcance real de las medidas a tomar cuando una cámara con la que nadie contaba (y no los debates en la “Cámara”, en el Parlamento, que era donde en tiempos se tomaban decisiones después de captar lo que consideraba la “opinión pública”) es la que nos revela el “lío” en que todos (y no solo el presidente del Gobierno) vivimos…. Ya no creemos que un dios pueda salvarnos, sino solo… el ratoncito Pérez que, a cambio de dejarle los dientes de leche de la antigua protección de los trabajadores (con la tal vez vana esperanza de que en ese hueco vaya creciendo una nueva ordenación laboral que genere una economía competitiva), nos traiga como regalo una suavización de los ajustes, más dolorosos aún de lo previsto, al entrar de nuevo en recesión.

A la misma hora en que Mariano Rajoy (“bueno y obediente”) palpaba quizás, aliviado, debajo de la almohada, la niña acudió corriendo a despertar al profesor, alborozada, porque el ratoncito Pérez le había dejado durante la noche una preciosa muñeca… made in China.

1 Comment
  1. José says

    La reforma laboral ha convertido a uno de los puntos fuertes de la Empres, los RRHH, en una gran amenaza para la misma. Como los RRHH no so propiedad de la empresa, estos con su bajo rendimiento y/o la mala calidad de sus productos, pueden hundirla cuando quieran. Si los despiden, ¿cuánto tardará la empresa por tener una plantilla capacitada para recuperar la rodución anteior a esta bomba de relojería que es la reforma laboral?

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