La posibilidad de un referéndum

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Francisco Serra

Los secretarios generales de UGT, Cándido Méndez (izda.), y CCOO, José Ignacio Fernández Toxo, en la rueda de prensa del pasado 6 de junio en la que insistieron en la necesidad de convocar un referéndum. / Efe

Un profesor de Derecho Constitucional, al término de su veraneo en un pueblo de Galicia, salió a dar un paseo la noche antes de volver a Madrid y le pareció ver avanzar entre las sombras una lúgubre procesión de blanquecinas figuras que brillaban en la oscuridad. Había oído hablar de la Santa Compaña, cortejo de ánimas en pena que deambulan en la proximidad de los cementerios, conducidas por un vivo que porta una vela y está condenado a guiar la comitiva, cada vez más pálido y enflaquecido, hasta encontrar a algún incauto al que cederle el cirio; y, como buen racionalista, el profesor sabía que la mejor forma de enfrentarse con lo sobrenatural es emprender la huida y salió corriendo a buscar refugio en la casa de la que tan plácidamente había disfrutado durante las vacaciones.

Al día siguiente, de regreso en la capital, leyó en los periódicos, algo extrañado, el debate a que había dado lugar la propuesta de los sindicatos de reunir firmas para forzar la celebración de un referéndum que permitiera a los ciudadanos expresar su conformidad o no con los recortes que el gobierno del Partido Popular había venido imponiendo por Decreto-Ley (y convalidando después en el Parlamento, sin mayores problemas, al contar con una abrumadora mayoría absoluta).

La propuesta de la celebración de un referéndum se juzgaba por los avezados comentaristas políticos como extemporánea, incluso “estrafalaria”, al derivarse de una concepción de la democracia, imposible en los Estados actuales, tan extensos y con tantos habitantes que solo permiten la participación de los ciudadanos de forma directa en los asuntos políticos en circunstancias excepcionales. La democracia que establecen las Constituciones actuales es, ante todo, representativa, argumentaban. No parecían recordar, en ese momento, que en la feraz y tan poblada California no hace muchos años un famoso forzudo accedió, por un referéndum revocatorio, al cargo de gobernador.

Ese procedimiento, que permite al pueblo liberarse de un dirigente que no ha respondido a las expectativas de los que antes lo habían elegido, permanece vigente en bastantes Estados norteamericanos, aunque haya prosperado en muy pocas ocasiones. La Constitución española no contempla esa posibilidad, pero reconoce el derecho de los ciudadanos a “participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes”. Las dos formas de democracia, directa y representativa, aparecen mencionadas en esa afirmación genérica. Ya antes también se había señalado que corresponde a los poderes públicos “facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”. Esa exigencia de una “democracia participativa”, planteada en el texto constitucional, nunca ha sido tomada en serio por ninguno de los partidos políticos mayoritarios, tal vez temerosos de perder su predominio en la esfera pública.

Es cierto, pensó el profesor, que no existe en España la posibilidad de forzar la celebración de un referéndum revocatorio de los dirigentes políticos, pero eso no debe ser visto como una virtud sino como una carencia, que en su momento podría haberse cubierto. El profundo desapego de amplios sectores de la población respecto a la democracia establecida (del que el movimiento del 15-M constituye una buena muestra) deriva de la falta de imaginación de los líderes políticos, incapaces de inventar nuevas formas de intervención de los ciudadanos en la toma de decisiones. El pueblo español ya no cree que sea libre porque cada cuatro años puede elegir a sus representantes y acude cada vez con más desgana a depositar su voto.

La democracia, meditó el profesor, al salir de su casa para hacer la compra, debe estar avanzando y cambiando siempre para no quedar privada de sentido. La democracia representativa solo tiene valor cuando se complementa con el recurso, siempre que sea necesario, a la democracia directa, incluso aunque el referéndum tenga solo carácter consultivo y el resultado no sea vinculante. François Mauriac decía que amaba tanto a Alemania que prefería que hubiera dos (en la época de la guerra fría) y George Soros, en una entrevista reciente, venía a afirmar que amaba tanto al euro que prefería que hubiera dos (un euro alemán y un euro latino). El profesor amaba tanto a la democracia que también prefería que hubiera dos: la directa y la representativa. La verdadera democracia no puede ser solo representativa, sino que también tiene que permitir, con mayor frecuencia en tiempos de crisis, la consulta directa a los ciudadanos.

A los españoles, seguía cavilando el profesor, mientras salía del supermercado (después de comprobar la escandalosa medida en que el alza del IVA había servido de justificación para la subida de algunos productos), apenas nos han consultado sin la mediación de los partidos políticos. No hemos podido expresar nuestro parecer ni sobre la forma de Estado ni sobre el modelo de organización territorial, que son momentos fundacionales que están en el origen de la Constitución actual; hemos tenido que ratificar en bloque el conjunto del texto, demasiado ligado a circunstancias históricas concretas.

