Miércoles 3 de abril de 2013. Puerta del Sol de Madrid. Sobre las nueve y media de la mañana. En el portal que hay entre dos escaparates de El Corte Inglés, frente a un quiosco de periódicos, un grupo de ocho antidisturbios rodea a alguien o algo que se acurruca en la pared. ¿Será un comando etarra? ¿Quizá Bárcenas, tratando de alcanzar la boca de metro de Sol para huir de España? ¿Puede que la infanta Cristina, acercándose a vender alguna joya familiar en las tiendas que compran oro de los alrededores? ¿O tal vez Ada Colau, al frente de un peligroso grupo de acosadores armados con pitos y pancartas?
La furgoneta de los antidisturbios se mueve y me permite distinguir al grupúsculo antisocial: cuatro gitanas y cinco gitanos rumanos. Pañuelos en la cabeza, zapatos rotos, bolsas de plástico, harapos... Sucios, asustados, encogidos, observan con sus grandes ojos blancos la indiferencia que les rodea. La escena, en blanco y negro, nos llevaría a los años 40. Pura posguerra. Hambre, moscas y policías. La escena, en color, nos lleva a los años 70. Pura dictadura. Hambre, moscas y policías.
La gente que circula a esas horas por Madrid tiene prisa. Mira al suelo, acelera el paso y sortea el cerco policial. Los gitanos son invisibles. Cuando pregunto al quiosquero por la escena, a quince metros de la misma, pone cara de asco y dice: “estos son los turistas que nos están trayendo…”. Cuando pregunto al policía, es aún más escueto: “Circule”.
El centro de Madrid está lleno de invisibles. ¡Qué mal repartido está el mundo! Hay gente que quiere formar parte de la sociedad, que desea sobre todas las cosas participar de este mundo que rueda: un trabajo, una casa, educación, sanidad… Personas que se sientan en las aceras esperando una moneda, una mirada, una palabra de ánimo. Que quieren ser visibles. Y luego están los que quieren ser invisibles por voluntad propia. Ahí tienen a Mariano Rajoy, el presidente digital de este Gobierno virtual que insiste en ofrecernos su imagen en plasma. O a una infanta, Cristina, que hasta ayer soñaba con parecer incorpórea, con resultar inmaterial, con la imperceptibilidad eterna. Lástima del sólido juez Castro...
Es difícil creer en el futuro de un país tan complejo y extravagante como el nuestro, habitado por personas con índices refractivos tan diferentes. El gitano que quiere dejar de ser transparente, el presidente y la infanta etéreos que sueñan con dejar de absorber y reflejar la luz hasta desaparecer...
Somos cobardes.
Pues si. Lo de los indigentes siempre me ha llamado la atencion. Como son ignorados por la sociedad. Vivimos en una realidad en la que unos tienen todo y otros nada. Y la inmensa mayoria lo ignora. No solo eso, si no que premia al poder y culpabiliza a los pobres de su situacion. Todos continuan andando, nadie mira. Miedo? Indiferencia? Cuesta creerlo en una sociedad de valores cristianos como la nuestra (ironia).
🙂