Margaret Thatcher: una biografía del poder

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Carlos García Valdés

Cubierta del libro. / aguilar.es

La presente obra de memorias de la ex-premier británica (Grantham, 1925), que acaba de aparecer en España (“Margaret Thatcher. Los años de Downing Street”. Aguilar, 2012), aunque en su versión en lengua inglesa es bastante anterior, no es un relato biográfico convencional y, más o menos, completo, pues únicamente se contrae, como indico en el enunciado, a los tiempos en que fue primera ministra (1979-1990), comenzando en ese momento y finalizando, con su dimisión, en el subsiguiente, cumplido el encargo de las urnas. No habla pues el texto de su peripecia vital, de sus años de estudio, de su carrera política, de sus amistades iniciales o perennes, que conforman cualquier vida, ni desde luego de los tiempos posteriores al cargo, limitándose estrictamente al extenso mandato. Esto es ya, en mi criterio, un inicial defecto de este importante libro que podía haber sido fácilmente subsanable por la autora, mas la premura de la protagonista en dar a conocer la motivación de sus actuaciones, parece que fue determinante a la hora de elegir el momento de su publicación, acotado a la elevada misión de la jefatura del gobierno sin adentrarse en otras esferas de su vida que, sin duda, hubieran interesado al lector. En este sentido, sin necesidad de otros ejemplos, recuerdo las autobiografías de otros presidentes o líderes, como Bill Clinton (Plaza y Janés, 2004) o de Tony Blair (La Esfera de los Libros, 2011) extensas y con un carácter de totalidad, no solamente referidas al ejercicio de sus respectivas y altas representaciones.

El libro de la Thatcher es amplio y detallista, diseccionando el periodo referido. Dividido en veintiocho capítulos, compendia en algo menos de ochocientas páginas, sin preciosismos y con escuetos giros literarios, su reconocida labor política. Es ciertamente clasificable, pienso, como un diario de campaña hilvanado, que se intuye ha ido redactando metódicamente a medida que pasaban los días, poniendo así en limpio las notas de cada jornada. Por eso se limita a esa etapa de gobierno y, por lo mismo, lo dio a la luz de seguido, a los escasos tres años de su renuncia, para que permaneciera fresca en el recuerdo ciudadano lo que consideraba su fundamental tarea, su legado, su valía y sus méritos.

Margaret Thatcher es una mujer esencialmente de partido; de ahí, su convencimiento, al ganar las primeras elecciones a James Callaghan, al decir con pretenciosa premura que ese había sido el último gobierno laborista hasta la fecha -lo que era incuestionable- y no acertar en modo alguno al añadir que “quizá sería el último de la historia” (pág. 18), lo cual era mucho predecir. Tal vez no contaba entonces en que su sucesor, John Major, no era desde luego ella, ni la fuerza arrebatadora con que irrumpió posteriormente Tony Blair. Su militancia en el partido conservador también se salpica a lo largo de toda la obra, participando, como máxima dirigente, en cuantas conferencias y congresos se produjeron, incluido el reunido en el hotel de Brighton, objetivo de un terrible atentado terrorista con diversos resultados letales y lesivos. Este suceso nos lo cuenta la Thatcher con frialdad, distancia y, lógicamente, sin olvido.

Que la autora era seca en el trato y firme en sus decisiones no ofrece duda. Respecto a lo primero, muy pocas veces en su texto se detiene en su percepción de los elevados personajes que le tocó tratar en su vida pública. No habla así de su subjetiva valoración o de sus concretas opiniones acerca de los mismos, siempre interesantes para el lector, pues a ellos nos acercan y pueden revelar un imprescindible punto de vista de un igual en la responsabilidad y en el deber, limitándose prácticamente solo a mencionarlos, sin perjuicio de mostrar sus simpatías e inclinaciones personales. Incluso su entusiasmo no es ciertamente indescriptible cuando se refiere a alguno de sus grandes ministros y es aquí, sin duda, donde más se vuelca, así cuando trata de Geoffrey Howe (Hacienda y Asuntos Exteriores) o de Douglas Hurd (Interior), aunque tampoco se excede. Del mismo modo, cuando menciona al que sería su sucesor en la jefatura del gabinete, Major, le tacha de modesto y poco experimentado, decidiendo destinarle a uno de los grandes ministerios estatales para que se fogueara, dudando desde un principio de su capacidad como líder (pág. 641). Y esa forma de ser se traduce también en su manera de actuar. Margaret Thatcher era dura y sin vacilaciones en el momento de los ceses y de ello existen abundantes pruebas en los renglones del libro, tal vez creyéndose su propia máxima de que ser primera ministra era una labor solitaria, no pudiéndose “dirigir desde la multitud” (pág. 35), lo que desemboca en decisiones raras veces comentadas y, desde luego, poco discutidas.

