Venezuela sin Chávez: política por carisma

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Juan Carlos Monedero *

Chávez bajo la lluvia en el cierre de las elecciones presidenciales de diciembre de 2012. ¿Qué hacía ese hombre, recuperado de  los primeros embates del cáncer, forzando la máquina hasta la extenuación? ¿Morir con las botas puestas? ¿Marcar una senda de esfuerzo que deberían seguir todos y cada uno de los venezolanos? ¿Hacer del exceso un mandato que el pueblo debía leer como una gramática de lo que se esperaba de ellos? Chávez, como en tantas otras veces, parecía, ungido por la historia con un papel grande como el que tuvo Bolívar, haber pensado más en Venezuela que en su suerte personal. Porque la revolución estaba muy ligada a su persona. Porque si le correspondía a él y sólo a él ganar las elecciones para que el proceso continuara, el exceso del sacrificio alimentaría, en última instancia, la mística personal que necesitan los procesos revolucionarios. Él dejaba sembrado el campo. Le correspondería al pueblo de Venezuela, dirigido por Nicolás Maduro, hacer la cosecha.

Hay decisiones, es indudable, que podrían haber encontrado más fluidez con mayores plazos. ¿Pudo Venezuela haber pensado antes en los asuntos de la sucesión? Cierto es que ajustar los resortes de un país que está en la mira de los Estados Unidos no es tarea sencilla. Pero la misma fuerza de Chávez como líder no ayudó a construir más liderazgos capaces de enfrentar estas contingencias.

Hoy podemos pensar que hubiera sido bueno para la salud de Chávez un menor esfuerzo suyo en la campaña. Aunque cuando estás escribiendo la historia ¿importa la propia salud? El mensaje  de Chávez, acompañado de los rostros abatidos de su gobierno, propios de una última cena, tuvieron el efecto demoledor de quien piensa en términos de largos plazos. Chávez dijo, a quien quiso escuchar:

“Entro en la sala de operaciones pero no sé si saldré de ella. Quiero que el proceso hacia el socialismo siga su rumbo. Y la persona adecuada para lograrlo es Nicolás. Quiero que todo el pueblo, militares, partidos, consejos comunales, funcionarios, gobierno den un ejemplo de unidad en torno al Vicepresidente en caso de que haya elecciones y yo ya no esté. Voy a luchar por regresar, pero si no fuera el caso, tienen ustedes claro mi deseo”.

Corresponde al Tribunal Supremo decidir si Chávez estaba gobernando como electo aunque no se hubiera juramentado. Si así fuera, la sustitución del presidente le correspondería a Maduro como vicepresidente y habría 90 días de plazo mínimos. Si el Tribunal Supremo, por el contrario, entendiera que Chávez no se juramentó, la Presidencia pasaría a Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea, quien debiera convocar elecciones en 30 días. En cualquier caso, el nuevo líder es Maduro pues es la persona en quien Chávez depositó la continuidad del proceso bolivariano.

La figura del actual vicepresidente ha experimentado en los últimos años un enorme crecimiento político –como ha ocurrido con Evo Morales, con Rafael Correa o con Cristina Fernández-. En cualquier caso, los escenarios que podrían abrirse con la ausencia de Chávez del primer plano de la escena política le obligan a dilucidar algunos aspectos importantes que Chávez ha solventado con su enorme prestigio personal. El tiempo del carisma se termina; es tiempo de política.

En primer lugar, debe dejar claros los cauces por donde discurrirá la unión cívico-militar (que es un rasgo distintivo de la Venezuela bolivariana). A día de hoy, se ve un ejército profundamente comprometido con el ideario bolivariano y con la Constitución, lo cual es una garantía contra las tradicionales desestabilizaciones. La reciente expulsión del Agregado Naval norteamericano, acusado de estar sembrando disidencia en las fuerzas armadas, refuerza esta dirección.

En segundo lugar, sería importante una reconfiguración  del PSUV de manera que las diferentes sensibilidades que siempre existen en todo proyecto político –y que en ausencia de Chávez cobrarán fuerza– encuentren su espacio de expresión. Chávez, cuando salió de la cárcel en 1994, recorrió el país hablando con todos los sectores de la izquierda. Maduro no puede hoy, sin más, apelar a la unidad y la obediencia ciega. Si no entendiera que necesita redoblar los esfuerzos de diálogo, estaría abriendo la puerta del gobierno a la oposición.

En tercer lugar, hay que dedicar muchos esfuerzos a la puesta en marcha del nuevo plan socialista (con el que se ganaron las elecciones) dando prioridad a las exigencias populares, ahondando en la eficacia gubernamental y permitiendo que los problemas existentes encuentren espacios públicos de expresión para que se conviertan en formas populares de evaluación de las políticas públicas (ahí está una de las garantías de la unidad popular). Es aquí donde hay que entender el Estado comunal, con todas sus contradicciones y dificultades y con toda la esperanza de ser el proyecto político más innovador del mundo (más aún ahora que la UE parece una caduca vieja gloria de la burocracia).

