Lo que Maquiavelo aconseja al Papa Francisco

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Julián Sauquillo

Francisco I, en primer plano, junto a Benedicto XVI, rezando, el pasado sábado, durante el histórico encuentro que mantuvieron en Castel Gandolfo. / Efe

Manuscrito encontrado por quien suscribe en la entrada del Convento de la Encarnación de Madrid:

Al Magnífico y Egregio Papa de la Universalidad católica: Mira que llevo quinientos años de actualidad y tu apenas días. Aunque no forme parte de la Curia, conozco los entresijos de la Corte mejor que tus colegas cardenales. Sé que podemos hablar de hombre a hombre porque quieres ser el interlocutor de Dios con la tierra pero eres de carne y hueso. No eres Cristo aunque quisieras. Me interesas porque sin la dichosa “infalibilidad” has vencido los obstáculos terrenales para ser Papa. Reconozco tu Autoritas aunque toda mi vida haya sido una batalla a favor de su sometimiento a la Potestas del Príncipe o de los cuarenta o cincuenta señores que se ocupan del gobierno en la república. Me interesas  porque eres tan ingenuo pero no tan soberbio como Lorenzo de Medicis que prefirió el regalo de dos perros mastines de raza a El Príncipe (1513-1516)*. No ignoras el dédalo de la política si venciste las trampas del Vaticano, semejantes a las de cualquier red de poder. Te has sobrepuesto a  los ardides de los corruptos para impedir tu tránsito por el pasillo de acceso al poder. Y has vencido. Pero piensa que te cabe dimitir como tu colega predecesor o que puedes caer en desgracia, y no recuperar el poder, como yo sufrí. Así que no me hagas oídos sordos y menos te invistas de ideal espiritualidad. Nuestra partida se juega en el tablero de ajedrez y piensa que no estás exento del jaque mate. Más te vale procurar una religión civil de ciudadanos que llenar la cabeza de pájaros a los creyentes con religiosidad trascendente.

No creas que soy tu aliado aunque desee aconsejarte. Todo mi pensamiento es una defensa del Príncipe que conquista un territorio y lo defiende de los ataques. He rechazado siempre al Papa pues es el ejemplo de Príncipe hereditario –el más indolente- que no ha demostrado el coraje de las batallas en la apropiación del poder. El Príncipe nuevo es virtuoso porque se sobrepuso a la derrota y a la muerte. Hizo, además, milagrosas conquistas bélicas, mientras que tu heredas el poder plurisecular de tus antepasados clérigos. Pese a la habilidad que te concedo, no dejas de ser, tan sólo, un hábil palaciego sin confrontaciones peligrosas conocidas. Tu poder procede de un Conclave y de fatigosas discusiones pero no has ganado elecciones populares. Jugaste con la palabra más que con la espada. Así que no cuentas con el carisma de esas batallas electorales en que quedaron reducidas, y secularizadas,  las contiendas bélicas de mis tiempos. Sin embargo, tu poder es personal y debe suscitar lealtades individuales. Sí tienes o no capacidad de gobierno, será juzgado por medio planeta que te tiene puestos millones de focos. No en vano un chico alemán, Carl Schmitt, que tuvo veleidades nacionalsocialistas atribuyó a tu posición autoritativa ser más visible y ser más representativa que la misma Asamblea Nacional de la Revolución Francesa. Pensaba, el muy cretino, que la Iglesia católica era más unitaria que cualquier hipotético parlamento nacional o internacional. Y mira como nos encontramos a muerte entre vaticanistas y teólogos de la liberación. A cara de perro entre los propios vaticanistas.

