La ‘insoportable’ falta de liderazgo en la vida pública española

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 Francisco Serra

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. / lamoncloa.gob.es

Un profesor de Derecho Constitucional regresó de un viaje al extranjero (de participar, en Uberlândia, en Brasil, en un Congreso sobre la obra de Carl Schmitt) y, además de padecer la habitual “rebelión de los objetos”, que siempre se produce cuando se retorna al hogar, se sorprendió del ritmo lento con que se desarrollaba la vida en Madrid. A la hora en la que tenía por costumbre acudir a su trabajo, en circunstancias normales, el metro solía estar atestado, mientras ahora el viajero podía incluso encontrar asiento. Por la noche, de vuelta a casa, los bares parecían vacíos y la ciudad daba la impresión de encontrarse semidesierta.

A la depresión económica ha venido a sumarse, en los últimos tiempos, la depresión psicológica y el pulso de la ciudad, como el de toda la nación, late más débil. Menos gente trabaja y los comercios apenas tienen clientes. España está casi paralizada y, por extraño que parezca, solo si tiene éxito la huelga general del próximo 14-N será posible que las fuerzas de la sociedad española se “movilicen”, se pongan en marcha.

Al profesor le daba la impresión de que el país iba a la deriva y de que los que podían emprendían la huida para evadirse, aunque fuera por unos días, de las “penas” de la patria: a participar en una cacería, a ver un partido de fútbol, a asistir a una carrera de caballos, a solazarse en un lujoso hotel…, incluso a intervenir en un Congreso (como él mismo).

En la época de la democracia de masas, los pueblos tienen la tendencia a imitar la actitud de sus líderes, y así ha sucedido en España desde la muerte de Franco: en tiempos de Adolfo Suárez todos cenábamos una tortillita francesa, del mismo modo que en el breve mandato de Leopoldo Calvo-Sotelo intentamos, la mayoría sin éxito, tocar el piano. Casi supuso una liberación que llegara al poder Felipe González y nos afanáramos por montar nuestra propia “bodeguilla” y, aunque con cierta renuencia, en la época de Aznar nos sorprendimos poniendo los pies sobre la mesa y hablando en tejano. En los años de Zapatero nos pusimos a correr y hemos llegado al momento presente agotados, resoplando sin cesar… hasta que al final nos hemos parado.

El agravamiento de la crisis económica e institucional nos ha pillado a todos detenidos en medio del camino, como Rajoy, que no se sabe si va a subir o bajar por la escalera, si nos va a alzar hacia los puestos de cabeza de la Unión Europea o nos va a empujar hacia el abismo de la depauperación continua, si va a pedir el rescate o a intentar convencernos de que somos nosotros los que rescatamos a los demás.

Un líder, mal que nos pese, marca el “tono vital” de una circunstancia histórica, de una etapa en la vida de un país. En el mundo actual, sin embargo, al ocaso de los dioses y los héroes se suma el fin del liderazgo tradicional (como ya ha señalado en este blog mi amigo Julián Sauquillo) y nuestros reyes, nuestros presidentes del Gobierno, nuestros intelectuales, nuestros alcaldes…resultan tener las mismas debilidades que nosotros mismos, no podemos encontrar refugio en ellos y por eso nos sentimos desorientados, sin saber qué hacer. A la democracia de masas ha sucedido la muchedumbre solitaria aún no transformada por completo en multitud organizada y dispuesta a intervenir en la vida pública.

Mientras el Presidente del Gobierno parece disfrutar manteniendo la incertidumbre sobre la decisión que va a adoptar (y sin tener la menor intención, por supuesto, de someterla a debate en el Parlamento o consultar a la opinión pública), el Presidente de la Generalitat, Artur Mas, ha decidido encubrir las medidas económicas “excepcionales” que ha tomado con sus exigencias de independencia. Para alcanzar “estructuras de Estado” ha convocado elecciones anticipadas y demanda una “mayoría excepcional”, convirtiendo la “emergencia económica” en “emergencia política” y afirmando que el pueblo catalán decidirá, “de forma soberana”, su propio destino, sin la intervención de las Cortes Generales ni del Tribunal Constitucional.

El profesor, unos días después de su llegada a España, se había encontrado con un breve artículo de periódico (firmado con un seudónimo atribuido a un jurista y político con larga trayectoria desde la Transición) en el que se venía a decir que había que “olvidar a Schmitt”, así como a otros autores europeos, que tan solo pretendían describir el sombrío carácter de la política, al tiempo que se ensalzaba la democracia norteamericana; el autor del texto parecía olvidar la extremada polarización ideológica que se está produciendo en la vida pública estadounidense y la descarnada sabiduría de esos teóricos, nada ejemplares en su propia actuación, pero bastante fidedignos en su caracterización de la realidad.

Aplicando, a su manera, las ideas de Schmitt, el presidente de la Generalitat pretende oponer una cierta forma de “democracia plebiscitaria” a la “democracia representativa” y justificar, por medio de esa “mayoría excepcional”, la proclamación de la independencia del pueblo catalán, pues es bien sabido, como afirma aquel autor, que el “soberano es quien decide sobre el estado de excepción”.

Por fortuna, al abrir la puerta de su casa, el profesor se encontró con que su hija corría a abrazarlo, ni con el ritmo lento que veía en las calles ni con la aceleración ficticia que se estaba imprimiendo a la política catalana por consideraciones oportunistas, sino con la feliz normalidad de los sentimientos, propia de la hermosa, aunque a veces cruel, niñez.

2 Comments
  1. Nesty says

    Un gobierno incapaz de cuidar a los ancianos, de proveer trabajo para los fuertes y los voluntariosos, que permite que la Sombra negra de la inseguridad planee sobre cada hogar, no es un Gobierno que debería de perdurar ( F.D. Roosevelt)

  2. Bertenebros says

    Si en el Parlamento no se debate y sólo hay bronca, hay que mejorar mucho la discusión política que esperamos de un ligar tan importante. Rajoy tiene que aparecer y explicarse con frecuencia

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