Por último –y en eso Maduro tiene mucho camino andado– es esencial que las diferentes formas de integración regional sigan avanzando. El continente latinoamericano le debe a Chávez tener hoy la mayor integración de toda su historia. La ALBA, el Mercosur, la CELAC son espacios que, lejos de detenerse, deben ahondarse. Todos estos asuntos tienen el sello de Chávez. Por eso Chávez llegó para quedarse. Hay líderes que marcan la historia. Y esos, por más esfuerzos que hagan, no se mueren nunca.

El documento más relevante para los siguientes años lo dejó Chávez expresado en el primer encuentro del nuevo consejo de Ministros el 20 de octubre, conocido como Golpe de Timón. En ese documento, Chávez deja muy claro el corazón del proceso, sus retos y sus riesgos:

“No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista. Ciertamente, el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo interno entre nosotros. Éste es un programa precisamente para afianzarlo y profundizarlo; direccionado hacia una radical supresión de la lógica del capital que debe irse cumpliendo paso a paso, pero sin aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo. Para avanzar hacia el socialismo, necesitamos de un poder popular capaz de desarticular las tramas de opresión, explotación y dominación que subsisten en la sociedad venezolana, capaz de configurar una nueva socialidad desde la vida cotidiana donde la fraternidad y la solidaridad corran parejas con la emergencia permanente de nuevos modos de planificar y producir la vida material de nuestro pueblo. Esto pasa por pulverizar completamente la forma de Estado burguesa que heredamos, la que aún se reproduce a través de sus viejas y nefastas prácticas, y darle continuidad a la invención de nuevas formas de gestión política”.

El desenlace físico obliga  a todas y todos los venezolanos a hacer un esfuerzo similar al de 2002. En aquel año, la misma oposición que ahora brinda con champán francés por el cáncer, dio un golpe de Estado que fue derrotado por el pueblo. Ahora, se trata de asumir la responsabilidad que les corresponde a todos y cada uno en este escenario complicado. Chávez ha hecho lo más difícil. Venezuela ahora tiene patria. Pero los enemigos siguen acechando. Y en América Latina, los enemigos no son tigres de papel. Es ahora, más que nunca, cuando lo que ha significado Chávez y lo que es el pueblo tienen que ser lo mismo. Un pueblo que convierta su tristeza en herramienta política para ahondar en la transformación socialista de Venezuela contra todos los vientos del neoliberalismo. Esos de los que se liberó y que ahora está empezando a conocer la vieja Europa. Las revoluciones, el luto lo llevan por dentro. Cuesta demasiado parirlas. Y Chávez les grita desde la levedad de la tierra: ¡No se relajen, carajo!

(*) Juan Carlos Monedero es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid y director del Departamento de Gobierno, Políticas Públicas y Ciudadanía en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales.
5 Comments
  1. Entretierras says

    La unió de los pueblos de Latinoamérica es vital en el avance del socialismo … http://entretierras.net/2012/07/31/latinoamerica-buscando-la-union/

  2. cilene guerra says

    es cierto que el enemigo existe y aun cuando vivia el presidente estaba muy presente pero el verdadero enemigo es el hambre y el presidente Chavez se encargo de aplacarla y el pueblo de Venezuela no esta dispuesto a volver a la miseria porque como todos sabemos es el hambre el verdadero origen de las revoluciones donde no hay nada que perder solo esperanza en el corazon por eso Venezuela no esta dispuesta a entregar al pais a los empresarios capitalistas porquees hambre segura ademas de conciencia social comunitaria quedo el mensaje del Presidente en lo profundo del alma UNIDOS SOLO UNIDOS TRIUNFAREMOSY VENCEREMOS

  3. cilene guerra says

    ASI era el Presidente Chavez unico libre fuerte y preciso nunca sintio temor nadie lo intimidaba llevaba a todos a su propio terrreno y una vez ahi tu decidias si compartir aquel Universo que te mostraba lleno de estrrellas o continuar a tientas en la profunda obscuridad era su propio Universo que compartia con todos con el corazon y el alma en la mano nadie llenara su vacio pero siempre estara dentro de nosotros como el saman como el roble como solo el sabia hacerlo

  4. Lucio de Ciano says

    Con el número atómico 81 en la Tabla Periódica figura el TALIO, que es un metal soluble en agua, incoloro, inodoro e insípido, capaz de ser colocado en los alimentos de la víctima sin ser detectado. Siempre produce un carcinoma en la región ventral que invariablemente hace metástasis en los pulmones, por lo cual la víctima luego muere de un embolismo pulmonar. Exactamente la misma sintomatología que presentó Hugo Chávez, y que también han presentado algunos de los militantes islámicos que han sido liberados de Guantánamo. Es tan mortalmente eficaz el Talio que no hay quimioterapia, radioterapia o cirugía que pueda curar ese carcinoma. El más famoso caso de cáncer pulmonar provocado con Talio es el de Jack Ruby, quien murió en prisión pocos años después de matar a Lee Harvey Oswald, que fue uno de los que disparon contra el presidente John Kennedy.

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