Has empezado bien pero puedes acabar desastrosamente. Tu peligro no viene de los teólogos populares sino de los cardenales que te han elegido. A fin de cuentas, los de la liberación son más transparentes en sus críticas prédicas que el dominico Girolamo Savonarola. Mira qué fácil le fue a la Inquisición llevarle a la hoguera.  Ese Quevedo español que me denigraba y se servía de mis teorías, te aconsejaría que te libres, en primer lugar, de los aduladores que tienes más cerca. Como a Cristo te puede salir un Judas que te traicione. Cuidado con las confabulaciones que mira donde está Benedicto XVI. Posiblemente, se fue porque podría salpicarle un escándalo que, seguramente,  tendrás que afrontar. Para asentar tu popularidad, debes tener autoridad y poder entre tus feligreses. Pero, además, debes de ser popular. Acuérdate: “es mejor ser temido que ser amado pero se puede ser temido sin ser odiado”. Elogia las democracias que cuentan con el respaldo popular, descubre la careta de los falsos representantes y oponte sin paliativos a las dictaduras ya sea Corea del Norte o Arabia Saudita o cualquiera habida en tu nación de origen. Mira qué mal quedó Pio XII por su beneplácito nacionalsocialista. En cuanto tu rebaño de creyentes descubra un gran traidor en tu pueblo, castígale ejemplarmente aunque sea tu supuesto colaborador. Evita siempre aparecer como afín a los corruptos. Tu antecesor se equivocó al no castigar ipso facto a los denigradores (corruptos y pedófilos). Benedicto erró, también, con su secretario filtrador y debió condenarle ejemplarmente como el Duque Valentino hizo con su más fiel capitán al resultar impopular. Gánate el favor popular y sé riguroso con los infractores. Nunca consientas otro Vatileaks.

Bien está que sigas cocinándote y pagues tu cuenta de hotel discreto. No estaría mal tampoco que te cosieras, hicieras punto y curtieras tu calzado. Un tal Lev Tolstoi, al que leo en el Parnaso italiano, despreciaba a quien no sabe hacerse sus botas, necesita de alguien que tire de su carro de caballos y requiera de quien limpie su escudilla. Este ruso aprobaría que no caigas en la fama sin fe del Padre Sergio. Por ello, mejor será que atiendas a los pobres aunque tengas que excusarte de dirigirte semanalmente en la Plaza de San Pedro por no contar con tiempo. Siempre he defendido como el aristócrata eslavo que sólo de la necesidad surge la virtud. Ignora a tanto diseñador y zapatero de postín y sigue tomando (no cogiendo, que eres argentino) el autobús. El día que te encuentren una factura de avión de algún familiar bonaerense que vino a verte o la cuenta de alguna “trattoría” de una comida con tus sobrinos a costa del Vaticano, no te faltarán los extorsionadores cercanos.

Pero, sobre todo, procura adaptar el carácter personal que te dio los éxitos, hasta ahora logrados, a las ocasiones o circunstancias que atravieses. Prudente para las tormentas, arrojado en los llanos, seas tempestuoso o moderado que no te conozco  suficientemente. Y, aún más, como este es el más difícil consejo de practicar (ni el sabio  logra embridar su carácter), más vale que seas temerario sin miedo que comedido con miramiento. A fe mía que los envites peligrosos y difíciles –los escollos y desfiladeros desconocidos a tu paso- no te van a faltar. Aférrate, si cabe, a la única viga de mi aposento que queda en mi Florencia natal. Niccolò Machiavelli”.

(*) Este año se celebra el quinientos aniversario del comienzo de la escritura de El Príncipe.
4 Comments
  1. Javier says

    Espléndido manejo de las ideas, y del lenguaje.

  2. susana says

    Profesor, es verdad que el Papa tiene que andar con cuidado por los laberintos del poder si no quiere perderse. Saludos desde Peñíscola

  3. Alvarito says

    A ver si el Papa se hace digno conocedor de Gracian Veremos…

  4. Gramático says

    Evidentemente, esta carta de Maquiavelo al Papa Francisco contiene una serie de sugerencias muy útiles para combatir las asechanzas de la tenebrosa curia vaticana. Hasta palpita una leve simpatía por la bisoñez cortesana de Francisco. Respecto a su poder sobre las conciencias de sus súbditos, al nada despreciable arte e la Iglesia Católica por sumar seguidores, parece que Maquiavelo lo da por supuesto en esta docta misiva.

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