Los largos años de gobierno de la Thatcher se encuentran marcados por sucesos ciertamente tremendos, entre los que quiero mencionar el relato que la misma nos efectúa de dos ciertamente significativos de su empeño y de su carácter: las huelgas de hambre de los presos del IRA y la guerra de las Malvinas. Los atentados terroristas estaban a la orden del día. La premier se estrenó con el asesinato de Lord Mountbatten, miembro de la familia real y su etapa continúo sufriendo otras acciones criminales más numerosas y sangrientas.

Destaca en el relato el tema de las protestas de los reclusos, mediante la voluntaria privación de alimentos, para obtener un permanente estatuto penitenciario de internos políticos y por la radical supresión de los beneficios que hasta la fecha -1980 y desde el año 1972- disfrutaban, técnicamente clasificados, dentro del sistema inglés, como de categoría especial. Diez fueron los huelguistas muertos (pág. 750) al haber ordenado, previamente y sin empacho alguno, la primera ministra, como escribe textualmente, que “se suspendiera la alimentación a la fuerza, por considerarla una práctica degradante y peligrosa” (pág. 370). No puede ser este mi criterio, ni lo fue cuanto tuve la definitiva competencia en los establecimientos carcelarios españoles y esta situación se reproducía y amenazaba con reiterarse. Lo verdaderamente arriesgado, cruel e inhumano es dejar morir, impasible y sin actuar, al que tienes bajo tu responsabilidad, pues esa actuación está cubierta por el estado de necesidad (vida o integridad vs. vulneración de la voluntad) y la omisión es siempre delictiva por contraria al mandato legal. El Tribunal Constitucional español ratificó reiteradamente, como es sabido, en las situaciones álgidas de conflicto, esta opinión.

En cuanto a la guerra de las Malvinas (abril-junio de 1982), el libro nos narra, en dos sinceros capítulos, el VII y el VIII, la energía incuestionable de la primera ministra al respecto, así como los acontecimientos más relevantes de la campaña, comenzando por la ocupación del archipiélago por Argentina –“si se produce una invasión, tenemos que recuperarlas” (pág. 177)- continuando por las lamentables pérdidas en combate y finalizando con el triunfo final de Gran Bretaña.

Los años de la presidencia de Margaret Thatcher se encuentran también jalonados de otros importantes hechos para su país y para el resto del mundo. Entre los primeros, destaca la autora de estas memorias, por ejemplo, las reformas en la sanidad y la educación y entre los segundos, la ampliación de la Comunidad europea, la guerra de Irak, la desintegración del régimen comunista o la caída del muro de Berlín y consiguiente reunificación alemana. De todos fue protagonista implicada o testigo de excepción. En cuanto a sus relaciones internacionales, significa las que mantuvo ocasionalmente con los dirigentes mundiales del momento, por una u otra causa, y su unión beligerante con los Estados Unidos y su buena amistad con el presidente Reagan.

Sorprende asimismo la nula mención a sus contactos institucionales con la reina Isabel II. Tal parece que la soberana no existiera en su relato, excepto alguna limitada mención al discurso de la Corona inaugurando la legislatura, y es evidente que las relaciones tuvieron que ser, por imperativo legal, continuadas y llenas de importancia. Otra cosa es que chocaran ambos caracteres, lo que tampoco sabemos pero intuimos.

El libro finaliza con una cronología de los sucesos más determinantes del mandato y con una relación de los distintos gabinetes, que visualizan los cambios en su política y su personalismo en la forma de gobernar.

Me ratifico en lo dicho al comienzo. El texto de la Thatcher es una aportación que, en todo caso, debía realizarse y se recibe con satisfacción, pues su visión desde dentro nos proporciona una incuestionable referencia del amplio y trascendente momento histórico que abarca y, claro es, por la propia relevancia del personaje. Otro tema es que, como toda confesión pública e íntima a la vez, se compadezca con lo que esperábamos de ella. Pero el enfoque dado es privilegio del autor y en él no podemos entrar. Al igual que pertenece a nuestra apreciación el echar en falta otra manera de afrontar la narración, más cercana, menos pegada a los hechos, sin ni siquiera plantearse una posible interpretación discrepante. Mas ello es característica de una dirigente que, en el fondo, según su confesión, le bastaba gobernar con “seis hombres fuertes y leales” (pág. 148), seis ministros, que rara vez llegó a tenerlos, lo cual dice mucho de su modo de hacer lo que, indudablemente, se refleja en el desenvolvimiento diario de su acción gubernamental y en la manera de escribirla y contárnosla.

4 Comments
  1. (ROLANDO) says

    Buenas noches quisiera, comprar este libro en Venezuela, pero no lo consigo, podrian decirme como comprarlo o conseguirlo en mi país. Gracias

  2. Iberlibro says

    Rolando, tienes un buscador llamado Iberlibro que te lo vende (varias liberias españolas te lo ofertan) con pocos gastos de envío. Prueba. Saludos desde España.

  3. Mary Dowson says

    Estas personalidades fuertes, como Tatcher, han contribuido a vaciar de educación democrática a las naciones. Y así en Inglaterra. Quiero saber si la autora silencia o dice algo de su relación amistosa con Pinochet. Gracias García

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