La agonía, en el sentido etimológico, que viene protagonizando el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, contra el cáncer que le aqueja desde el pasado 2011, y su posible desenlace fatal, pone en entredicho, más que probablemente, la continuidad de la llamada revolución bolivariana y su anexo o consecuencia bastante inverosímiles del también sedicente socialismo del siglo XXI. Pero ¿qué significan estos dos términos rimbombantes en rigor y, sobre todo, con respecto a la verdadera realidad iberoamericana? Desde mi punto de vista, nada que no sea instrumento de demagogia inducido y directamente asesorado por la dictadura cubana de los hermanos Castro; humo de camuflaje, abono para el caudillaje de un bufón golpista que realimenta las negras páginas de una América Hispánica incapaz de sacudirse esta lacra en los dos últimos siglos. Porque, en efecto, la figura del tirano, del caudillo, se relanza de manera inagotada hasta la fecha desde las sangrientas guerras civiles de emancipación e independencia hispanoamericanas; pues eso y no otra fueron: guerras civiles terroríficas de las que salió el más grande de los caudillos americanos, el “Libertador” Bolívar, al que no le faltó agudeza y grandeza para resumir en 1830, a modo de balance, el resultado de tanta devastación con un futuro tan ominoso: “La situación de (Hispano) América es tan singular y tan horrible, que no es posible que ningún hombre se lisonjee conservar el orden largo tiempo, ni siquiera una ciudad (…). Nunca se vio un cuadro tan espantoso como el que ofrece (hispano) América, y más para el futuro que para lo presente, porque ¿dónde se ha imaginado nadie que un mundo entero cayera en frenesí y devorase su propia raza como antropófagos? (…). Esto es único en los anales de los crímenes y lo que es peor, irremediable”.
Empezando por el nombre (Latinoamérica es un invento francés usado por primera vez en el reinado de Napoleón III para erradicar el nombre de Hispanoamérica, con motivo de la entronización como emperador en México de Maximiliano de Habsburgo, término aquél consolidado a lo largo del siglo XX, gracias a los movimientos marxistas revolucionarios) la realidad histórica y presente de Hispanoamérica o Iberoamérica (palabras estrictamente sinónimas) es la historia en buena medida de un burda pero entusiasta y ofuscada manipulación. El estudio esclarecedor, brillante y objetivo que inauguró el viaje de Alejandro de Humboldt por la América Hispánica a comienzos del siglo XIX, así como las fuentes más rigurosas de la conquista y colonización americana de castellanos y portugueses a lo largo de más de tres siglos, sucumbieron y fueron sustituidos a lo largo del siglo XX por la especie imperante de una realidad imaginada que nutrieron dos grandes mitos: el buen salvaje y el buen revolucionario, con el telón de fondo de un siniestro imperialismo español primero, relevado finalmente por otro no menos implacable que inaugurarían los EEUU con la guerra de depredación de México (1846), luego de la declaración de la “doctrina Monroe” (1823), pero sobre todo tras el “corolario de Roosevelt” (1904) a aquella doctrina, que hacía explícita la advertencia a las potencias europeas del monopolio de intervención en todo el suelo del continente americano, considerado como zona exclusiva de seguridad. Tras darle la puntilla al imperio español en 1898, América entera -ahora sí- se convirtió en tierra tutelada por los EEUU: “Una mala conducta crónica, o ausencia de orden -declaró Theodore Roosevelt- suele causar la intervención de los Estados civilizados. En el hemisferio occidental, nuestra adhesión a la doctrina de Monroe podría obligarnos, contra nuestras inclinaciones, en casos flagrantes de tal mala conducta o de impotencia (de los gobiernos) al ejercicio de un poder policial internacional”.
Con estos y otros muchos mimbres, únicamente comprensibles en la trama compleja de una existencia donde los pobladores de Iberoamérica dejaron su indudable rastro, las visiones indigenistas y revolucionarias habían conseguido a mediados del siglo XX y, sobre todo, en las décadas de los sesenta y setenta, relacionar directamente como causa de debilidad, postración y fracaso de los países centro y sudamericanos a los imperialismos español y norteamericano, que habrían arrasado las riquezas, la bondad natural y excelencia de unos pueblos que, al cabo de los siglos, sin que hubiese ocurrido nada en el ínterin, se cobraban mediante la revolución marxista la justa venganza, restituyendo una línea de continuidad natural tanto tiempo cortada y sin responsabilidad alguna de sus poblaciones. Semejante patraña es la que ha resucitado, grosso modo, el abufonado Hugo Chávez y extendido como corifeo a lo que Vargas Llosa denominó muy propiamente “democracias payasas” (Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua, o la, en clave argentina, histérica Cristina Fernández…), regímenes que, lejos de defender la democracia representativa y la sociedad abierta occidental, a la que pertenecen y de la que son esencial hechura, alimentan, para desesperanza de la razón y el deseable futuro, la peor y más desgraciada tradición iberoamericana: el particularismo hispánico, el desentendimiento, la desintegración; la corrupción, el caudillaje, la barbarie, la violencia, la injusticia, el fracaso.
En plena efervescencia de simplificación y esquematismo izquierdista, en 1976, el venezolano Carlos Rangel publicó uno de esos libros que siguen alumbrando la más que probable y verdadera realidad histórica y contemporánea de la América Hispánica: Del buen salvaje al buen revolucionario. Mitos y realidades de América Latina. En él leímos algunos, por primera vez, las claves de interpretación de tanta falacia y leyenda idiotizante, empezando por el “testamento” del propio Bolívar (1830), al que los propios devotos chavistas ni siquiera han tropezado: “He mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1) la América (Hispánica) es ingobernable para nosotros; 2) el que sirve una revolución ara en el mar; 3) la única cosa que se puede hacer en América (Hispánica) es emigrar; 4) este país (la Gran Colombia, luego fragmentada entre Colombia, Venezuela y Ecuador) caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; 5) devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; 6) si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América (Hispánica)”.
Algo que añadir sobre Bolívar, más allá de su historia … http://entretierras.net/2012/09/28/prefieren-no-mirar/