El profesor estaba convencido, en todo caso, de que esa propuesta de referéndum, por muchas firmas que se recogieran, no saldría adelante, aunque sin duda se daban las circunstancias excepcionales que justificarían su convocatoria, porque nunca hasta ahora en España, en los últimos tiempos, un gobierno había incumplido de forma tan flagrante, al poco tiempo de celebrarse las votaciones, su programa electoral. Si la gravedad de la crisis económica ha obligado al Presidente del Gobierno a incumplir sus propuestas es porque estamos en una situación excepcional y debe buscar una aprobación de su nueva política, sobre la que los ciudadanos no han podido pronunciarse, convocando nuevas elecciones, que revaliden su legitimidad o propiciando una consulta directa al pueblo español.

De todas formas, concluyó el profesor, empujando el carrito de la compra, menos cargado que en otras ocasiones, si el resultado del referéndum no fuera favorable a la política propuesta por el Gobierno (y que cuenta con la anuencia de la Unión Europea), seguro que no se tendría en cuenta o se obligaría a repetirlo. Las elecciones en los Estados miembros de la Unión Europea hoy sirven de poco, como se ha visto en Grecia, donde llevan años votando una y otra vez, porque hay una única política que se considera posible por los jerarcas europeos: si el pueblo se “equivoca”, se hace caso omiso y se le fuerza a dar su aquiescencia, del modo que sea. La soberanía nacional que “reside en el pueblo español”, como dice la Constitución, ha cambiado su lugar de “residencia” y ahora no se sabe muy bien por donde vaga, si por Bruselas (el “pueblo europeo” no parece que exista en este momento), por Berlín o por los evanescentes mercados.

Por azar, los únicos que tienen la opción de expresar de forma clara, y en breve plazo, su rechazo a la política del Gobierno son los electores gallegos y vascos, que a finales de octubre pueden participar en las elecciones autonómicas; de ahí que esos comicios se hayan convertido en una especie de referéndum encubierto. Un par de días antes de volver a Madrid, el profesor había acudido a la peluquería en la que todos los veranos le cortaban el pelo y le recortaban la barba. El dueño del establecimiento, casi siempre poco locuaz (aunque alguna vez le había comentado al profesor su parecido con el actor Robin Williams), esta vez fue muy expresivo: “Le van a dar un buen palo al Pepé. Rajoy sí que nos ha tomado el pelo”.

Los Estados periféricos del sur de Europa nos hemos convertido, concluyó el profesor, abriendo la puerta de su casa, en una especie de Santa Compaña que peregrina perpetuamente en busca de dinero y el hábil Monti (cuyo aspecto mejora de día en día) consiguió cederle la vela a un Rajoy, cada vez más pálido y enflaquecido, para forzarlo a guiar a la fúnebre cofradía. Cuenta la leyenda que al año, más o menos, el vivo que alumbra a la hermandad muere extenuado. Ya solo se trata de cuestión de tiempo que España se sume a los países rescatados, almas en pena sin un hálito de vida, sin “soberanía”.

5 Comments
  1. billyholvak says

    De acuerdo sr Serra.Que la Santa Compaña, cambie su designio.
    Y a formar un nuevo partido con ideas del siglo XX!: Y un ajuste total de la economía europea y USA, desde la 2 guerra mundial creció y hoy con la globalización, ya no puede más.Devaluación total y que todos los productos lleven su justo precio.No lamentemos cuando estos huyan de su responsabilidad.

  2. Susana says

    Somos almas en pena pero con necesidades corporales urgentes que ni se colman ni se atienden un poco: hambre, inasistencia social, precariedad laboral, enseñanza débil, desatención médica y «tutti quanti». Ojalá sólo tuvieramos alma

  3. Borja says

    Profesor esa buena cabeza que tiene usted merece un buen barbero-peluquero y un buen escultor que le cincele un busto de piedra para la posterioridad. Su reflexión me ha gustado mucho

  4. Ivan says

    Si existiese la posibilidad de referendum ya se habría utilizado con las políticas de Zapatero, evitando males mayores como con los que nos encontramos ahora. Ahora sólo nos queda pensar que quizás algún político vea por encima de la imagen del país y las promesas del pago de la deuda el bienestar de una población que cada vez ve un futuro más negro. 1saludo.

  5. Indalecio says

    El referendum puede ser un instrumento necesario pero no suficiente de la democracia. Ayuda mucho pero no sustituye a la representación. En todo caso, recordemos…»Gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo» (no es Marx, es Abraham Lincoln)

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