La dimisión engrandece a Ratzinger

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Javier López Facal *

Probablemente existe una opinión  mayoritaria entre los católicos de que el papa más querido de los últimos tiempos fue Juan XXIII y el más popular, Juan Pablo II, aquel crack mediático tan difícilmente superable.

Joseph Ratzinger ni ha sido tan querido como “il papa buono”, ni tan popular como el telegénico papa polaco, y tampoco deja un corpus doctrinal de encíclicas  importantes, como las del dubitativo y poco simpático Pablo VI.

El papa alemán no solo ha tenido un pontificado más bien modesto, sino que ha incurrido en clamorosos errores, impropios de quien pasaba por ser un destacado teólogo e intelectual: traer a colación a estas alturas una cita contra los musulmanes, elementalmente tópica y racista, sacada nada menos que de Manuel II Paleólogo, un emperador bizantino del siglo XV que estaba asustado por el avance de los turcos por sus dominios  del Peloponeso, Tesalia y Anatolia, no me negarán ustedes que resultó muy desafortunado y, a partir de ese discurso en Ratisbona pronunciado al comienzo de su pontificado, ya no pudo superar los recelos de los también muy numerosos fieles del Islam; ir a África, el continente más cruelmente afectado por el sida y sostener in situ que el preservativo no solo no protege, sino que contribuye a propagar esta pandemia, no parece ni científicamente razonable, ni políticamente adecuado, ni tampoco congruente con el Sermón de la montaña.

Se esperaba de él, por otra parte, que su experiencia previa como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es decir, como Gran Inquisidor de la Iglesia, le hubiese otorgado la autoridad para hacer entrar en vereda a los indisciplinados miembros de la curia, pero ni siquiera fue capaz de controlar a su joven mayordomo particular, Paolo Gabriele, “il mio Paoletto”, en palabras de su rendida y enamorada esposa.

Corría pues el riesgo de que su pontificado quedase para la historia como uno de los más anodinos e intrascendentes, pero a última hora ha tenido la lucidez y la valentía de presentar la dimisión y ese simple hecho lo ha engrandecido como persona y le ha dado una nueva perspectiva a su figura y a su reinado.

Los españoles deberíamos  reconocer con admiración y muertos de envidia la facilidad dimisionaria que muestran los líderes alemanes, desde el admirado Willy Brandt, a aquel atractivo y glamoroso Ministro de Defensa Karl Theodor von und zu (nada menos) Guttenberg, pasando por el oscuro presidente de la República Christian Wulff, o la escasamente brillante ministra de Educación y Ciencia, Annette Schavan.

Quizá esa agilidad dimisionaria de sus conciudadanos se haya manifestado también en Joseph Ratzinger; quizá se haya sentido desbordado por los acontecimientos e incapaz de enfrentarse a los jabalíes que estaban destrozando la viña del Señor y que no procedían de extramuros, sino que se criaban en la propia curia; quizá quiso vengarse  de quienes estaban boicoteando sus tímidas medidas de aggiornamento y de limpieza; quizá el Espíritu Santo le retiró la gracia que le había otorgado en la cuarta votación del cónclave en el que fue elegido; vaya usted a saber.

Lo que sí es claro es que su gesto lo ha situado ya en un lugar destacado de la historia del papado, y lo ha engrandecido como persona.

Por mi parte, le deseo  unos largos y plácidos años   a partir de ahora, en los que pueda disfrutar del estudio, la meditación, la oración y la interpretación de algunos conciertos para piano de Mozart, de los que es tan aficionado.

(*) Javier López Facal (Toba, A Coruña, 1944). Filólogo y profesor de Investigación del CSIC. Su última obra publicada es El declive del imperio vaticano (La Catarata, 2013).
2 Comments
  1. Y más says

    A vivir, que son dos días. Comparto con usted la envidia de los dimisionarios germanos, vive Dios.

  2. María Eulalia Galvez Morales says

    Breve exposición, pero acertada, de los hechos de este papa dimisionario.

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