Iba siendo hora

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Javier López Facal *

En las llamadas Constituciones de la Compañía de Jesús dejó escrito san Ignacio que “todo lo que Su Santidad nos mandare respecto al provecho de las almas o a la propagación de la fe, estaremos obligados a cumplir, sin tergiversaciones ni excusas y en cuanto estare de nuestra parte, a cualquier parte adonde nos quiera enviar, o a los turcos, o a los nuevos mundos, o entre los luteranos, o en cualquiera otras tierras de fieles o infieles…Este voto nos podrá dispersar por las diversas partes del mundo”.

O sea, que desde el siglo XVI se lo tenían bien ganado los jesuitas, e iba siendo hora de que nombrasen papa a uno de ellos y no, por ejemplo, a un Angelo Scola, cardenal arzobispo de Milán, que partía con un hándicap mucho mejor y que figuraba como favorito en las casas de apuestas, a pesar de pertenecer a un movimiento como Comunión y Liberación, tan doctrinalmente reaccionario como poco relevante desde el punto de vista teológico o cultural.

Que sea latinoamericano, además, es  una cuestión de justicia llamémosle demográfica: los latinoamericanos son muchos más, pero están infrarrepresentados en el Colegio cardenalicio frente a los europeos en general y a los italianos en particular.

No ha destacado Francisco I hasta ahora, sin embargo, por su arrojo en materia de fe o costumbres, ni ha ejercido un magisterio profético cuando la Junta militar argentina asesinaba a mansalva, o robaba niños para entregárselos a familias del régimen, pero no hay que esperar demasiado de los miembros del Colegio cardenalicio que parecen estar más cerca del Gran Inquisidor de Dostoievski que del Jesús del Sermón de la montaña.

En cualquier caso y a la vista de las circunstancias, los cardenales han elegido a uno de los candidatos más presentables del Colegio, aunque está por ver que el nuevo papa sea capaz de culminar la misión que Benedicto XVI no fue capaz de llevar a cabo: moralizar la curia y poner orden en el Instituto de Obras de la Religión, el IOR, que es probablemente uno de los bancos más corruptos del mundo; perseguir eficazmente la pedofilia de tantos miembros del clero católico; reconocer la igualdad de hombres y mujeres y terminar de una vez con el anacrónico machismo paulino; suscribir como estado el convenio internacional de derechos humanos de Naciones Unidas para salir del pelotón del que el Vaticano forma parte junto con Corea del Norte o Arabia Saudí o, simplemente, recuperar el mensaje evangélico que se resume en aquella antífona de Jueves Santo "ubi caritas et amor Deus ibi est" (“Donde  hay cariño y amor, allí está Dios”) y  no en esas manías de la Conferencia episcopal española a la que parece preocuparle más si la píldora del día después es o no abortiva.

(*) Javier López Facal (Toba, A Coruña, 1944). Filólogo y profesor de Investigación del CSIC. Su última obra publicada es El declive del imperio vaticano (La Catarata, 2013).
1 Comment
  1. celine says

    Breve y certero, sí señor.

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