La generación del rescate…., digo «tomate»

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Francisco Serra

Un profesor de Derecho Constitucional salió de la Facultad y en el autobús de regreso a Madrid se encontró con el que había sido uno de sus mejores estudiantes y que ahora estaba a punto de terminar la Licenciatura. Algo mayor que la media, había concluido primero sus estudios de Historia y ya había empezado a trabajar en una Academia, pero el  sueldo del último mes, contaba, aún no se lo habían pagado, porque  el equipo directivo decía que tenía problemas con los bancos. Estaba pensando en irse al extranjero ante la falta de expectativas que se le ofrecían, sobre todo a raíz de “lo del sábado”. “Somos la generación del rescate…bueno, tomate”, comentó con una sonrisa, aludiendo al título del artículo de la revista Time (“Tú dices tomate, yo digo rescate: de cómo España aceptó ser rescatada”) que se burlaba de los eufemismos empleados por el Gobierno para negar la intervención de nuestra economía por las autoridades europeas.

Horas antes, el profesor, mientras contemplaba a sus alumnos realizando el examen (que aunque ya no tenía la relevancia de antes había sido imposible eliminar por completo), reflexionaba sobre el incierto destino que les aguardaba: algunos de ellos habían comentado que quizás el año próximo no pudieran continuar sus estudios por la subida de las tasas universitarias o por circunstancias familiares (uno de ellos había revelado un día en clase que a su padre –como a muchos otros españoles, pensó el profesor- lo habían despedido al día siguiente de aprobarse la reforma laboral). Pero incluso los que acabaran la carrera en los años siguientes era dudoso que encontraran un trabajo acorde con sus capacidades. La generación de los que hoy tienen entre veinte y treinta años no es solo una “generación perdida”, como se ha dicho, sino también una generación condenada al olvido, porque la mención del hecho determinante de su triste situación, el “rescate”, se pretende (y probablemente también se intentará en el futuro) eludir por todos los medios: será una “generación olvidada”.

La mayoría de los españoles hemos atravesado durante los últimos años las mismas fases del proceso que nos ha llevado al momento presente: desasosiego (al advertir cómo nuestros vecinos veían intervenida su economía), desánimo (ante la ineficacia de las medidas tomadas por los sucesivos Gobiernos para remediar el deterioro de las cuentas públicas) y, por último,…”tomate”, cuando se ha producido el temido rescate. En la comida, los colegas del profesor (que, encima, tenían sus ahorros depositados en Bankia) habían comentado que, tras la nueva bajada del sueldo de los funcionarios madrileños aprobada por el gobierno de Esperanza Aguirre, habían perdido en dos años más de un veinte por ciento de poder adquisitivo. “No hay quien pueda trabajar con este desánimo”, había concluido el que casi siempre solía ser más optimista.

El profesor, después de dejar a su también algo abatido discípulo, se metió en el metro y empezó a darle vueltas al problema de las generaciones. En España habían irrumpido en la vida pública, desde la muerte de Franco, la “generación de la transición”, la “generación de la movida”, la “generación del boom” y ahora esta incierta generación del rescate, digo, “tomate”, que parecía condenada antes incluso de haber podido terminar su período de preparación.

El profesor recordaba haber leído en la obra de Ortega y Gasset que la más plena realidad histórica era llevada a cabo en cada momento por hombres que están en dos etapas distintas de la vida, cada una de quince años: de treinta a cuarenta y cinco, etapa de gestación o creación y polémica; de cuarenta y cinco a sesenta, etapa de predominio y mando. El profesor tenía una relación ambivalente con la figura del ilustre filósofo, porque llevaba leyéndolo toda la vida (incluso antes, como luego se dirá) y sus sentimientos hacia él oscilaban entre el amor y el odio. Decía Hobbes que su nacimiento se había visto adelantado por el temor que a su madre le había producido la noticia de que se aproximaba la mal llamada “Armada Invencible” y por eso, de forma prematura, había dado a luz dos gemelos: el miedo y él, por lo que bien podía ser calificado como el “hermano del miedo”. Por el contrario, el profesor había dado indicios de estar dispuesto a venir al mundo y, en consecuencia, su madre había sido instalada con urgencia en una habitación del hospital esperando que se produjera en breve el feliz acontecimiento, pero ella había aprovechado ese cómodo reposo para leer a Ortega y tanto deleite debió sentir el nasciturus que retrasó su nacimiento hasta que la prolongada tardanza hizo temer una operación que acelerara el proceso.

En España, desde la muerte del dictador, se había preferido elegir líderes que estuvieran en la cuarentena (con la excepción del breve período del muy poco “líder”, en cualquier caso,  Leopoldo Calvo-Sotelo), como dándole la razón a Ortega (aunque en otros países lo habitual es elegir a políticos de mayor edad), pero en las últimas elecciones los partidos mayoritarios habían presentado a dos candidatos algo mayores, próximos a la sesentena (como Rajoy) o que la habían rebasado (como Rubalcaba). Con todo, el filósofo no dejaba de precisar que en ocasiones se recurre a los miembros de generaciones anteriores, precisamente porque ya no viven en el centro de esa vida, están fuera de ella, son “supervivientes” y actúan como tales.

Tanto el líder del Partido Popular como el del PSOE son “supervivientes” y el pueblo español los ha votado pensando, tal vez, que nos permitirían “sobrevivir” a los peligros del presente, pero los últimos acontecimientos han puesto de manifiesto la posibilidad de que se produzca, en breve,  un relevo generacional:  los mercados piensan que hemos vivido-sobre nuestras posibilidades y no quieren sobre-vivientes sino jerarcas (quizás en este caso mujeres, pues vivimos en tiempos muy distintos a los de Ortega) que nos inciten a vivir-por debajo de nuestras capacidades, en un “subempleo”, y también, por debajo de nuestras necesidades, “subsistiendo”, pero “sin subsidios”.

La generación del rescate, digo, “tomate” sería en la que esa forma de degradación de la existencia se cumpliría por completo, resignada a convertirse en máxima expresión de la “sociedad de la basura” a la que estamos abocados, aunque no  hay que descartar que las tensiones provocadas por  ese deterioro de las condiciones de vida pueden llevar a que toda España sea escenario de una gigantesca “tomatina”. Al fin y al cabo, concluyó el profesor, recordando una copla andaluza que citaba Luis Carandell en el prólogo a un libro del inolvidable Jaume Perich (Autopista) -que sigue siendo tan actual como cuando apareció, a comienzos de los setent-, “qué culpa tiene el tomate, que está tranquilo en su mata…” y, más tarde, ya en casa, encontró en youtube un video de Quilapayún en que se musicaba esa letra y se continuaba así:

quiera  el dios del cielo,

que la tortilla se vuelva,

que los pobres coman pan

y los ricos…

4 Comments
  1. Susana says

    No sé cómo Rajoy dijo tomate en vez de pepino. Su equivocación nos lleva a la sospecha de que «aquí hay tomate» (nos está dando gato por liebre) en vez de a la evasión del «me importa un pepino». Con el pepino, ya estaría en otra cosa mariposa. ¿Por qué no estaré yo ya en la RAE?

  2. Gertes says

    jajajaja, muy bueno, Susana

  3. Borja says

    Acabo de presentar la tesis en biología molecular y me voy de reponedor a Mercadona con suerte. A lo mejor hago avances con las etiquetas del «tomate» (frito, triturado, sin sal, con azucar,…)

  4. Ahmed Despino says

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